11 - La llamada del Lobo Blanco II

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Había vivido tanto tiempo como brujo que no lograba inmutarse con los sucesos sobrenaturales que harían estremecer al más valiente de los hombres, aún así le inquietaba la inevitabilidad del destino que llevaba sacudiendo su camino desde hacía varias décadas. Todo aquello que antes parecía casual ahora en su mente adquiría una siniestra premeditación, desde su transformación en mutante hasta su encuentro con el bardo Jaskier, pasando por su niña de la sorpresa. Todas las veces que intentaba huir solo acaba cayendo más profundamente en el abismo y sentía que estaba a tan solo unos pasos de que volviese a suceder.

Lo encontraría, sabía que lo haría. Jaskier debía estar esperándolo en alguna parte y él era un buen rastreador, guiado por algo más fuerte que su instinto, fuerzas superiores que lo arrastraban. En lugar de resistirse como solía hacer, se estaba dejando llevar a través de los caminos donde Sardinilla trotaba sin vacilación, como si fuese capaz de oler a kilómetros de distancia el inconfundible aroma del bardo, una combinación especiada de sudores y aceites esenciales de flores que se había vuelto especialmente fuerte con la maldición. Geralt sin embargo buscaba otra cosa: restos de destrucción y sangre, el rastro de un depredador.

Tenía garras para despedazar y debían de haber crecido más desde el tiempo que llegaban separados. El Lobo Blanco encontró unos arañazos en los árboles, no muy alejados del camino del oeste que llevaba a los dominios del vizconde de Lettenhove, también había sangre, que continuaba indicando que se había adentrado en la arbolada. Su corazón se inquietó ligeramente pero no era la sangre de Jaskier, quizás se había encontrado con algo que no debía, con la guerra hasta las zonas más seguras se habían convertido en nidos de monstruos.

No podía evitar pensar en el aspecto que tendría el bardo a aquellas alturas e intentaba desechar los sentimientos de culpabilidad que no le dejaban pensar. Si había perdido toda su humanidad lo más fácil y piadoso quizás era matarlo rápidamente, pero sabía que Cirilla no se lo perdonaría y lo cierto es que él mismo tampoco podría.

Amigo, padre, amante; Eran etiquetas que siempre sentiría que le quedarían grandes. Solo traía la desgracia a todos los que alguna vez había querido. Era consciente de esa carga, que pareció volverse más insoportable cuando a lo lejos vislumbró con sus ojos mutantes a Jaskier sentado en la hierba punteando un destrozado laúd, iluminado con los fuegos del atardecer que comenzaba a caer.

Si Geralt de Rivia creyese que el destino no tenía nada que decir sobre ese asunto no hubiese mirado a los cielos buscando los rastros de la luna para encontrar que casi no quedaban rastro de ella. Si eso le inquietó, no lo mostró.

El hecho de que Silva siguiese al lado de su dueño le pareció un buen síntoma. Los animales eran listos, incluso un cabello tan tozudo como aquel. Si hubiese creído que correría peligro hubiese huido, o Jaskier aún no había sucumbido a la sed de sangre o se había entregado con tanta naturalidad a ella que había logrado dirigirla. Ambas respuestas otorgaban al brujo un alivio inesperado.

Guardando la calma, Geralt desmontó y acarició a Sardinilla, que parecía un poco nerviosa ante la aura de calmada ferocidad que emitía Jaskier mientras medía muy bien los movimientos de sus dedos para no acabar de destrozar las cuerdas. Estas emitían un ritmo triste y lastimero.

Aprovechando que el jinete había dejado el camino libre, el caballo de Jaskier hizo un intento descarado de acercamiento hacia su yegua y el brujo le lanzó una muda advertencia, que pareció entender muy bien. No sería al primer animal al que castraría. Silva resopló con resignación y dobló sus patas para sentarse.

— Por favor, no intimides a mi caballo. — le sorprendió la voz de Jaskier, cuya musicalidad estaba rota por la ronquera que la distorsionaba. El bardo dejó de tocar y giró la cabeza para que sus miradas se encontrasen. Sus ojos que aún recordaba de un azul aciano casi cristalino ahora tenían un color sucio y ennegrecido, con toda la esclerótica cubierta de manchas rojas y azuladas, un cielo tormentoso al atardecer. Descendió para observar como la camisa apenas ocultaba el parpadeo del resto de sus ojos y sus dedos largos se retorcían con uñas emponzoñadas, finas como agujas.

La cara oculta de la luna [Geraskier]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora