Hasta pronto, amigo mío...

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<<Quisiera saber qué le atormenta>> se preguntó varias veces Rocío mientras su rango de visión permanecía atento a la retaguardia de cierto caballero que, cada tarde se sentaba en el mismo banquillo y allí permanecía durante varios minutos para después levantarse y seguir su camino. La cuestión es que Rocío era una joven muy tímida y aunque quisiera acercarse a hablarle, no había logrado acumular el valor necesario para lograr hazaña tan atrevida.

  Esmoquin negro, un laurel blanco en la solapa izquierda, cabello ligeramente enmarañado que escapaba por debajo de un sombrero fedora y un semblante calmado. Rocío se había tomado el tiempo de analizar la figura del individuo, desde la lejanía, poniendo especial énfasis en los detalles. Le llamaba la atención la expresión que reflejaba el rostro del desconocido, siempre la misma, llena de preocupación, seguida de un leve suspiro, lo cual marcaba la hora de irse.

  Ese día comenzó con un breve chubasco que lo mantuvo nublado hasta entrada la tarde, razón por la cual las personas caminaban apresuradas, temerosas tal vez de quedar atrapadas bajo la lluvia. Rocío, en cambio, traía su paraguas siempre y sentada en uno de tantos bancos buscaba inútilmente la silueta del señor que al parecer no se había presentado en esa ocasión. Se disponía entonces a retirarse cuando sintió un fuerte agarre sobre su bolso.

  Poco pudo hacer para resistirse al reciente ataque y posterior robo de sus pertenencias, perpetrados por un joven de tal vez su misma edad que salió corriendo del lugar dejando a la señorita con una expresión desesperada en su rostro. Cuando creyó que todo estaba perdido pudo vislumbrar en la distancia a cierto caballero que al llegar hasta donde estaba Rocío, le tendió el bolso.

—Deduzco que esto podría ser suyo, señorita —habló el señor entregando las pertenencias a la ahora apenada muchacha.

—Muchas gracias, señor ¿Cómo pudo…? —calló al alzar la vista y encontrarse unos ojos azules que la miraban con cierta preocupación.

—Tranquila, no recibí daño alguno y procuré devolver sus cosas en el mejor estado posible —añadió mostrando lo que parecía un revólver, del interior de su chaqueta—. El ladrón se llevó un buen susto.

  Desde ese día intercambiaban pequeñas charlas en el banco del parque y brotó el indicio de una amistad inquebrantable. Hasta que un día…

—Señor, siempre he querido saber que le atormenta. Antes de conocerle se pasaba las tardes sentado en aquel banco —señaló desde la fuente en la que se encontraban charlando.

—Ciertamente, señorita. Buscaba a alguien muy importante para mí.

—¿Sabe dónde podría encontrarse esa persona?

—Creo que sí. Y finalmente puedo ir a su encuentro. Por eso —hizo una pequeña pausa—, quería despedirme de usted, señorita Rocío. Esta será nuestra última conversación.

—Es una pena que tenga que despedirme de usted, pero estoy feliz de saber que no volverá a estar solo.

—Fue un gusto conocerla, señorita Rocío —dice tomando la mano de la joven y depositando un beso en el dorso de esta.

—El gusto fue todo mío. Le deseo la mejor de las suertes.

  De vuelta en casa, fue al encuentro de su madre, que aguardaba en el gran salón. Al llegar a este no pudo evitar posar su atención a un cuadro situado en una de las paredes del lugar y la sorpresa que se llevó por poco la hace perder el equilibrio. Atribuyendo lo que veía a una jugarreta de su cansada vista decidió ignorarlo hasta que la voz de su madre llamó su atención.

—Rocío, mi querida ¿Te gusta el cuadro? Creo que está mejor aquí que deteriorándose en el ático, ¿no crees? A que tu tatarabuelo era muy apuesto —señaló en la misma dirección de la cual la joven no podía dejar de mirar.

—¿Tatarabuelo? ¿Él?

—No te he hablado mucho de él, ¿verdad? Ven, toma asiento un momento.

—Y… ¿Cómo era él, mamá? – la muchacha no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, pero su curiosidad era mayor.

—Tu tatarabuelo fue un hombre enigmático, solidario, noble, sincero en todo momento, preocupado por el mundo que le rodeaba y lleno de amor, capaz de proporcionárselo a quien lo necesitase, fuese un extraño o un conocido —se quedó meditando durante unos segundos—. Creo que lo que más destacaba en su personalidad era la dedicación que mostraba al hacer, pensar o hablar. Su carisma te hacía sentir en confianza, era bueno escuchando.

—Suena como si tuvieras muchas cosas de las que hablar sobre él, me imagino que no son pocas.

—Tienes razón. Luego te cuento más, lo prometo. Ahora llévale esta correspondencia a tu padre, debe estar en su estudio.

  Subió las escaleras en dirección al estudio de su padre. Ya en el interior de este, Rocío continúa sin decir palabra alguna. La pequeña no sabía cómo reaccionar ante el reciente descubrimiento, sus ojos como platos eran más que suficiente indicador. Ese rostro, esos detalles… ¿Cómo podía ser siquiera posible?

  Volvió a su cuarto, presa de sus pensamientos. Era sin dudas el mismo, pero ¿Acaso lo había soñado? ¿Era obra de su subconsciente? Tres toques en la puerta de su habitación la hicieron despertar de su concentración. Su madre entró con una caja de tamaño medio que le dejó luego de explicarle algunas cosas, para luego retirarse y dejarla sola. Dentro de esta encontró un buen número de cartas y en una esquina lo que parecía un diario con el nombre de alguien grabado en el interior.

  Tomó al azar una de ellas y comenzó a leer el contenido hasta que se detuvo en una parte que le pareció interesante:

¨En el mismo lugar que contempló nuestro encuentro, el baile de las ramas de los árboles nos acogió, la mañana con su agraciado paso, desbordaba entre rayos de luz la elegancia de toda una señora. Fue allí donde sin buscarte, te encontré; sin pensarte, te vislumbré; sin merecerte, tu compañía obtuve; sin desearte, me obsesioné; sin conocerte, me enamoré…¨

  Al final del papel pudo reconocer el nombre del propietario de la letra, lo que tal vez le llevó a concluir por su cuenta que había sucedido. Ese mismo día, al atardecer, se acercó al majestuoso retrato que mostraba la imagen del caballero que tanta preocupación le había causado.

—Después de tanto tiempo, finalmente podrás descansar…estoy segura —murmuró con los ojos cerrados y las manos entrecruzadas, en señal de despedida—. Yo me encargaré de contar tu historia.

  Con la ayuda de las cartas y el diario, tomó una cantidad importante de papel y la pluma de su escritorio, y comenzó la labor que se había propuesto bajo la promesa hecha a un amigo muy importante.

Trazos de un suspiroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora