Prólogo

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Lo había notado con bastante molestia desde hacía quizás varias semanas, desafinaba. No, era peor que eso, tocaba con desgana y sin inspiración, canciones manidas que ni siquiera eran suyas, viejas baladas que aburrirían hasta a su abuela y ni sabía por qué. Todo apuntaba a que era demasiado joven para haberse cansado ya de la vida, pero parecía que ese era el caso de Julian Alfred Pankratz, más conocido como Jaskier.

Jaskier no es que soliese pensar demasiado en nada, pero si lo hacía se daba cuenta de que sabía perfectamente la razón por la que ya ni se esforzaba. Había corrido suficiente: unos estudios difíciles, una vida universitaria de holgazanería, cientos de amantes y un título sacado sin esfuerzo debido a su mente brillante, hasta había llegado a dar clases en la Universidad de Oxenfurt durante un breve periodo de tiempo, ¿y todo para qué? Hasta ese momento había hecho justo lo que se esperaba de un noble dedicado a las artes y las letras, pero definitivamente eso no era lo que él quería. Si la vida no podía ofrecerle más es que tal vez no merecía la pena vivirla.

Para olvidar el hecho innegable de que no se sentía en absoluto satisfecho, hasta el punto de haber perdido el interés por aquello que más amaba, la música, se hacía una muesca tras otra en el cinturón, coleccionando amantes de renombre esperando llenar ese vacío, o quizás que de entre todas ellas surgiese una musa que lo sacase de aquel pozo profundo de desolación en el que su alma se hundía mientras su rostro lo ocultaba con una sonrisa. Por supuesto, no fue así.

Acababa de abandonar precisamente a una de esas amantes cuando terminó tocando en aquella posada. No es que tuviera ganas de dar una actuación, pero no le quedaba dinero y sus tripas rugían pidiendo clemencia.

Jaskier tomó su laúd y comenzó a tocar, paseándose entre los comensales en busca de suerte y monedas.

You think you're safe

without a care

but here in Posada

You'd be wise to beware

The like with the spike

That lurks in your drawers

or The flying drake

That Will fill you with horror

Need old Nan The Hag

To stir up a potion

So that your lady

May get an abortion

Un hombre no demasiado educado le tiró algo a la cara al grito de: "Abórtate tú mismo". Como suele ocurrir en estos casos, el resto de oyentes se tomaron aquello como una invitación para hacer lo mismo mientras le abucheaban. Jaskier dejó de tocar para levantar las manos y protegerse la cara mientras retrocedía indignado.

—¡Iros a la mierda! ¡Me alegro mucho de haber podido uniros así! Increíble.

A pesar de sus quejas, tras dejar el laúd en un banco al lado de la ventana, Jaskier no tuvo ningún reparo en agacharse para recoger del suelo la comida que le habían lanzado. A diferencia de muchos de su posición, él no creía que el orgullo debiese impedir a nadie recoger el fruto de lo que había sembrado y menos si estaba hambriento.

En ello estaba cuando sus grandes ojos azules se fijaron en la figura solitario del fondo de la posada. Un hombre vestido de armadura negra y un extraño pelo blanco parecía callado y reflexivo, dejando claro en toda su disposición que ansiaba la soledad. Fue un flechazo, una daga directa al corazón, para Jaskier no había otra forma de definir la atracción mágica que sintió con tan solo verlo. 

Ni siquiera lo pensó. Le robó a la camarera sin mirarla una cerveza y se dirigió hasta la mesa, tentando a la suerte. Se dio cuenta de que la vida no valía la pena sin riesgo.

—Me encanta cómo te sientas en la esquina y cavilas. - le confesó al hombre mientras se apoyaba en la columna cercana y no era simple galantería. Hacía tiempo que no era tan sincero con nadie.

El desconocido ni siquiera le miró.

—He venido a beber solo.

—Ah, bien, bien... — comentó Jaskier y enseguida se le ocurrió cómo seguir elocuentemente la conversación. — Nadie se ha privado de opinar sobre la calidad de mi actuación salvo... tú.

Necesitaba esforzarse más, por supuesto, para hacerle hablar pero al menos ya le estaba mirando con esos ojos tan extraños, amarillos, similares a los de un felino.

—Venga. No querrás hacer esperar a un hombre con... pan en los pantalones. — conforme lo decía, Jaskier era consciente de que eso último había sonado ridículo, pero no dejó que eso lo detuviese. Siguió hablando esperanzado mientras se sentaba frente a él. — Alguna opinión tendrás, tres palabras o menos.

—No existen.

Fue la escueta respuesta del desconocido y Jaskier se quedó un segundo confundido.

—¿Qué no existen?

—Las criaturas de tus canciones.

—¿Y cómo lo sabes?

Un intenso silencio precedió a su pregunta. El hombre no parecía querer decir más y el entendimiento llegó a Jaskier, quien apenas fue capaz de contener su emoción.

—Oh, bien...Pelo blanco, solitario, dos...espadas que dan mucho miedo. Sé quién eres.

La conversación parecía que se terminaba allí, el hombre tomó sus cosas, dispuesto a irse, ignorando totalmente la desilusión que provocaba su comportamiento en su interlocutor, pero Jaskier no había llegado tan lejos para rendirse. Se levantó de un salto y lo persiguió.

—Eres el brujo. Geralt de Rivia. — le dijo, pero al ver que no se detenía, se dirigió a la audiencia, esperando que alguien lo hiciese por él. — ¡Os lo dije!

Parecía que el destino estaba de parte de Jaskier. Ni siquiera él se acababa de explicar cómo había conseguido seguir al famoso Geralt de Rivia en una de sus misiones, pero ahí estaba y de repente sabía exactamente lo que quería hacer con su vida y tenía muchas ganas de empezar y no parar nunca.

—Mira, quizás tengas razón, quizás las aventuras de verdad son mejores. Y tú hueles a que has vivido muchas. Y a más cosas. ¿Qué es ese olor, cebolla? Es igual. Sea lo que sea, hueles a muerte. Y a destino. A heroicidad y desamor.

—Es cebolla.

Y así empezó todo.

De repente había una razón para cantar. Y para vivir. Y olía a cebolla.

La cara oculta de la luna [Geraskier]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora