Parte 3 La parodia del caos

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Las oscuras historias de Nicky Tanner

Por Mabel Barnes.


El hombre escuchó un extraño sonido proveniente de la gran sala en el segundo piso. Se acercó con cautela, si bien su empleo como guardia de seguridad implicaba correr riesgos, un museo y sus reliquias no eran precisamente una película de acción. Con su linterna en una mano y su radio en la otra, subió lentamente escuchando el sonido de sus propios pasos. No quería alarmar a su compañero, que vigilaba la entrada y tomaba un café, así que decidió solo dar un vistazo. La escalera amplia, de madera pulida, era la antesala a la bella colección de arte neoclásico.

Cuando finalmente se asomó, una de las figuras pintadas pareció moverse frente al haz de luz, era una mujer semidesnuda, sentada junto a un riachuelo. El asombro le hizo perder la linterna, pero pronto comprendió que obviamente, alguien sostenía el cuadro. Se agachó para levantar el objeto perdido y pidió ayuda frenética a su compañero. Entonces, contempló incrédulo como una estatua de mármol se encontraba junto a él, observándole. Era un joven hermoso, esa mirada gélida, fue su último recuerdo.


La parodia del caos


Nicky abrió su puerta y levantó sus gafas oscuras. Justo frente a la entrada, se encontraba un bonito auto azul estacionado y sobre él un sonriente jovencito que le miraba animado.

—¡Buenos días agente Tanner!

Nicky lo observó sin devolver el saludo y caminó hacia el automóvil incrédula.

—¿Qué haces aquí Beck? —dijo la chica molesta —¿y quién te dijo dónde... —Era obvio que Garlan tenía que ver con esto.

—No quise incomodarle —la mirada de John Beck tenía algo que suavizaba el odio de Nicky, aunque no podía identificar que era. Decidió olvidarse del tema por ahora y subir al auto. Apenas se encontró dentro y comenzaron a moverse, habló seriamente.

—Regla numero uno, nadie viene a mi casa. Regla numero dos, nadie, pero nunca nadie, toca mi vaso de café —John se sorprendió de su vehemencia, ella hasta se había quitado las gafas oscuras —Regla número tres, yo trabajo sola Beck, esto es solo un mal entendido —la voz de la joven había bajado de tono. John sabía que hablaba en serio, ya que por primera vez lo miraba directamente a los ojos.

—Tus ojos —afirmó el joven policía dudoso —abría jurado que eran negros.

Nicky se sorprendió y se puso los anteojos de sol con prisa. Cuando sus emociones se descontrolaban, sus ojos tomaban un color ocre, parecido a la miel y si luego se completaba su transformación, los mismos parecían brillar.

Esto de tener un compañero no podía ser buena idea, ella sabía que era un riesgo que no podía y no quería manejar —Son negros, ósea marrón, o sea cambian con el sol, ya sabes —señaló insegura.

****

Ya en su oficina comenzó a pensar, tenía que deshacerse de ese tal John Beck. Se acercó a la mampara de vidrio que separaba su espacio del resto de la unidad y le observó con sospecha, mientras bebía su "café" pensaba en como sacarlo del camino. Beck parecía llevarse bien con todo el mundo, los policías se rendían fácil a un cuerpo tonificado y al conocimiento deportivo.

En la unidad de Nicky la mayoría de los agentes eran hombres, se sentía cómoda con ellos. La verdad, era muy conveniente su escasa habilidad para preocuparse. Harriet, sin embargo, era imprescindible para Nicky, confiaba en ella y ya se entendían, a su manera. Había tres chicas más en la unidad, las había aceptado, porque eran muy valientes y autenticas, eso le gustaba. Se descubrió a si misma sonriendo de orgullo.

Las Oscuras Historias de Nicky TannerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora