"Del psicópata para el psiquiatra"

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—Señor Castle...

Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien le llamó de esa manera. Si su memoria no le fallaba fue cuando visitó a sus hijos en la escuela, su periodo de marine terminó y era un buen momento para una gran sorpresa... Frankie estaba tan entusiasmado y Lisa no paraba de llorar, lo abrazaban tan fuerte que pensó que sus hijos lograrían lo que todos esos terroristas no pudieron: matarlo, pero para su alegría fue un gran día, el mejor de toda su vida. Luego ellos murieron y los buenos días se dieron por acabados.

Los días se convirtieron en veinticuatro horas completas para matar malditos bastardos que no podían hacer mejor cosa que joder la vida de la gente buena, Sin embargo, al parecer esos momentos también habían pasado; ahora estaba allí.

—Señor Castle...

Estaba amarrado como un perro a esa silla; la cadena alrededor de su cuello estaba apretada y el bozal de cuero viejo en su boca cortaba su mandíbula, las esposas que le adherian a esos brazos de metal le hacían pensar que su circulación se cortaba tanto en sus muñecas como tobillos, ya no le colocaban chaquetas de fuerza... No después de las fatídicas tres veces en que encontró la manera de quitárselas. Pobre personal de aquella estúpida institución, buenos hombres fueron mandados al hospital.

—¿Qué le causa tanta gracia? —preguntó el payaso delante de él. Su cabellos era de un rojo artificial bastante llamativo, su bata estaba pulcra y bien planchada aún cuando lo había visto hace unas horas ser atacado por un paciente, su rostro era bien parecido y sus grandes ojos de largas pestañas eran escondidas por lentes circulares del mismo color rojizo que se apreciaba en su cabello, de vez en cuando se mordía los labios y su pierna saltaba como un tic nervioso.

Era curioso, era el primer ciego que alguna vez vio y se suponía que él era si psiquiatra: Interesante, ese hombre le parecía curioso y muy adorable. Después de todo ¿quién en su sano juicio se atreve a darle terapia a un genocida en una sala solitaria y abierta?

Estaba loco, aún cuando Frank estaba completamente inmovilizado, aquel hombre cuyo apellido en su bata se leía Murdock estaba a dos metros bastante cortos con nada con lo que protegerse además de su bastón; había que joderse, ese tipo era demasiado ingenuo como para darse cuenta del peligro que corrían junto al gran castigador.

—Nada. —Maldito bozal, sentía su mandíbula escocer, ¿cómo le hacía Hannibal para sobrevivir a tal incomodidad? A este paso tendría unas bonitas marcas permanentes.

—Vamos, señor Castle, no podemos quedarnos sentados en silencio otra sesión más —dijo ese pelirrojo quebrando el silencio asfixiante en el que caía en cada sesión del día desde que las comenzaron; hace dos semanas aproximadamente. Frank miró de arriba a bajo al doctor Murdock. Sí, había pasados dos horas de cada día desde hace un par de semanas devorando la figura de su psiquiatra ciego en completo silencio... Wow, escuchar los hechos en sus propios pensamientos le obligaba a darse cuenta de lo enfermo que era eso —Tiene que hablar conmigo.

Quizás el jurado no estuvo tan equivocado en condenarlo por demencia después de haber masacrado a esa pandilla de motociclistas.

—¿Qué gano hablando contigo, Rojo? —respondió Frank después de uno o dos minutos, sintiendo su voz más ronca de lo normal al ser esta la primera vez que la usaba desde que dictaron la sentencia. Ese apodo le quedaba muy bien al ciego, como el anillo que Frank veía que alguna vez estuvo en su mano derecha, pero que ya no lo hacía y solo dejaba una marca blanca como evidencia de su existencia —¿Qué ganas tú?

El contrario mostró una sonrisa de satisfacción. Un pequeño avance finalmente era vislumbrado por sus inutilizados ojos.

—Lo único que quiero es ayudarle.

LIGHTHOUSE [Fratt]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora