7. Punto de cruce

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A pesar de las circunstancias, la incertidumbre que alargaba sus noches insomnes, y las pocas noticias que tenía del ejército alemán, o mejor dicho, de su esposo, se había acomodado con notable rapidez a su vida con la resistencia Belga de esa parte de la frontera, y su peculiar líder danés que hablaba en un inglés un tanto difícil de entender.

Sabía que no podían permitirse llevarla a un hospital con el riesgo de que en su ingreso alguien al reconociera, o se viera en riesgo de revelar su identidad; sin embargo, entre sus filas —y gracias a la inteligencia de Mathias ampliando su red de apoyo— tenían algunos aliados de países ocupados con profesiones que eran útiles, como el caso de doctores.

Johanna no podía más que tomarle cariño y gran estima a las atenciones de Mathias, que además de mantener seguros a los refugiados que llegaban con ellos, no la dejaba desamparada. No podía entender como no le guardaban rencor considerando las acciones de su país de nacimiento, o de la nación de su esposo.

La austriaca tenía demasiadas preocupaciones, como el innegable avance de su embarazo y los riesgos que conlleva que tuviera que nacer su hijo en circunstancias tan precarias; sin mencionar que Gilbert tal vez ya había dado por muerta (no tenía manera de buscar hablar con él sin poner en riesgo a los demás). Lo único que podía pedir Johanna era que su pareja estuviera seguro y logrará llegar al final de la guerra.

De un u otra forma, las diferentes actividades que encontraba para ocuparse lograban conservar su cordura y su ansiedad a niveles aceptables; por otra parte, la actitud de Mathias la hacía querer ser positiva.

—¿No necesitas ir con alguien? —preguntó Johanna preocupada, ayudando a acomodar la peluca que tenía Mathias sobre su cabeza, mientras Emma ajustaba la venda que mantenía el brazo de su líder pegado al torso de éste.

—¡No es la primera vez que lo hace! ¿No es sorprendente? —Elogió Emma con una sonrisa, anudando bien la venda—. ¡Listo! Definitivamente pensarán que eres un anciano sin un brazo esta vez.

—No puedo tener certeza de que no haya riesgos —reprochó la austriaca al ver lo despreocupado de los otros dos.

—¡Está bien, está bien! —Aseguró el hombre, probando la firmeza de las vendas; movió el hombro un poco para evitar que se acalambre muy pronto—. Siempre buscó ir como alguien diferente a esta reunión; y a quien voy a ver siempre nos da buena información, se mueve «trabajando» con ellos.

Johanna se cruzó de brazos no muy conforme con las medidas de Mathias y Emma, pero confiaba en ellos. Sin decir nada más, acomodó la barba falsa del hombre y el sombrero que ofrecía una buena sombra para disimular sus rasgos. Mathias se observó frente al espejo; su rostro casi cubierto por barba falsa y cabello blancuzco.

—Esperen buenas noticias —les dijo Mathias antes de irse dirección al este, buscando abordar un tren para su reunión.

Mathias estaba preocupado, pero no significaba que se dejaría abrumar por ello.

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La mujer examinó con una sonrisa el lugar una última vez: «había llegado un poco temprano», pensó con un poco de impaciencia. Aunque no le molestaba esperar, y su esposo estaba al tanto de la situación, que no quitaba su paranoia y la insistencia de que tenía que telefonear tan pronto terminara su reunión (¿Cuánto no se negó a aceptar que ayudará a las resistencias? Había tenido que confesar que estaba relacionada con Andrómeda).

No estaba muy contenta con tener que moverse hasta la frontera Belga desde París, pero era lo más seguro para Mathias.

Hacía mucho que no veía a Arthur; pero desde que parís había sido ocupado con su familia en él, ella había aprovechado su ascendencia alemana por parte de su padre, y cambiado su nacionalidad (de momento). No podía abandonar su país aceptando huir a algún lugar con ayuda de los aliados. Esperaba que su marido comprendiera sus motivos.

Al compas del silencio | Hetalia [SwissSu (Suiza x Suecia)]Where stories live. Discover now