Capítulo 2

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Vivir en Nueva York era como una gran montaña rusa en la que Eiji había decidido subir y aventurarse sin importar si al final terminaba de cabeza

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Vivir en Nueva York era como una gran montaña rusa en la que Eiji había decidido subir y aventurarse sin importar si al final terminaba de cabeza. La ciudad era toda una jungla comparada al siempre tranquilo y silencioso Izumo, y eso al Omega le encantaba.

Parecía haber sido ayer cuando llegó a ese país desconocido con un inglés algo tropezado y con Ibe-san vigilando de cerca cada paso que daba. Eiji aún sonreía al recordar ese tiempo en el que el hombre no lo dejaba ir solo ni a la esquina, y es que Ibe siempre se había caracterizado por ser algo sobreprotector con el hijo mayor de la familia Okumura. Desde que el bailarín tenía memoria, no recordaba un solo día en el que el Beta no haya estado allí para hacerlo reír, permitiéndole todo eso que sus padres le negaban. Al ser amigo cercano de la familia casi siempre era invitado a cenar o pasar el rato, aunque solía compartir la mayor parte de su tiempo con él, ya sea jugando en el patio o comiendo golosinas a escondidas de sus estrictos progenitores.

Era muy divertido, pero lastimosamente la diversión duraba solo unas cuantas horas. Una vez que Ibe cruzaba la puerta de salida, despidiéndose con la mano y prometiendo que pronto volvería, las reglas y etiquetas regresaban; los juguetes eran guardados y Eiji dejaba de ser un niño para hundirse en libros de geografía, historia y de más, siendo sometido por sus padres y obligado a ser el hijo perfecto que tanto buscaban.

Mientras tanto, al nipón solo le quedaba esperar la próxima visita del mejor amigo de su padre.

El pequeño Eiji nunca se preguntó el porqué un adulto prefería jugar a los superhéroes con él en lugar de ver el partido de fútbol en la sala junto a personas de su edad, para él era simple hacerse la idea de que Ibe-san era su amigo, su único amigo y los amigos tenían que estar juntos. Sencillo.

Solo fue capaz de darle un sentido más profundo cuando llegó a la adolescencia y un recuerdo de su infancia fue desempolvado al ver el jardín trasero. Pudo verse a él y al Beta tratando de atrapar luciérnagas en medio de la noche. Descubrió que cada rincón de la casa guardaba algún recuerdo que, a pesar de todo, eran memorias de una niñez alegre. Ibe-san siempre había buscado eso, darle una niñez alegre. De allí la razón por la que hasta hoy en día podía atreverse a decir que tenía más recuerdos amenos con el japonés mayor que con su propia familia.

Ibe era su héroe, ese que se había encargado de romper las cadenas que apresaban sus muñecas, empujándolo a seguir ese sueño que por años había sido repudiado por sus padres, sin importarle siquiera que los lazos con ellos sean cortados. Con papeles falsificados y el peligro de ser descubiertos, logró escapar de un destino reducido a ser una incubadora y ama de casa. Gracias a él, solo a él estaba donde siempre había querido estar.

Ahora luego de dos años y con un inglés más fluido, residía en un pequeño departamento cerca del centro. La cara de Ibe cuando le dió la noticia de que pensaba independizarse fue todo un poema, pero al final el hombre terminó ayudándole a buscar un lugar, y no porque quisiese deshacerse de él, sino porque quería asegurarse de que fuese seguro y de que esté cerca por si surgía alguna emergencia. Así que Eiji terminó consiguiendo un pequeño y acogedor apartamento a tan solo cinco calles de distancia del de Ibe.

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