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Chaeyoung había ocupado un polo verde ese día y había teñido su cabello de rosa por un consejo de su madre. Realmente le quedaba bien, o eso pensaba la mujer que la cuidaba con su vida.

Mina no la había visto, porque había estado ocupada todo el día viendo posibilidades de irse a distintas universidades. Aunque aún no tenía claro que quería estudiar.

Cuando llegó a la casa, subió corriendo las escaleras al momento en que la madre de Chaeyoung le dijo que la chica estaba pintando su pared arriba. Y en efecto, Chaeyoung se encontraba de espaldas a la puerta, su sueter tenía manchitas de pintura por todos lados y ella sostenía un pincel que pasaba con delicadeza por un dibujo gigante de dos pingüinos.

Mina no pasó por alto el hecho de que el cabello de la menor se veía jodidamente adorable en ella. La abrazó por la cintura y apoyó su cabeza en el hombro de la más baja.

Chaeyoung no necesitó nada más para saber que se trataba de Mina. Dejó las pinturas a un lado y se dio la vuelta cuando la japonesa por fin la soltó, la mayor se quedó muda cuando vio lo hermosa que se veía Chaeyoung, era aún mejor que cuando la había visto de espaldas. —Mamá dijo que se ve bien, pero quizás a ti no te guste tanto, unnie.

—Te ves demasiado preciosa, pareces una flor chiquitita.

—Puede que no sea la más guapa y éste algo gordita.— Mina apuntó a uno de los pingüinos a sus espaldas que se veía un poquito más rellenito. —Pero te amo mucho.

—¿Bromeas?, eres el pingüinito más perfecto de éste mundo. Y también te amo.

Esa fue la primera vez que Chaeyoung le decía "Te amo" a Mina.

Aunque ya se lo había dicho antes, cuando la mayor dormía, porque le daba mucha vergüenza.

Aunque ya se lo había dicho antes, cuando la mayor dormía, porque le daba mucha vergüenza

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Pasitos de pingüino | Michaeng (Completa) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora