🍂 Decimotercer capítulo

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El parque de las bellotas cremosas es el sitio indicado para quienes se aventuren a tener una cita

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El parque de las bellotas cremosas es el sitio indicado para quienes se aventuren a tener una cita. Tal creencia guarda sus orígenes en una leyenda de Aruvialt, muy antigua por cierto.

Para ser honesta, conozco poco al respecto. Solamente puedo asegurar que dicho relato cuenta la historia de un amor desgraciado.

Rufed ma pernéik. —Trevor lee lo que permanece escrito en una bellota hecha de roca, ya agrietada por el tiempo.

Poco me importa la curiosidad que en él despierta ese extraño idioma. Lo único que hago es soltar suspiros al recordar mi primer beso. Es más, ya han transcurrido sesenta minutos desde entonces, y no pienso sacar de mi memoria cada detalle.

—Llévate esa bellota si te parece tan interesante —bufo, invadida por el sarcasmo—. Oh, espera, tenemos una cita.

Trevor ríe, sin alejar su mano de la escultura que adorna el punto céntrico del parque.

—¿Acaso dije algo gracioso?

—Bea, ¿acaso quieres otro beso? —formula la pregunta tras acomodar su corbatín azul.

—Pues no me quejaría —admito, ruborizada.

En esta ocasión, soy yo quien le ofrece la magia a través de un beso.

—Nuestra cita sí que va bien —comenta Trevor, acompañado por el brillo de su mirada caramelo.

Ambos damos un vistazo a la bellota de roca.

—Quién sabe qué historia triste esconderá —dice él, casi en un susurro.

—Una con doscientos años de antigüedad. —Deslizo mis dedos sobre la superficie—. Pero eso ya lo sabes.

—¿Lo sé? —Él mismo se cuestiona, y de repente luce intranquilo.

—Sí —replico—. Lo han dicho en la clase de historia.

—Oh, es cierto. —Trevor resopla—. Esa clase.

—¿Te encuentras bien?

—Bea, no quisiera alarmarte, pero estoy un poco mareado.

—Aguarda. —Lo tomo del brazo, para enseguida llevarlo hacia una de las bancas que rodean el parque. Son cómodas, aunque la mayoría se haya deteriorado con el pasar de los años.

—Creo que me siento mejor. —Trevor me miente, de alguna forma ignorando que lo he notado.

Sin dar explicaciones, camino hacia el kiosco comercial más cercano, para comprar un jugo de frutas al instante.

—Toma. —Le entrego esa bebida a mi guardaespaldas—. Sé que con esto te vas a recuperar.

—Bea, ¿cómo supiste de...

—Tu hipoglucemia —completo—. Es demasiado obvio.

—¿Y cómo es que algo así puede ser obvio? —me cuestiona, casi a modo de reproche.

Un suspiro eleganteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora