Parte 3. Las apuestas se hacen con los ángeles... o con los demonios.

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Dietrich se habia sentido tan mal, algo estaba ocurriendo con su amado niño. No solo era el hecho de haberle transmitido el Don Oscuro, sino que el cuerpo del niño aun estaba en la cama, quieto, con sus hermosos ojos azules abiertos, respirando de una manera tan sombría, era una estatua poseída.

— Travion... Travion — lo llamaba sin ningún éxito, él no respondía. Y entonces al tercer día comprendió — Asmodeo...

Los ojos azules de la estatua se giraron hacia él, mirándole por un segundo y volviendo a su estática posición en el vacío.

Al día siguiente unos gritos ensordecedores llegaron a los oídos de Dietrich. Su niño estaba chillando y revolcándose en la cama, encogido en si mismo ahogado en llanto.

— ¿Qué ocurre? Travion, ¿Qué ocurre? — pregunto el hombre, tomando el perdido rostro del chico.

—Duele — había jadeado en respuesta —Tengo hambre...

¿Cómo explicarle a alguien qué es el Don Oscuro? Sobre todo a alguien que amas, pero tenía que hacerlo. Dietrich se había sentado, sosteniendo la cabeza del joven rubio en caricias.

—Asmodeo, ahora vive en ti... ¿Qué es lo que te dijo?

Aun cuando el nombre le causaba cierto pavor, una especie de fascinación inexplicable lo recorría por completo por querer repetir ese nombre una y otra vez.

—"Hijo, bienvenido" — repitió, seguro entonces de que las palabras que habia escuchado cuando creyó haber muerto eran ciertas y reales, ahora, la cuestión era ¿Qué le habia ocurrido? Definitivamente se sentía diferente, se sentía vivo, sus ojos podían ver cada detalle en la habitación como si estuviera siendo dibujada pieza por pieza, y no sólo su vista era diferente, su olfato, cada olor siendo detectado de manera en que podía percibir miles de aromas por separado a su alrededor. Su oído era una cosa enloquecedora, en las noches, podía escuchar el corazón de Dietrich latir al otro lado de la pared. Cuando se quedaba quieto sentía como su cordura desflorecía y marchitaba, poco a poco, como las hojas cayendo en otoño. Se clavaba los dientes de vez en vez, esos dientes que le habían crecido y afilado, sus caninos aplastando la suavidad de su labio inferior cuando intentaba callar sus gritos.

— No temas amor mío, no temas, te acostumbrarás...

— Pero tengo hambre, Dietrich, dame una fruta, un pan... muero de hambre.

Travion se aferraba a los pantalones de su amado mayor, llorando en su pena y desdicha, no entendía por qué no había comida en días, no recordaba haber estado tendido como muerto. Pero el moreno se negó en traer nada.

— Beberás la sangre de otros para vivir, servirás a Asmodeo, tu nuevo padre, tu creador, beberás sangre para él. La comida humana no es para nosotros, eres un servidor y a cambio, tu enfermedad ha sido curada, tu sangre limpiada, y reemplazada por una sangre inmortal. Y serás inmortal como yo.

Dietrich habia llevado entonces a Travion a otra habitación. Para sorpresa del mayor el joven se veía tranquilo, como si pensara una y otra vez en sus palabras. Una habitación que parece un calabozo, el olor a muerte y sangre invadieron los sentidos de Travion, llenándolo de euforia, de hambre, de sed. Dietrich lo sostuvo bien para evitar que llegara antes a aquella joven criatura humana atada para su almuerzo. Y entonces Travion lo entendió. Vampirismo. Lilith. Demonios y esas cosas, todo en su mente obligándolo a desear la esencia vital de aquella humana.

—Beberás sangre para él...y el dolor desaparecerá — entonces Dietrich dejo ir al chico por su presa.

Pero Travion no se movió, ni un centímetro aun cuando el olor era delicioso, aun cuando sentía su cuerpo sucumbir ante el deseo y sed. No se movió, las lágrimas brotaban mientras miraba a la figura encogida contra el rincón, sus ojos atravesaban la oscuridad tocando hasta el último detalle de la sucia piel de la humana, como su cabello se pegaba en ella por el sudor. Incluyendo las venas en sus brazos, podía sentir el pulso de la muchacha debajo de sus dientes.

Y durante los días siguientes se quedo en el calabozo, mirando a la joven quien a veces se despertaba para mirarle, ella no estaba consciente de su alrededor, loca dirían muchos, deliraba mientras del otro lado Travion deliraba también. Lloraba día y noche, gritaba, quería arrancarse la piel porque el hambre era tal que estaba a punto de volver loco también.

—Travion, mi ángel, come por favor — pedía Dietrich pero sin irrumpir en nada.

Travion le miraba con la cara de porcelana manchada y angustiada pero con ojos tan inteligentes y seguros como los de un zorro.

—No, no...Un poco...sé que podre un poco más.

Al cuarto día se había probado a sí mismo. El necio, orgulloso, engreído y seductor demonio dentro de él se reía encantado por su entusiasmo a no comer. La primera vez que Travion probó la sangre humana había sido la delicia de los dioses, eso imaginaba, la sensación cálida del líquido vital en su boca bajando a su garganta, la forma en que sus dientes podían desgarrar la carne humana, sus manos romper huesos. Había visto la mente de la mujer, fragmentos de su vida, la niña que había vivido en la calle desde siempre, cómo había nacido enferma de la mente y vagado hasta el día en que Dietrich la trajo para él. No eran pensamientos muy coherentes pero era vida de otra vida y podía verla a través de sus venas.

Asmodeo estaba feliz y amaba a Travion tanto como Travion amaba su nuevo yo.

Travion, el vampiro.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora