Capítulo 3

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Los párpados del rubio platinado le pesaban tanto que las imágenes que veía eran borrosas. No obstante, de forma gradual cobraban sentido y forma.
¿Dónde estaba?
El techo de la cama era de una clara madera de calidad cuyos bordes estaban decorados por corazones de tonos rosados y violetas. Las sábanas que le envolvían eran moradas y desprendían un olor familiar. Es entonces cuando el oso unió toda aquella información y llegó a la conclusión de que el propietario de ese hogar era Vegetta.

Aunque el cura estuvo en varias ocasiones en esa casa, y unas pocas en su habitación, no sabía encajar el sitio en donde se encontraba cada cuarto o qué pasillo seguir para llegar a la entrada. Además, había hecho reformas y transcurrido mucho tiempo desde la última vez que pisó aquel lugar.
Pero ¿por qué está en su casa? ¿Cuándo llegó ahí?
Se levantó de la cama y observó la majestuosidad del cielo anaranjado a través de la ventana.

-¿Q-qué hora es? -se pregunta a sí mismo con voz ronca.

Muy alarmado, por el trabajo que tiene pendiente, camina desorientado hacia una puerta, recorriendo escasos metros cuadrados de la casa y pasando por una habitación cuyas puertas eran metálicas e inaccesibles.
De repente, el olor a comida invade sus fosas nasales y es obligado a seguir aquel embriagador aroma. Sus pasos le llevan hasta una hermosa y espaciosa cocina donde Vegetta se encuentra cortando unas manzanas.

-Buenos días, princeso. -pronuncia el de cabello azabache con una leve sonrisa y hechando un vistazo a su invitado desde el otro lado del cuarto.

-¿Qué hora es? -pregunta alterado ignorando el saludo del más mayor.

-Las ocho. -Samuel vuelve a dirigir su mirada a la fruta que está cortando sin dejar de prestar atención a Rubius.

Un suspiro se escapa de los labios del más joven, tranquilizándose al saber que tiene tiempo de sobra para cenar y luego ir a la iglesia.

-Siento haberte gritado. -se disculpa avanzando hacia la posición del otro - Yo... no pasaba por un buen momento -aclara poniéndose delante de Vegetta, ambos separados por la isla de la cocina.

-No te preocupes, entiendo que te agobiases. Un mal día lo tiene cualquiera.

Pero ese día fue más que solo malo.

-Lo siento de verdad, no volverá a pasar. Te lo compensaré. -el dueño de la casa se detiene en seco y le mira fijamente.

-¿Ah, sí? ¿Cómo? -pregunta curioso levantando una ceja a la vez que se forma en sus labios una pícara media sonrisa.

-E-eh, no sé. Una comida o algo. -responde rápidamente algo nervioso por la expresión de su acompañante.

-Claro, una comida. -sonríe volviendo a su quehacer -La cena está en la nevera. Primera balda, en un plato cubierto.

-Vale, gracias.

El rubio platinado, tras calentar su comida, se sienta en el final del mueble donde se encuentra Vegetta y empieza a comer.

-Oye Vege, ¿qué es esa habitación con puertas de metal?

-Una habitación sin más, con cofres.

-¿Y qué guardas ahí, todo tu dinero o qué? -cuestiona en tono de burla el más joven.

-Más que eso. Libros, armaduras, espadas... cadenas -pronuncia haciendo hincapié en esto último lanzando una mirada de reojo al oso, quien le devuelve la mirada sin entender muy bien a qué se refiere.

-¿A lo sadomaso? -su incredulidad y ternura con la que pronuncia esas palabras provoca que Vegetta suelte una carcajada suave.

-Sí, justo eso. -dice abriendo un pequeño armario para alcanzarle un vaso al más joven.

-Y ¿por qué me trajiste a tu casa? Podrías haberme dejado dormir en la mía.

-Estaba preocupado. Y al revisar tus cofres vi que no tenías comida de ningún tipo, así que decidí llevarte conmigo para que cuando despertarses tuvieses algo que comer. No quería dejarte solo.

