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La blanca nieve es manchada por el rojo carmesí de la sangre, pequeñas gotas hay desparramadas entre tanta claridad, pero son tan diminutas que habría que prestar bastante atención para percatarse de lo que sucede. Mis ojos verdes alzan la vista mientras sigo observando por la ventana, entonces visualizo a Gabe, mi amigo de la infancia, me hace una seña para que salga de la mansión y yo me muerdo el labio. Si supiera lo que siento por él, quizás no me mirase así. Aunque jamás podría decírselo, por culpa de mi secreto. Lo bueno es que a través del vidrio y de que está alejada la cerca en la que se encuentra, no puede notar mis mejillas ruborizadas, las cuales enrojecen mi blanca piel. Sigue saludándome, así que alzo la mano despacio moviendo los dedos, para acto seguido asentir y retirarme a su encuentro.

Camino por los pasillos de la mansión, las paredes son negras y lúgubres. A la familia Atiye le gusta el decorado de velas y la poca luz. Ellos fueron quienes me acogieron cuando descubrí lo que en realidad soy. Aunque en verdad lo que todos somos en esta extraña secta, sin embargo no es como si hubiéramos decido unirnos sino que sus integrantes, todos, me incluyo, nacimos un 29 de febrero.

Cada cuatro años varias personas nacen en este día especial, para cualquiera sería un día más, pero para nosotros es diferente.

Oigo un grito y me detengo, veo la puerta abierta del imbécil de Julius. Un tipo en el suelo agoniza, entonces de un cuchillazo en la cabeza muere, visualizo al moreno levantarse del suelo luego de matarlo y acto seguido mirarme, regalándome una sonrisa, incluso aunque tenga el cuerpo manchado de sangre.

—Belia —dice mi nombre —¿Qué pasa? Actúas como si nunca hubieras visto un muerto —se burla.

Continúo sin expresión ante tal acotación.

—Aún no es veintinueve —le aclaro —. Qué lo mates y comas ahora no hará que vivas eternamente, no funciona así.

—No seas amargada —Toma un mechón de mis cabellos negros —. Hay que divertirse, falta poco.

Le pego a su mano y no le queda más remedio que soltarlo.

—Como sea —Me giro para retirarme y me agarra del brazo, así que lo miro frunciendo el ceño —¿Qué quieres?

—Sabes lo mucho que me atraes —declara —. Niña enigmática.

—Y tú me das asco —Me aparto otra vez y me alejo.

—¡No te hagas la santa que no eres ninguna! —grita mientras aumento el paso para no oírlo más.

—¿Ocurre algo? —me pregunta esa voz tan calmada.

Me detengo nuevamente cuando veo a la dueña de la casa, con esa melena rubia y ese aire de superioridad, entonces le hago una reverencia para saludarla.

—Señora Atiye.

—¿Todo bien con Julius? —cuestiona tranquila.

Sonrío.

—Sí, solo me estaba molestando, pero él es así, no le presto mucha atención —le aclaro por las dudas.

—¿Saldrás ahora?

Asiento.

—Sí.

—No te olvides que esta noche los espíritus hablarán —me recuerda.

—Jamás lo olvido —digo fríamente —. El gran día es mañana, sería imposible olvidarlo.

Se ríe.

—Lo sé.

Me alejo retrocediendo y aprovecho para irme, porque ella me da escalofríos. Tan bella joven y amable como se la ve, en realidad es una anciana cruel y despiadada. La he visto comer personas sin ni siquiera matarlas, se alimentaba de ellas mientras gritaban. Es lo más horripilante que he visto en esta mansión.

Al fin llego a la puerta de salida y agarro mi abrigo, entonces salgo de la casa. Puedo ver el vapor que sale de mi boca por el frío, mis cabellos negros se mueven por el viento y mis ojos verdes se giran a ver a Gabe que está esperándome, así que corro hacia él.

Sonrío al hablarle.

—¿Qué estás haciendo aquí?

—Mañana es tu cumpleaños al fin —La sonrisa se me borra cuando me dice aquello —. Así que pensé que ya que ese día te encierras en tu casa y no sales, creí que hoy te gustaría venir a la fiesta del pueblo.

Me regresa la alegría.

—Me encantaría.

El pueblo está muy cerca de la mansión que se encuentra aislada. Los Atiye la construyeron allí para mantenerse al margen. No muchos salen de aquella casa enorme y lúgubre que asusta a cada persona que pasa cerca de ahí. Está todo fríamente calculado.

Acompaño a Gabe por el sendero, donde no hay tanta nieve y platicamos un rato hasta llegar a donde están todos bailando, así que me río.

—Tú sí que sabes dónde encontrar buenas fiestas —le aclaro.

—¡Gracias mi querido publico! —Hace una reverencia graciosa y me ofrece su mano —¿Bailas?

—Mm no soy buena —Hago una mueca.

—¡¡No se pregunta!! —Aparece mi otra amiga detrás y me sobresalto —¡Ay te asusté, baila conmigo! —La rubia me agarra de la mano y me lleva al centro de la comparsa para que obligatoriamente me mueva con ella.

El movimiento del baile hace que el frío del aire libre se me vaya, mientras espero que Nara me suelte porque ya me estoy arrepintiendo de haber dudado con Gabe, me encantaría ir con él, el cual también se ha sumado a la fiesta.

Sonrío cuando al fin nos acercamos y entonces al tomar sus manos, sentir su tacto, mi corazón se acelera, en un golpeteo indescriptible, solo mi mente puede repetirlo tanto, estoy enamorada.

El día ha sido precioso, la he pasado de maravilla, pero es hora de volver a la realidad. Una muy cruda. Me despido de mis amigos y al volver a la mansión es bastante tarde, siento un escalofrío al pasar por al lado de esas paredes negras y las velas que poco alumbrar el sitio lúgubre. Llego a la sala principal, entonces visualizo a la señora Atiye, la cual me sonríe regodeándose de algo que todavía no sé qué es, pero que presiento que no es nada bueno.

—Qué alegría que llegas, los espíritus han hablado —me cuenta lo que odio oír cuando está por llegar el "gran día" —. Esta es tu presa.

Estupefacta veo la foto de Gabe.

—¿Qué? —digo impactada.

Una sonrisa retorcida se forma en su rostro para confesar algo que es igual de siniestro a lo que me acaba de aclarar.

—El pueblo es nuestro blanco esta vez.

La maldición de los 29Donde viven las historias. Descúbrelo ahora