C a p í t u l o V I. ❞

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Jae se mantenía jugando con un mazo de 50 naipes españoles que uno de los empleados le había dado para que se entretuviera en los momentos cuando saturaba de aburrimiento, la situación interna era como una especie de humedad a causa de la emoción sosa que se producía en el seno del sistema límbico. Algunas veces empezaba a reír o gritar como el loco que era, incluso en más de una ocasión se chocaba la cabeza o el cuerpo contra la pared o el vidrio que dividía el habitación del paciente y donde se podían asentar las visitas durante unos minutos; en el marco de esta situación, era obvio que la opción de las cartas fue por parte de todo el equipo de profesionales, se las dieron porque pensaban que era un elemento inofensivo y entretenido.

Mezclaba y tiraba los naipes como si fuera un profesional. Paradojica u obviamente su favorita de la baraja era el comodín: un bufón simpático, aquel que era el único capaz de causar la risa en el rey haciéndolo sentir un mortal más, y lo bajaba de ese trono pomposo que rebosaba de poder. Se sentía identificado con esa figura en cierto punto, ese "eso" era alguien que se lo consideraba deforme, un 'probrecito', pero se adaptaba y usaba sus desgracias como una ventaja, viviendo una vida de lujos,  una paradoja -o quizás una muestra de astucia humana- bastante extraordinaria y a la vez, común, algo que solamente a Jae le podía llegar a cortar el sueño.

La puerta de la habitación se abrió y un chico se adentró en el lugar deslizándose bajo luz mortecina, era alguien de complexión juvenil, seguramente no pasaba los 25 años, pero tenía la cara adornada con una cicatriz desde la ceja hasta la mitad de la mejilla, pasando por arriba del ojo color verde, se le sumaba la barba de una semana junto a la ropa ajustada y andrajosa que resaltaba los firmes músculos, era un combo que definitivamente lo hacía parecer mayor una vez se paraba debajo de la luz. Su aura fría imponía respeto o miedo según la persona que lo viese, además, había algo que resaltaba en su cuello: un tatuaje de un peón rojo, el cual era la razón del porqué las personas que le pasaban por al lado ni siquiera se lo quedaban mirando, al contrario, tomaban distancia mientras se mordían la lengua para evitar murmurar cualquier cosa, tanto buena, como mala o común, aceleraban el paso, y si tenían pequeños, rezaban a todo Dios existente para que no digan nada fuera de lugar, y si el niño abría la boca pobre de él.

– No me digas que ya se esparcieron las noticias–dijo el payaso mientras mezclaba con audacia la baraja.

– Lo hicieron, señor. Donghee incluso ha mandado a sus hombres a buscar a su hijo pero no tienen certeza sobre el nombre, y según los informantes, los datos son en su mayoría erróneos–el hombre corpulento hablaba fuerte y claro con su voz grave, sobretodo se mantenía derecho mirando fijamente a su superior– Dígame si debemos poner a alguien para que lo vigile.

Jae se puso de pie mientras que jugaba con uno de los comodines de la baraja, haciéndolo danzar con elegancia entre sus dedos. Caminaba tranquilo de un lado al otro de la celda, como si fuera un león salvaje que se exhibía en una pequeña jaula de un mísero zoológico, estaba apunto de atacar, casi podía sentir que era capaz de lanzarse contra el vidrio y romperlo como si estuviese atravesando un mugroso papel.

Se detuvo en seco y miró a quien era la cabeza entre sus hombre cuando él estaba encerrado en algún lado, ese hombre había pasado como una cita común a cambio de unos pocos billetes verdes de alto valor a un par de supervisores que estuvieran a cargo del ala donde se hospedaba; quizás los trabajadores fueron irresponsables pero es que, para personas que vivían y trabajaban en la indigencia estatal, los dólares eran irresistibles independientemente de su origen.

–No, ya tengo a alguien para esa traba, Kyungsoo, el psiquiatra que trabaja junto al loco del miedo, se preocupó bastante por Sehun y le pedí que se lo llevara con su hijo, así nadie lo encontrará– el jóven quedó sorprendido por el accionar del loco mientras que este lo miraba directo a los ojos– Quiero estar fuera para dentro de dos días, ya abusé bastante de mi estadía ¿Sabés que sirven mejor que en un hotel?– Empezó a reír al fin de la oración, también era normal de él que le dé algún ataque de risa.

Luego de reírse por un par de minutos respiró de forma tranquila evitando ahogarse como siempre lo hacía, esa risa en especial no era voluntaria, el la clasificaba como un tic que lo tenía loco a pesar de que era algo mucho más complejo que eso. Más de una vez se había atragantado con su propia saliva e incluso reía en lugares inapropiados, aunque admitía libremente que esa era su parte favorita, ya que le encantaba su risa y si en el pasado alguien se quejaba él se justificaba con "Es una enfermedad" a pesar de que la mayoría eran hechas a propósito, si se usaba de manera adecuada podía tener sus ventajas, y cómo no iba a aprovecharlas, sería un desperdicio, un pecado, si no lo hiciese. Actualmente a las almas en pena de los pobres habitantes ni se les ocurría, ni aunque les pagasen, quejarse de la risa, vivirán en la dejadez pero tienen sentido común.

–Empezaré a preparar todo señor, con su permiso, me retiro.

El hombre robusto se iba a ir cuando el enfermo le gritó que se quedara quieto, él se congeló, a su jefe no había que llevarle la contraria, podía acabar a uno con solo un chasquido, incluso lo podía hacer con alguien que lo superará enormemente en tamaño.

– ¿Sabés por qué me gustan los bufones? –el hombre negó, siempre le pareció rara la fascinación del payaso por el comodín, pero nunca preguntó total el loco ya se lo iba a decir por cuenta propia en algún momento, era su tema preferido en las charlas– Es el único que tiene confianza completa del rey, por ende, todos tienen confianza en que es inocente, pero son locos, los bufones lo son –con cada palabra que pronunciaba se acercaba cada vez más al vidrio y cuando estuvo cómodamente en frente golpeó la carta contra el mismo, dejó la mano apoyada ahí y en la palma se podía ver el comodín– Él es el único que está tan loco para matar al rey y contarle un chiste de despedida.

El hombre tenía cada célula de su cuerpo alerta, estaba tenso, y trataba de ignorar ese sentimiento de inseguridad para que su jefe no lo notara. A su favor tenía la pobre iluminación del lugar pero no lo sorprendería si llegara a oler el sentimiento o supiera leer la atmósfera, todo a raíz de la experiencia del interno.

En cuanto Jae se dió vuelta el hombre supo que podría retirarse y sin relajar los músculos se dirigió a la salida mientras armaba en su mente qué era lo que le iba a decir a los demás hombres.

𝐈𝐧𝐬𝐚𝐧𝐢𝐫𝐞 ;; Chanhun Donde viven las historias. Descúbrelo ahora