-Oh, se me olvidó ir a comprar -admite rascándose la nunca con una sonrisa -De todas formas, muchas gracias por la cena -expresa recogiendo para después lavar la cubertería y vajilla, a pesar de que Vegetta le riñese diciendo que era su invitado y que lo haría él.

-Debería irme a casa ya -pronuncia siguiendo los movimientos del de ojos morados, quien guarda comida en su nevera.

-¿Ya? ¿Tienes prisa? -se acerca mirando el reloj colgado en la pared.

-Un poco -asiente el rubio pasando su mano por su cabello.

-Te acompaño. -Vegetta apoya su mano en el hombro del oso.

-No -niega al acto -hace falta -termina la frase tras unos segundos con una sonrisa nerviosa. -Es que-

-Me tienes miedo. -afirma tras analizar el comportamiento de su amigo.

-Y-yo n-

-¿Por qué? Sabes muy bien que nunca te haría daño. -interrumpe alzando ligeramente la voz.

-La pesadilla y -traga saliva cortando sus palabras.

-¿Y?

El cura niega con la cabeza. Y que tienes los ojos morados y eres igual de alto que esa persona.

-Puedo ayudarte con lo que sea. Lo sabes ¿no?

-Esto es distinto.

-¿En qué?

-Déjalo, de verdad. Solo déjalo -concluye Rubius dando media vuelta y caminando hacia la salida mientras Vegetta se queda en su sitio sin saber cómo actuar.

En cuanto se encuentra en la entrada de su hogar se detiene. Posa su mano en el pomo de la puerta y cierra los ojos.

-Él solo quiere ayudar -resuena en su cabeza -Y tú solo te cierras a cal y canto. Es cierto que se parece, pero él no es así. Es una buena persona y lo conoces desde hace tanto... "Nunca te haría daño" -la voz de Vegetta se escucha en sus pensamientos. -Es verdad, nunca me haría daño, pero si dejo que se meta en esto se lo haré yo -los ojos color miel del cura se llenan de lágrimas paulatinamente.
-Nadie puede ayudarme -declara en un hilo de voz secando sus lágrimas y girando el pomo para entrar en la casa.

Pasan los minutos y el reloj ya marca las 22:30. Justo a tiempo para que el oso parta hacia la iglesia a contar el dinero ganado por la venta de libros y dejarlo donde corresponde.
Podría haberle mandado al otro cura a hacerlo, pero no quería que corriese su misma suerte al quedarse a altas horas de la noche.

-Qué masoquista -exclama una vocecita en su cabeza -Lo hago para que nadie sufra, no por gusto.

El camino hacia la iglesia se le hizo largo y cansado. El canto de las aves, el sonido del viento, las hojas cayendo... Cualquier ruido le alertaba.

Ya eran las once y la gente se hallaba en sus casas, a salvo de cualquier peligro, dejando las calles solitarias y una iglesia vacía en frente suyo.

Lo primero que hace al entrar es encender las luces del edificio y recoger la cajita con todo lo recaudado. Acto seguido traga saliva y se encamina a bajar las escaleras del sótano.

Transcurren treinta minutos y el cura finiquita su tarea guardando todo en su lugar. Su única fuente de luz, una antorcha, es apagada por culpa de la brisa y ésta es acompañada del sonido de la puerta cerrarse.

-Mierda -pronuncia el cura sintiendo como su corazón se acelera.

La llama de la antocha vuelve a encenderse dejando ver al enmascarado sujetando ésta con, al parecer del cura, una sonrisa dibujada en sus labios.

-Cuida tus palabras, estamos en la casa del Señor. -se burla el de ojos morados.

...

Uis... Por fin nuevo capítulo. Espero traer MUY pronto el siguiente.
Advertencia ⚠ : habrá contenido +18 así que avisados/as quedan (igualmente lo volveré a repetir en el capítulo que sigue)
Se viene posible directito Rubegetta el domingo 0¬0

Indecente - Rubegetta 🐻🐺 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora