7 - Eterno invierno: III

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Sus labios sabían a metal fundido, ardientes de fiebre. Sus dientes chocaron con el sonido de dos espadas. Geralt gruñó al sentir que las manos de Jaskier atenazaban sus brazos con inusitada fuerza.

—¡Quiero tu corazón, brujo! — lo escuchó jadear con una voz que no parecía la suya, que poco tenía que ver con el toque dulce y melódico que Jaskier daba a cada una de sus palabras. Su sonrisa parecía compuestas por estacas y sus ojos de aciano inyectados en sangre se clavaban en el Lobo Blanco, brillantes como un depredador que había vislumbrado por fin a su presa. Jaskier abrió la boca y mordió su labio con ferocidad, tirando de él para arrancarlo.

Geralt apoyó sus pies en el estómago de Jaskier y empujó con fuerza para alejarlo. Un grito sobrenatural le indicó lo que ya se temía y el brujo se incorporó para mirar la figura tendida del bardo mientras se llevaba una mano al labio ensangrentado, con los dientes apretados y la mirada atenta a Jaskier, que jadeaba, lleno de dolor.

Gritó de forma desgarradora, rompiendo la quietud de la noche, mientras arqueaba su espalda y abría todos sus ojos. Sus manos tanteaban su ropa, sus uñas afiladas rasgaron las vestimentas para descubrir su pecho y aliviar el dolor. Aquellos siniestros apéndices se movían, las cuentas de sus ojos danzaban mirando alrededor hasta centrarse todos en la figura de Geralt de Rivia. Los ojos se entornaron antes de volverse a abrir, respondiendo a otro espasmo en el cuerpo de Jaskier, acompañado de un aullido ensordecedor.

—¡Ciri, no te acerques! — le advirtió Geralt al ver que la niña se había despertado, pero ella no obedeció. Se acercó por detrás a Jaskier y rapidez le colocó un pañuelo en la boca y lo ató con fuerza detrás de su cabeza, antes de dejarse caer sentada y abrazarle por la espalda, apoyando la cabeza en su hombro.

Jaskier no se resistió, al contrario, agarró los brazos que lo abrazaban de manera desesperada, buscando consuelo y lloró, sollozando de forma ahogada, todo su rostro desfigurado por fluidos ácidos, dándole un aspecto lamentable y vulnerable.

El brujo notó que intentaba cerrar sus ojos pero no lo conseguía, estaban perdidos en algún punto muy lejos de allí. Jaskier estaba viendo la muerte del Lobo Blanco a sus propias manos, la culminación de una obra macabra después de un aquelarre, una fiesta bacanal.

—Geralt, ¿qué le pasa? — le preguntó Ciri en un susurro angustiado. Jaskier le estaba haciendo daño, pero aún así no lo soltaría. El brujo gruñó y se acercó para observarle. El bardo intentó alejarse empujando con los pies el suelo para moverse, pero solo consiguió levantar polvo y provocar que la Leoncilla de Cintra tuviese que cerrar los ojos y clavar más fuerte las rodillas para mantener su posición.

—Hmm... — volvió a gruñir el brujo, esta vez de forma pensativa, mientras posaba sus manos sobre Jaskier, quien no dejaba de mover la cabeza y de intentar hablar para rogarle que se detuviese. Sin contemplaciones ni delicadeza, toqueteó su cuerpo, volteando su rostro, apartando los restos de la camisa para observar esos ojos siniestros que se abrían en su pecho en el que ya no quedaba rastro del vello oscuro y rizado que lo cubría.

De un tirón, se quitó el medallón del lobo que siempre llevaba y lo apretó a su carne, justo al lado del corazón. No hubo ninguna reacción y eso hizo que Geralt suspirase inconscientemente de alivio, aunque duró tan solo un instante, antes de fruncir el ceño. Su segundo diagnóstico no era mucho más tranquilizador que el que había imaginado primero.

—Han echado una maldición a Jaskier.

—¿Quién? — preguntó asustada Ciri. Ella también había comenzado a llorar como Jaskier y no era una escena agradable. — Geralt, ¿puedes curarle?

La cara oculta de la luna [Geraskier]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora