"¿Me acompañas al infierno?"

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(-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩___-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩-̩̩̩)

El lugar era oscuro, húmedo y pequeño. No entendía cómo había llegado. Para empezar, ¿No estaba peleando junto a Peter Parker? ¿No se encontraba luchando para hacerle justicia al trágico destino que encontró el Castigador a manos de Venom? Tal vez la respuesta era un no ya que ahora lo que le rodeaba era un ininterrumpido silencio en aquel sitio que sólo podía asemejarse a una cueva submarina. No había nada, no sentía nada y es que, en realidad, nada le hablaba o escuchaba.

Estaba solo. Se sentía más solo que cuando Foggy le dio la espalda y dividió al bufete. Estaba tan furioso. Quería llorar, gritar de frustración, incluso, arrancarse el cabello y chocar los puños contra las rocas bajo sus pies hasta poder sentir en carne viva como sus nudillos se abrían para que la oscuridad apreciara sus huesos y tendones.

Se sentía muy mal, pero el vómito parecía no querer ser expulsado. Su ropa estaba seca a pesar de que la fiebre del horror era evidente haciendo peso sobre su agotada espalda. Tanto peso, tanta presión, tanto dolor. Era como estar en la piel de un animal: sin nadie a quien pedir ayuda, sin poder expresarse, sin tener la oportunidad de correr a un mejor destino o siquiera encontrar la forma apropiada de matarse sin un sufrimiento peor al que ya experimentaba. Sus piernas no podían erguirse, debido a que estaba acuclillado en aquel lugar angosto. Intentaba hacer de todo para encontrar una salida, pero sólo logró chocar contra paredes llenas de largos y afilados picos que cortaron severamente sus mejillas.

Tanta oscuridad, tanto odio y tanta angustia. Quiso gritar, o al menos susurrar, por ayuda ya que la necesidad de ella era cada vez más fuerte y estridente dentro de su dañado ser, sin embargo, nadie venía en su auxilio, nadie parecía escucharle ni ver los borbotones de sangre fluyendo de su mandíbula luxada. No existía nadie en aquella parte olvidada del mundo. Ya no valía la pena pedir un auxilio que jamás llegaría a alguien como él, a alguien como Matthew Murdock, el abogado más odiado de New York, el justiciero más problemático de La Cocina del Infierno: un ser indigno en todo el sentido de la palabra.

Estaba tan oscuro, aún si Matt no fuera ciego, no sería capaz ver ni la más mínima cosa. Frío, mucho frío, demasiado. Estaba temblando, y aunque ya no podía retorcerse más del dolor, estaba exhausto. Sus tobillos estaban más que sólo adoloridos: estaban desgarrados. Matthew pudo sentir como el espeso color rojo de su sangre pintaba la cueva que cada vez se le hacía más y más pequeña. El oxígeno se esfumaba con cada respiración y el pánico y pavor de verse en un horror semejante le hacían hiperventilar.

Intentó hablar, pero nada salió de su boca. Intentó escarbar para escapar de ese horrido destino (un destino peor que el de su amigo), pero sus uñas se salieron por todos los esfuerzos. Intentó arrastrarse aún más lejos que antes, pero los picos cortaron sus muslos y, la tela de su traje pronto se vio hecha girones. Intentó utilizar sus bastones para quebrar los picos, pero hizo un mal movimiento y su muñeca quedó perforada por uno de estos.

El grito que pudo haber quebrado con aquel mutis infernal sólo quedó atrapado en su garganta, en la mayor parte, mientras que un diminuto gemido fue el que se escapó por una de las comisuras de sus labios. Matt podía sentir la sangre escapando de todos sus orificios. Las lágrimas se mezclaban con el carmesí y el sudor para escapar por sus ojos, boca y nariz. No podía escuchar nada, sólo sentía el minúsculo río de sangre acariciar el camino fuera de sus tímpanos y aquella que se desbordaba de su cuerpo y caía en lo que quedaba de sus pantalones: era lo más cercano a morir que tuvo la desdicha de vivir.

"El hombre sin miedo", alguna vez los ciudadanos de Nueva York se dirigieron hacia él con ese apodo lleno de poder y seguridad, alguna vez se sintió orgulloso de cargar con la responsabilidad y esperanzas de la gente buena y llena de sueños, pero ahora no lo era. Ya no se sentía como el hombre invencible que poseyó el Omegadrive, aquél que luchó mano a mano con el maldito Capitán América, aquél que sobrevivió a un psicópata enfermo y agrandado por sus contactos como sólo Wilson Fisk lo pudo ser. Ahora no era nada de eso: era un hombre asustado y reducido a nada mientras las rocas, la tierra y aquellos picos se clavaban en su cuerpo para abrir nuevos huecos por los cuales aún brotaba algo de sangre.

LIGHTHOUSE [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora