CAPÍTULO II

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Siguió a Walter por los intrincados sótanos, el mayordomo abrió una puerta a su derecha y entraron en una habitación oscura, fría y sin ventanas.

—Debido a su peculiar condición he de preguntarle si para descansar prefiere un ataúd o una cama —le dijo el hombre encendiendo la luz tenue de la estancia.

—Puedo dormir en cualquier parte menos en un ataúd, tengo una ligera claustrofobia —confesó ella entrando en el dormitorio, examinándolo-. De hecho, estaría más cómoda durmiendo fuera de los sótanos, en algún sitio con ventanas.

—Lamento decirle que eso no es posible. Los no-humanos deben dormir aquí, por precaución. Pero puede acceder a los salones y biblioteca de la mansión cuando desee. Que pase una buena noche, o lo que queda de ella —se despidió el mayordomo.

—Ya... Dígale a Íntegra que mañana al amanecer iré a por mis cosas a la ciudad —le informó.

—Por supuesto.

La puerta se cerró y solo hubo silencio. Estaba cansada, más bien agotada. Pero su corazón seguía acelerado ¿Qué acababa de pasar? ¿Cómo había terminado en esa situación? Entró en el baño para darse una ducha y poder pensar con calma mientras el agua limpiaba la sangre seca de su piel. Cuando hubo acabado revisó su ropa, estaba empapada en sangre y destrozada por los disparos de ese asqueroso vampiro. Con la ropa así no iba a poder moverse por la ciudad, llamaría la atención de todos a pesar de que el color negro disimulara la sangre. Tendría que pedir algo que ponerse a la que ahora iba a ser su jefa. Se metió en la cama y dejó la mente en blanco mientras caía presa del cansancio.

Algo resoplaba en su cara, abrió los ojos y se encontró con otros rojos. Se incorporó de golpe en la cama y metió la mano bajo la almohada en busca de su cuchillo, pero no encontró nada. Recordó que no le habían devuelto el armamento. Un enorme perro negro la observaba desde el borde del colchón, moviendo la cola con energía. No estaba segura de que fuera corpóreo, y lo miró con desconfianza. El animal no parecía tener intención de atacarla, así que se acercó y alargó la mano para tocarlo, con curiosidad. El perro se dejó hacer jadeando feliz y de un brinco se subió a la cama.

—Ahora no pareces tan peligroso —sonrió ella rascándole tras las orejas, su pelaje era muy suave.

El can la miró fijamente con sus tres pares de ojos rojos, iguales a los de su amo.

—¿Te gusta? No tiene por costumbre ser tan manso —dijo una voz desde las sombras.

—Fuera de aquí —gruñó ella apresurándose en cubrirse con las sábanas, para que no la viera en ropa interior.

—¿O qué? ¿Me tirarás una almohada? —se mofó Alucard mostrándose al fin.

Blake lo fulminó con la mirada, como lamentaba no tener a mano sus armas en esos momentos.

—Lárgate —le repitió.

—Relájate, o te acabará dando un ataque. Por desgracia tu corazón aun late —la miró con desdén—. Solo he venido a por mi sabueso.

—Pues llévatelo y desaparece.

El animal saltó de la cama y corrió junto a su dueño.

—Buenas noches —se despidió el vampiro con una inclinación de cabeza.

—Púdrete en el infierno —escupió ella.

Riendo, Alucard y su perro desaparecieron en la oscuridad de la habitación. Blake se levantó de la cama y tumbó la mesa que había en el centro de la habitación, con una patada rompió una de sus patas de madera. Buscó alguna superficie afilada, pero no vio ninguna. Así que golpeó la pata contra una de las paredes, una vez tras otra, hasta que la madera se quebró adquiriendo una punta rudimentaria.

Hellsing. Sangre y SombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora