Capítulo 8
La estudiantina se había decidido celebrarse en un boliche llamado El Carriete. Era un edificio de tamaño suficiente para contener por lo menos doscientos jóvenes saltando y bailando al ritmo de la música cumbia o electrónica que eligiera el dj. El pequeño bar se veía inundado de gente inclinándose sobre la barra para pedir más bebidas, para pedir sus primeras bebidas o para esperar por las suyas. Acorde a la época festiva previa al final de las clases, todo lo que uno tenía que hacer era presentar su libreta universitaria para obtener su pedido de forma gratuita. A muchos les parecía una estupidez, pero incluso entonces los dueños del lugar no querían tener problemas por darle alcohol a los jóvenes menores de edad. De modo que a estos sólo les quedaba dos opciones; pasar por el problema de crearse libretas falsas con el sello de alguna institución, lo que podía costar mucho plata dependiendo de quién lo hiciera, o podían empezar a festejar desde la seguridad de sus casas, tomando bien lo que consiguieran sus padres o les vendieran los kioscos a los que no les importaba comprobar nada.
El grupo de la escuela de Marcos había optado por lo segundo. Ya eran las una de la madrugada cuando finalmente salieron, de tres en tres, de la casa de uno de ellos, sonrientes y todavía riéndose por la alegría de la fiesta que acababan de tener. Los padres de Nahuel, los cuales pagaron por las cervezas y el fernet, llevaron a cinco en el auto familiar, pero el resto tuvo que subirse a remises ya que el lugar estaba demasiado lejos para ir caminando.
Las luces de los láseres verdes, azules y rojos saltaban por todas partes y para agregarle un mejor efecto, aprovechando la enorme clientela que sin duda tendría, habían colocado máquinas de humo cerca del piso en cada rincón del sitios, de modo que cada que alguien se movía demasiado pronto o levantaba una pierna una nube se elevaba en el aire, pasando por el cuerpo, revolviéndose en los brazos intranquilos y mezclándose con el aliento de los bailarines. Marcos no recordaba la última vez que se había reído tanto, mientras su compañera Anabella le tomaba del brazo en dirección a la pista. Le dolían las costillas, odiaba el olor del humo artificial, pero estaba feliz moviendo sus caderas al ritmo de su capricho, independientemente de lo que pusieran.
No podía creer que esa iba a ser la última vez que viera a sus compañeros. Incluso si ninguno de ellos era Mario Franco, había tenido sus buenos recuerdos con una porción, milagrosamente sin nombres específicos a los que deseara especialmente perder de vista para siempre. De alguna manera siempre se las había arreglado para evadir los mayores conflictos sociales sin mantenerse totalmente al margen, a veces manchado pero nunca totalmente cubierto por los desacuerdos. Ni siquiera podía empezar a imaginar lo que iba a ser su vida el día de mañana y la verdad había hecho todo lo posible por no pensar seriamente en ello. Todo parecía un poco sin sentido cuando consideraba que nada de lo que hiciera podría ser a largo plazo, que al final todo, incluso las estupideces y las genialidades de su vida, iban a desaparecer antes de permitirles durar un par de décadas.
En parte, quizá, era por eso que había aceptado la invitación a la pre celebración. Quizá era con su propia versión de sus complejos que los otros lo habían hecho. Que subieran el volumen, que alguien pasara un nuevo cigarrillo, un nuevo vaso de líquido negro con espuma amarillenta y que a nadie le ocurriera hablar del futuro, mañana o la inexistencia de estos. Era un poco mejor la vida cuando uno sencillamente se comportaba como si no importara, como si nada valiera la pena más que un segundo de pensamiento antes de sumergirse, ahogarse y morir por el movimiento del desenfreno. Habían empezado a las siete y media de la tarde, ni bien el cielo se había puesto de azul, pero de alguna manera todavía parecía poco tiempo.
La semana había estado llenas de salidas entre los amigos más cercanos, selfies que buscaban conmemorar el momento, remeras blancas llenas de mensajes deseándose unos a otros las mejores de las suertes, deseando no perder el contacto. Esa era la culminación de una gran despedida, la aparente bienvenida a todas las cosas agradables y desagradables que el futuro incierto podía traerles a cualquiera de ellos.
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Mil veces déjà vu #HopeAwards
RomanceHay un asesino suelto por Argentina. Cuando su tutor desaparece por causas desconocidas, el detective privado Stefanes no tiene más opción que recurrir a las fuentes de información de éste para descubrir lo sucedido. Lo que menos se esperaba era q...