Capítulo Cinco

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Se llamaba Amberly Julia Adams. Algo que, de haber escuchado con mayor atención a Jeremy el día anterior, hubiera sabido.

Un nombre bonito, sin duda, muy dulce, no como la chica. Y que a la vez encerraba una cantidad de información impresionante.

Familia arruinada, madre loca, padre inútil, hermano despistado para los negocios, dos hermanas solteras y una casada, casi diecinueve años...

Solo había sido una pregunta. Una inofensiva pregunta hecha a su ama de llaves, Sophie, a quién tan pronto como se la describió (no de forma demasiado precisa, sólo había dicho "una hermosa joven de ojos claros y sonrisa soñadora") comenzó a investigar y acabó conseguiendo, dos horas depués, saber hasta el número de zapato que calzaba.

Como si tal información le fuera a servir para algo.

Aunque, pensándolo bien, si al final lograba encontrarle esposa (cosa que dudaba seriamente) le compraría unos nuevos (que, sin ofender, parecía que necesitaba urgentemente). Y vestidos. Y joyas. Y cualquier cosas que le pidiera.

Hasta un marido.

Si es que ella por sí sola no daba cazado uno. Cosa que dudaba.

Con la astucia e inteligencia que destilaban aquellos pícaros ojos, William estaba completamente seguro de que lograría cualquier cosa que se propusiera.

Pero aún siendo conocedor de esas virtudes y de toda la información que había conseguido sobre ella, que no era poca, el duque dudaba seriamente en acurdir a su cita porque, tal vez debido a todas las duras experiencias bélicas que había vivido (en las que había comprobado de primera mano que muchas personas pensaban que todo valía y no dudaban en traicionar hasta a aquellos que llamaban amigos) o a su enrevesado carácter, era muy desconfiado.

Aunque no siempre fue así. Hubo un tiempo en que...

No, no debía pensar en aquello.

El caso era que (daba igual el porqué) ya no se fiaba de las personas y, por eso, dudaba de las intenciones de la joven a pesar de que esta le hubiera causado una muy buena primera impresión.

Pero mientras desayunaba sólo, como de costumbre, y le daba vueltas y más vueltas al tema y a la cuchara que había en su taza de café (para revolver un azúcar que se había olvidado de echar) recibió una carta de su hermana (o mejor dicho, su propia carta que obtuvo de vuelta, sin abrir, como todas las que le había mandado desde hacía cuatro años) y aquello, a pesar de entristecerlo, (pues demostraba que su hermana no le había perdonado aún) no lo desanimó sino que lo alentó, pues estaba seguro de conocer la forma adecuada en la que lograría reconciliarse con ella. Así que, lleno de  la determinación que le había faltado hasta el momento, salió de su casa, caminó hasta la de Amberly (soportando las miradas y susurros de las personas que lo veían por la calle, a las que aún no lograba acostumbrarse) y se paró delante de su puerta.

Una vez allí, miró su reloj de bolsillo y, a las diez en punto, alzó la mano para tocarla.

Pero esta se abrió de golpe.

-Buenos días, Lord Devonshire.- le dijo una resplandeciente Amberly.- ¿Listo para nuestro paseo?

William asintió sorprendido y le tendió el brazo. Uno que ella aceptó tan rápida como gustosamente.

Después, ambos comenzaron a caminar hacia la calle con su carabina detrás y, una vez que cruzaron el jardín, él se detuvo y miró hacia ambos lados.

¿Hacia dónde se suponía que debía llevar un caballero a una señorita soltera sin que fuera un escándalo?

-Hyde Parck.- le dijo ella leyendo la pregunta en sus ojos. Él asintió.

Lady Soñadora Adams ( Saga héroes de guerra 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora