El verano llegó a su fin en Rodwell y acabó con el día a día de los Richter. La reciente calma y las tardes cálidas quedaron opacadas por la preparación de la vuelta a clases. Fue así que los hermanos se vieron agobiados en la que debía ser su última semana de libertad. La madre capturaba su tiempo entre sastres para los uniformes, salir de compras, conseguir llenar requisitos y preparar el equipaje. Ignoraba por completo el desagrado que Issak y Leo desarrollaban por el tema y, en particular, por el nuevo colegio.
El lugar era elección del señor Richter, obligado por el consejo de un colega y, esperaba, futuro inversionista para sus negocios. Escuchó maravillas de la institución, un viejo internado no muy lejos de Rodwell que ofrecía la mejor educación entre las ciudades vecinas. En un principio el padre no mostró mucho interés. Encontraba la idea un tanto absurda, pues no era la clase de escuela a la que estaba acostumbrado. Pero entre charlas y comentarios acabó por encontrarle gusto a los aciertos y desestimó las desventajas.
Poco importaba si Leo tenía una opinión al respecto. La decisión quedó tomada. Él tendría que adaptarse a ella; pero fingió ignorar el tema hasta el último momento, apenas antes de emprender el camino al nuevo colegio. Fue cuando se lo anunció a Eloise.
—Me marcho —dijo Leo una tarde.
Ella detuvo su lectura y puso su mirada en él. Aquel día el tema era Hamlet, aunque para conseguirlo tuvieron que sacarlo a escondidas de las repisas de su padre. Leo lo ansiaba desde la primera vez que lo vio y ahora lo encontraba como un insulto, una despedida no deseada.
Sentados sobre el pasto se observaron el uno al otro con seriedad. Fue así por algunos segundos. Entonces Eloise volvió a centrarse en la lectura como si nada la hubiese interrumpido.
—Pero vendrás pronto, ¿verdad? —preguntó Eloise entre actos.
—Días festivos y vacaciones. —Leo suspiró despacio y agregó—: Eso dijo mi padre.
—Ya continuaremos entonces.
Leo evitó decirle a Eloise que no eran los libros los que mantenían su mente ocupada.
En su antigua vida, en la ciudad, el mundo funcionaba simple para él. Nacido y criado en el mismo lugar, Leo no tenía que preocuparse por conseguir amigos o conocidos. Parte importante de la sociedad eran las normas de etiqueta y sus relaciones se cimentaban bajo esta estructura. Tenía compañeros de día a día más porque crecieran juntos que por amistad, lo invitaban a las celebraciones debido a que los buenos vecinos no conocían otros modos. Formaba parte del grupo con la naturalidad en que se mueve alguien entre el mobiliario de una antigua habitación o con la atención con que se camina por calles conocidas.
Leo no recordaba entablar una charla por decisión propia o que se le tomara en cuenta sin que los modales fueran la causa. Por eso le aterraba el nuevo colegio. Él no poseía la personalidad carismática de Issak ni contaría con amigos para facilitar el cambio. Tenía a su hermano, claro, pero durante el verano vio demostrado que el parentesco podía quedar aparte si la situación lo ameritaba. Eloise era el único resquicio de vida social con la que Leo contaba, un viento de primavera para aquellos tiempos desiertos. Un viento que se perdería una vez que debiera marchar a la escuela.
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Para que no te olvides
Teen FictionPara que no te olvides es una historia que te transporta a los años pasados, donde habitan viejos amores y sueños desvalidos. La esperanza es un lujo del que pocos presumen y días cálidos son seguidos por noches de tormenta. La soledad abunda, pero...