LIGHTHOUSE [Fratt]

"El balanceo de una cuerda floja"

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Ahí estuvo, en ese preciso momento de la tarde más calurosa en innumerables veranos que ya habían pasado al olvido, en medio de una multitud airada a la par que exitada por su entretenimiento favorito, ahí estaba Franklin Castle viendo como el forastero especial del día aceptaba con calma su boleto al infierno.

Aquellos ojos eran tan... Directos.

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Aquella era una mañana como cualquier otra, había Castle despertado en una cama vacía que aún poseía el dulce aroma de la mujer que le dejó por otro hombre llevandose con ella un viernes inflado cuyo mérito Franklin no aceptaba que fuera suyo. La dejó ir sin ningún problema, sin rencor, sin ir en su caza como muchos otros hubiesen hecho; Franklin aceptaba que cada acto tiene una consecuencia y una recompensa... Ahora, qué fuera a ser recibido primero era desición del destino y sus innumerables misterios.

Castle bajó encendiendo velas y desayunó carne que el mismo cuidó en su granja. Todos tienen su destino, todos tienen su propósito. Era como una especie de mantra que merodeaba en sus pensamientos desde que era demasiado pequeño como para matar a un intruso hostil en sus tierras. Era un hombre que vivía en paz, eso sin duda, pero siempre había algo ahí que lo anclaba en el silencio y constantes divagaciones.

Qué raro para un hombre que no sabía leer su nombre ni escribirlo. Pero ahí estaba; tenía un nombre y un propósito, más sin embargo caía en cuenta de que su mente ignorante no daba con aquella razón de su existencia. Se sentía vacío, siempre se sintió vacío, aún cuando conoció a Mary, aún cuando sus padres seguían entre los vivos... Siempre faltó algo y no era porque fuera un publerino normal con nada más que una choza dónde caer muerto. No, claro que no, esto iba más allá de lo material.

Era... Algo que escapaba a su raciocinio, no obstante, lo venía venir cada vez que un día encontraba su final y otro nuevo comenzaba, aquello estaba acercándose con paso lento y seguro. Franklin no pensó ni por un momento en escapar, se quedó ahí y esperó, siguió con la monotonía de su vida y esperó, hasta esa mañana que se veía tan simple y aburrida como todas las demás le arribó. Franklin escucharía poco después el escándalo del pueblo y sentiría esa señal en cada fibra de su cuerpo.

Llegó.

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Todo aquel dentro del pueblo colaboraba con la expansión de esa gran multitud en la única plaza que tenían, juntando una fuerza suficiente como para intentar mover el escenario que se encontraba captando su completa atención.

Un carruaje empujado por seis caballos de crines grises había hecho aparición trayendo detrás de sí una gran jaula con una extensa lona de lino sobre ella; tapando al completo aquella criatura en su interior hasta que estuvieron delante de la humilde prisión del pueblo donde tanto el alcalde como los dos verdugos elegidos por él mismo hacia unas buenas décadas aguardaban ansiosos.

La multitud no logró escuchar el breve Intercambio de palabras que tuvieron el líder del pueblo y el jinete de aquellos caballos energicos que no paraban de chocar sus herraduras contra los ladrillos de la calle. Aun así la expresión en sus rostros mostraba que los sucesos que estarían prontos a acontecer formaban parte de algo apremiante, un trabajo que debían hacer excepcionalmente porque de lo contrario... Muy seguramente sus pies se balancearían sobre el piso sin llegar a tocarlo nunca más.

La lona cayó al piso y dentro de aquella jaula hecha de acero se encontró una figura descalza exactamente en el medio del cuadrado con una gruesa caperuza cubriendo la desnudez de su cuerpo y la parte superior de su rostro. El pueblo quedó intrigado mientras veía como el prisionero era bajado del transporte por cinco guardias que habían sido transportados junto a él; cada uno sosteniendo con fuerza una cadena que apretaba una parte diferente del cuerpo del desgraciado; cuatro para cada extremidad y uno extra para su cuello.