Capítulo 8

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Los rayos cálidos del sol acarician la piel de Rubius, quien se revuelve sobre el colchón por culpa de una conversación que se escucha lejana.
Pestañea repetidas veces hasta abrir los ojos dejando una expresión adormilada en su rostro.
Momentáneamente, el oso se queda estupefacto ante la extraña habitación, pero en cuestión de segundos recuerda todo lo sucedido la noche anterior.
Rápidamente hace rodar su cuerpo, encontrándose con una cama desocupada y ordenada a su lado, ocasionando al cura una sensación de vacío.

Quería ayudarle a llegar a casa —piensa cabizbajo sentado en el borde del colchón.

Rubius sale del hospital un poco desorientado, tras una corta charla sobre el paradero de su amigo, el cual, según palabras del recepcionista, dejó el lugar hace poco más de una hora.

—¿Tan tarde me he levantado? —se pregunta observando el sol que asciende a lo lejos entre los árboles.

El cura no quiso admitir su perceptible desilusión por la ausencia de Vegetta en la mañana, por lo que se encaminó hacia su hogar decidido a cumplir ciertas tareas pendientes y así poder distraer sus pensamientos.

Transcurren los minutos y nada más llegar decide llevarse una pequeña mochila con todo lo necesario dentro para hacer la compra de todo un mes.

—No tenías comida de ningún tipo —resuena la voz de Vegetta en la mente del rubio —así que decidí llevarte conmigo.

Su cabeza no paraba de rememorar situaciones que, a su parecer, eran cotidianas y sin importancia. A pesar de que en el fondo sabía perfectamente que eran fruto del reciente descubrimiento sobre sus sentimientos hacia Vegetta, los cuales niega rotundamente.
No quería volver a vivir el desamor en primera persona y menos si se trataba del mismo por quien lo sufrió.

Justo al sentir en su palma el frío metal del pomo, los recuerdos sobre la noche anterior se hacen presentes. La sensación que percibió al apoyar su espalda contra la pared helada, las marcas rojizas originadas por aquella cálida lengua recorriendo su sensible cuello mientras...

Debo, debo taparme. —interrumpe el oso saliendo del breve trance y concentrando su atención en el mundo real.

Rubius encuentra, para su suerte, una camiseta con cuello largo y lo acompaña con una sudadera negra.

El rubio platinado, tras volver por donde había venido, se adentró en la primera calle del pueblo encontrándose de frente con Mangel, cuya expresión de sorpresa al casi chocar con Rubius, se transformó en una sonrisa al notar a su amigo.

—Cuánto tiempo Rubius —dice el chico con su característico acento andaluz.

—Sí, ya ha pasado más de una semana. ¿Qué tal con Lolito? —pregunta el rubio mirando fijamente a su mejor amigo.

—Bien, poco a poco se está adaptando a su "nueva vida" como lo llama él —aclara haciendo gestos con las manos.

—Me alegro por él, aunque tampoco hay que fliparse tanto que el otro pueblo está aquí cerca ¿eh? —ambos amigos se ríen al unísono.

Mangel le invita a Rubius a desayunar con él en una cafetería del pueblo, provocando que éste olvide por completo su objetivo inicial.

—¿Y qué tal por aquí? ¿Nada interesante? —pregunta el de gafas tras tomar un sorbo de su café.

—No, nada de nada —responde Rubius intentando despejar las imágenes del enmascarado que le vienen a la cabeza, produciéndole cierto nerviosismo.

—¿Seguro Rubius? —cuestiona observándolo, percibiendo su mala forma de mentir que acostumbra a detectar desde que eran adolescentes.

—Sí —cecea el oso sorviendo su batido.

Indecente - Rubegetta 🐻🐺 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora