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Las lágrimas le saltaron cuando dio vuelta a la penúltima hoja del libro que estaba leyendo; una apasionada historia del amor entre mujeres, una muy apasionada y picante.

Moonbyul se había pasado los últimos tres días echada al sofá más grande de su morada, leyendo y comiendo toda clase de porquerías que se encontrará.

Los ojos le escocían al sentir la pena que esos escritos causaban al rememorar todos aquellos momentos que le remontaban a los furtivos y desmesurados momentos íntimos, nacientes de un amor muy efusivo.
El timbre del teléfono de casa había sonado con insistencia desde aquella mañana, su madre, inoportuna, le seguía llamando después de aquel efímero encuentro que de nada le había servido. Verle, siempre provocaba un decaimiento en ella.

Su madre no entendía, no sabía hondar en lo profundo de sus sentimientos. 

Sin respetar su momento de reservada melancolía, su madre había llegado a su puerta sin siquiera haber avisado.

Ella odiaba a las personas inoportunas, ¿Pero qué más podía hacer con su madre? ¡Era su madre, al fin y al cabo!

Su madre era una imagen de autoridad que indescriptiblemente, ella respetaba mucho, y le amaba por igual.
–¿Ayudas a mamá a hornear un pastel?

Eran las seis de la tarde, y Moonbyul lucía tan deplorable como el día en que Solar le dejo; hace tres días y dos noches.

Usando unos holgados pantalones de franela y una sudadera de ella, atendió a su madre.
–¿Has venido desde Bucheon, solo para hornear un pastel?
–He venido a ver cómo estabas, ¿Por qué Yongsun y tú no atienden mis llamadas?

Su madre entró sin más. Ella cargo toda la numerable utilería que su madre traía consigo para hornear un pastel.
–Hemos estado muy poco en casa.
–Pues este lugar no tiene la pinta de haber sido habitado muy poco.
–Es por los cachorros… –hizo una pausa, recogiendo un peluche de goma

Moonbyul se sentó en su inmaculada mesa de granito y contempló a su madre.

–¿Qué sucede?
–¿Tiene que pasar algo para que vengas a verme?
–Conociéndote, mas o menos. –su madre, una mujer elegante pasada los cuarenta, pequeña y menuda, se metió la mano al bolso.
–Toma, me he acordado de Yongsun cuando pase de compras.
Moonbyul instalo una falaz sonrisa de ojos, al recibir la caja de arándanos.
–Gracias, le encantarán.
Su madre le puso a hornear un pastel, y cuando, por un efímero momento, ella escuchaba lo que su madre decía acerca del jardín botánico que visitaría en su cumpleaños junto a su padre, Moonbyul, tan frágil en temperamento aquella tarde, sintió, como un incandescente rayo de sol le acariciaba imperceptiblemente el rostro aquella tarde del ocaso, tan intenso como el dolor en su pecho.
La luz reverbero en la esquina de su mesa y todo se volvió silencio.
–Cariño… ¿Qué sucede?
–¿Qué? –murmuro, desconcertada.
–¿Qué sucede contigo, haz estado distraída toda la tarde. ¡Dime qué sucede, ya. Soy tu madre!
–Solar se fue de casa.

Su madre, que en ese preciso momento, estaba adornando el pequeño pastel con betún y fresas, soltó un suspiro.

–¿Qué hiciste está vez?
No pudo ver los ojos de su madre, simplemente agachó la mirada sin decir nada, ella sabía simplemente con ese gesto.
Ella lo sabia.
–Cariño… –su madre acaricio parsimoniosa sus cabellos, mientras pequeñas lágrimas descendían por aquel inmaculado camino perlado.
–Siento que voy a perderle.
–Cariño, no vas a perderle. Ella te ama tanto y tú… bueno, tú eres tan persuasiva en esas cosas.
–Yo también le amo, mamá.
–Pues, deberías replantearte el tipo de amor que le tienes.

Moonbyul se agarró con fuerza a los filos de la mesa. Su madre se movió por toda la cocina, poniéndole en frente un plato de arándanos y un vaso de leche.

Love You Like CrazyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora