Capítulo Nueve

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William miró a Lily a los ojos. Sus ojos, aquellos que compartían y que los hacían, sin lugar a dudas, hermanos.

Azules, alegres y vivos, siempre curiosos.

O al menos así es como los recordaba, y sin embargo, ahora, lo único que veía en ellos era desconfianza, miedo y... esperanza.

-William querido.- lo llamó su madre, Rosalind Devonshire, que apareció de pronto ante él interrumpiendo el momento.

Extravagante, rubia y bajita, su progenitora, cuyos ojos habían heredado ambos hermanos, se contoneó hacia él con ese caminar suyo, diligente y soberbio.

-Madre.- le contestó él inclinando su cabeza a la vez que tomaba y besaba la mano que le ofrecía. Ella lo observó, en un principio, agradada por el gesto.

Pero después, como siempre, levantó la mano y agarró y torció su mandíbula, exponiendo ante ella su cicatriz, que miró con gesto de asco.

-Una parte de mí esperaba que mejorara con el tiempo pero ya veo que no, sigue igual de repulsiva que siempre. - William suspiró.

-Supongo que, efectivamente, hay cosas que nunca cambian, como su no requerida sinceridad.- respondió él, sin inmutarse ante su agravio, al tiempo que la esquivaba y se dirigía hacia su hermana.

Su madre ya le había quitado suficientes cosas en la vida. No iba a quitarle este momento con su hermana también. 

William se paró delante de ella y la observó  dubitativo unos segundos. Sí, era su Lily, sin lugar a dudas. Su tez seguía siendo blanca como el algodón y su pelo trigueño y, para desesperación de su madre, irremediablemente liso. 

Pero había crecido, pensó. Mucho. Antes no le llegaba ni a la cadera y ahora casi rozaba su mentón.

Con el corazón en un puño por la emoción le levantó suavemente la barbilla.

-Déjame mirarte, hace tanto tiempo...- estaba preciosa. Su Lily, su pequeña hermana. Se había transformado en toda una mujer. Una hermosa mujer.- sí, en efecto, gracias a Dios eres afortunada.- dijo él al cabo de unos segundos.- te has convertido en la preciosa joven que siempre supe que serías. No te pareces en nada a nuestra madre.

La mirada cómplice y la pícara media sonrisa que ella le dedicó le agitó el corazón.

Su Lily, la niña traviesa que tanto había querido, seguía ahí dentro, se dijo.

-Bueno, suficiente de tantas tonterías.- volvió a irrumpir de nuevo su madre, tan insistente en sus demandas como siempre.- Lily, sube a meterte en tu cama, lo último que necesita tu cara es que la hinchen unas ojeras. Hijo, te espero en el despacho, debemos hablar.

William puso los ojos en blanco, pero antes de que pudiera protestar su hermana ya se había apresurado a subir las escaleras.

Así que, sin más remedio, tuvo que seguir a su progenitora.

-Si mis fuentes no me han mentido, aún no has encontrado esposa, querido. - le dijo su madre tomando plácidamente asiento delante de su escritorio.

Él, cansado, se dejó caer delante de ella de cualquier forma, provocando una mueca de asco hacia sus modales que casi lo hace sonreír.

Casi. 

- Tus fuentes son acertadas, lady Devonshire. Aún no tengo esposa.- afirmó sincero.- pero ya tengo candidatas.- continuó mientras, cansado, se reclinaba sobre su asiento y cruzaba las manos en gesto desafiante.

Su madre lo miró detenidamente, analizándolo y, tras un segundo, una media sonrisa apareció en su rostro.

-Espero, querido hijo, que una de esas "candidatas" de la que tanto alardeas no sea esa... esa... señorita Adams con la que me han dicho que tan pegado andas últimamente.- sin poder evitarlo, su ceño se frunció y, un instinto de protegerla, especialmente ante su madre, lo embargó.

Lady Soñadora Adams ( Saga héroes de guerra 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora