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Aoi y Kanao fueron caminando por el pasillo, tratando de pensar en quién sería la mejor opción, en el transcurso se toparon con su amiga de otro curso, Nezuko

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Aoi y Kanao fueron caminando por el pasillo, tratando de pensar en quién sería la mejor opción, en el transcurso se toparon con su amiga de otro curso, Nezuko. La de coletas le explicó a Nezuko sobre el día especial y que consecuencias traería si no realizaba el... ¿Ritual? Se podría considerar así.

—¡Hnmm mmm!— Nezuko era muy inocente como para no creer en eso, se preocupó por su buena suerte. Se acongojó ya que no tenía idea de como se debía besar.

—Tranquila, yo te enseño.— Sonriente, la maestra de los besos que jamás había dado uno, empezó su clase. Nezuko y Kanao le prestaron atención. —Debes tomarle las mejillas, acercarte y unir tus labios con los de él, haz así mira.— Aoi cerró los ojos, haciendo boca de pato.

Kanao y Nezuko la imitaron, haciendo lindos y adorables sonidos de: "Chu chu~"

—¡Excelente! Están graduadas.— Orgullosa de sus alumnas, Aoi acarició la cabeza de cada una. Ella había aprendido eso después de leer decenas de test y revistas para chicas de su edad.

En ese instante, un trío de amigos pasó casualmente por allí, era Kamado Tanjirou de segundo año, yendo en busca de su hermana, detrás suyo sus inseparables amigos y compañeros de clase, Agatsuma Zenitsu y Hashibira Inosuke.

Nezuko frunció el seño, viendo su primera oportunidad de librarse de mala suerte todo el año, pensó un instante en el chico dorado; Zenitsu, quien al verla, como siempre, empezó con sus gritos.

—¡Nezukoooo'chaaaan!— Se acercó a ésta como de costumbre, sonriendo atontado de tanto admirar la belleza de ella.

Pero con lo que no contaba, era que Nezuko se acercaría a él, quitando el pan de su boca, ya a unos centímetros frente al de cabello dorado, cerró los ojos formando un "3" con su boca, los ojos de Zenitsu casi salieron de sus cuencas, quedó petrificado y temblando.

—Ne... n-nez...n...— Intentó pronunciar algo, pero los calidos labios de Nezuko sellaron sus palabras, fue tan dulce y tierno, sincero y puro, que todo el cuerpo de Zenitsu se estremeció por completo, por un momento sintió como si ella y él eran los únicos en la tierra.

Al soltarlo, la calidez se apagó, y junto con ella, la estabilidad de Zenitsu, quien de inmediato cayó inconsciente al suelo, sonriente. Su rostro era más rojo que las manzanas de la cafetería.

Estaba confirmado, Zenitsu había tocado el paraíso.

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