2. Proyecto Andrómeda

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Cuando salieron de las oficinas ese día, el solo precario de invierno todavía se veía bañar las calles. Basch, que se había quedado un poco más a entregar su reporte, se encontró con quien sería su compañero, un hombre voluntario a una misión que probablemente le traería la muerte si se permitía dudar un segundo. Su caso no era muy diferente, con familia nativa de Alemania, fue fácil crear sus antecedentes.

—¿Has terminado? —preguntó el hombre, que poco más que un gruñido de asentimiento, y un breve saludo le había dedicado. Basch estaba bien con eso; le permitía poner en orden sus pensamientos, y que su compañero fuera prudente con las palabras, auguraba que había menos posibilidades de meterse en problemas por un comentario imprudente.

—Sí, ¿en dónde nos estamos hospedando hay servicio de comida? —preguntó Basch, sacando del bolsillo de su chaqueta una cajetilla de cigarrillos, vicio que había dejado gracias a los esfuerzos de su hermana menor. Sin embargo, solo en una misión que podría llevarlo hasta el otro lado del continente, y con sus nervios en una delgada línea de histeria, o extrema cautela, se había dejado caer de nuevo—. ¿Fumas?

—No —negó Berwald—. Y sobre tu pregunta: hay un pequeño restaurante local cerca de aquí, más variado que la cocina de una posada.

Ambos caminaron sin mediar más discusión, y Basch observó las calles ordenadas suecas, que mucho le recordaban a los barrios pacíficos de su hogar. No iba a lamentarse del predicamento y dificultad en la que se encontraba, el mismo había optado por esa opción; no obstante, eso no le impedía tener el derecho de extrañar a su familia, o mejor dicho a Lili, su hermana menor a la que tuvo que renunciar y desconocer. No tenía otra opción: si descubren su nacionalidad, eso pondría en enormes problemas al gobierno suizo, siempre usando su neutralidad para protegerse.

Su hermana estaba a salvo, al menos, bajo el refugio de los familiares maternos que eran fervientes católicos, residiendo ahora en Viena bajo otro apellido.

(Al menos estaba bajo el ojo atento de su familia. No cambiaba, que no tenerla bajo su cuidado lo dejaba demasiado intranquilo).

Las razones por las que hacía eso, cuando pensaba en las personas importantes para él, eran a veces difusas. Sus pensamientos volvieron a centrarse cuando Berwald le indicó entrar a un pequeño, pero impecable, establecimiento con variada clientela deteniéndose a almorzar.

—Hay algo que no dije —dijo de repente Basch, sondeando el dulzor del chocolate caliente que había ordenado, algo que tomaba cuando estaba reflexionando sobre algo, arraigado por Lili, quien se empecinaba en prepararlo en situaciones difíciles.

Decirle eso a Berwald no era necesario, pero al saber las razones del hombre, y los riesgos, para ingresar al dichoso Proyecto Andrómeda, le daban cierta sensación de responsabilidad. Y quizás fuera parte de las habilidades adquiridas como doble agente, pero podía discernir la angustia que rondaba en esos ojos azules de aquel hombretón con expresión hosca.

La incertidumbre disimulada con maestría, y la expresión blanca del hombre, era un contraste casi infantil. Era difícil no tomarle agrado, o piedad. Además, que tarde o temprano, tendrían que construir una confianza inamovible.

—Sobre lo ocurrido de dónde vengo, todavía reporte más de lo que escuchaste —dijo Basch tan vagamente como pudo—. ¿Tienes una foto de tu hermano?

Berwald dudó, pero mostró la más reciente, una imagen en blanco y negro de Mathias con sonrisa de esas sin preocupaciones que eran propias de él. En la captura, estaba su esposa, una bonita finesa de la cual siempre guardo amores de infancia, unos que tardó con mucha amargura en dejar de lado cuando se casó con su hermano mayor.

Al compas del silencio | Hetalia [SwissSu (Suiza x Suecia)]Where stories live. Discover now