ANTES

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La chica parecía una loca. Su pelo estaba alborotado y tenía la cara mucho más pálida de lo normal. Miraba al frente con sus ojos tan rojos e hinchados como sus labios con una expresión que estaba a medio camino entre la incredulidad, la desesperación y la completa falta de sentimientos. En resumen, estaba en estado de shock. Las palabras que decía su tutor le entraban por un oído y le salían por el otro sin llegar a procesar nada. Detrás de ella estaba Sergio, el chico con el que había estado fantaseando desde hacía un tiempo, mirándola. No le había dicho nada, no la había abrazado, ni dado el pésame, ni le había dado una palmadita de ánimo en la espalda. Se limitaba a mirarla de esa manera en la que miras una silla. Una silla rota. Ni siquiera apartaba la mirada avergonzado cuando ella lo miraba en busca de algún tipo de empatía, como hacía otro de sus compañeros, que no paraba de pestañear nervioso y mirarla de reojo muerto de miedo como si pensase que de golpe ella podría convertirse de repente en una psicópata asesina. Miranda se dijo a sí misma “una última vez” y se giró para encontrarse con los ojos del chico que la observaba aún.

------ Un primo mío también murió.---- dijo---- El año pasado.

La chica asintió y contestó:

------ Lo siento.

Él también asintió y de repente la conversación había acabado y los dos lo sabían. Ella volvió a girarse pensando que era un chico raro. La había mirado de una manera que a nadie le gustaría en una situación así (ni siquiera ella estaba muy segura de que le gustara) pero la prefería a las miradas de falsa compasión, de incomodidad o de curiosidad morbosa. Era una mirada más humana, aunque más fría. Pero Miranda nunca había sido de las efusivas. La reacción del chico le había dejado a Miranda un sabor agridulce. Quizás más agrio que dulce. Le gustaba la manera de entenderla sin compadecerla pero eso no le daba apoyo, no le daba dulzura, ni siquiera le daba comprensión, en realidad. Sergio se había limitado a decir que a él le había pasado algo parecido, y eso era triste, pero Miranda necesitaba brazos alrededor de sus hombros y pulgares que limpiasen sus lágrimas. Una mano que apretara la suya tanto que casi doliera. Sergio era incapaz de ser los brazos, los pulgares ni las manos que ella necesitaba. Agradecía que estuviese ahí, pero los chicos habían acabado para ella. Se alegraba de no haber contado nada a nadie de lo que sentía. Ahora ya nada de eso importaba… De cualquier modo, ¿cómo podría llegar a querer a alguien que fue tan frío en un día como ese?

El día iba pasando. La gente de otro curso señalaba todo el tiempo a las chicas que lloraban. Reían. Miranda no paraba de abrazar gente, de intentar consolarse un poco y distraerse de esos idiotas. Sin embargo sus ojos huían a su dirección todo el tiempo. Los veía mirar curiosos, atraídos por el morbo. Querían saber cómo murió.

Qué decepcionados estarían si se lo contaba. La muerte de Celia podía resultar muy aburrida a los oídos de extraños.   

Ellos solo eran niños. No habían madurado, la vida siempre los había tratado bien. Se sentían desgraciados si su madre no los dejaba jugar una hora más con la Play o no les dejaba ir a la nueva discoteca para menores de 16. ¿Quién sabe cómo hubiera reaccionado la morena si la situación fuera al revés? Seguramente hubiera continuado su vida. La habría hecho reflexionar un poco, pensar que era triste que un padre y una madre perdiesen a su hijo, que un hermano dejase de serlo, que hubiese un amigo menos para alguien. Luego seguiría con su vida. Pero le había tocado a ella sufrir. Y si fuese un poco menos observadora y fuese un poco más tonta; si no fuera tan rencorosa y estuviese tan dolida… Quizás hubiera entendido porqué aquellos chicos y chicas estaban de tan buen humor. A ellos nadie se les había muerto. No eran conscientes de que no estaban siendo educados, ni del dolor que podían causar. No entendían. ¡Ojala ella no entendiese! La vida era injusta. ¿Por qué Celia cuando había tanto estúpido suelto? Conocía a algunos de ellos. Gente cruel, gente infantil, gente sin mucho futuro ni tampoco un gran presente. Gente idiota. Pero gente viva. ¿Qué habían hecho para merecer estar vivos y no Celia? Los odiaba tanto… No era su culpa pero Miranda los odiaba.

Todas las amigas decidieron que esa tarde no irían al colegio. Era estúpido volver solo para ser un escaparate de desgracia. Esa mañana habían estado ahí, para apoyarse juntas y con sus compañeros. Ahora había que ir al velatorio. Salieron del colegio a la una y media. Pidieron a sus padres que vinieran a buscarlas después de una hora para ir juntos en metro hasta allí y poder comer solas, juntas. Los padres aceptaron. Miranda dijo que no quería comer. No tenía hambre.

O quizás, pensándoselo mejor, sí que tenía hambre. Mucha hambre.

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⏰ Última actualización: Nov 24, 2014 ⏰

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