Capítulo O5. D

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  Era su tesoro y la enterraría para que nadie la encontrase nunca. Tan valiosa y preciosa cómo un diamante. Única como una extraña flor que deseaba tener por siempre, apreciando sus pétalos y deleitándose con su deliciosa fragancia.

  Solo quería tenerla para él.

  Desde el primer momento en que la vio supo que ella era su mujer, por lo tanto estaba dispuesto a ser el único hombre en su vida. No era difícil hacer sacrificios por ella, cualquier cosa era posible para él con tal de tenerla a su lado por tiempo indefinido. Ese fue su pensamiento aquel día que la vio triste en la estación del tren. Decidió que la haría sonreír cada que sus ojos estuviesen apagados…como ese mismo día.
No requirió de usar la típica excusa de "se me cayó algo cerca de ti, ¿podrías pasármelo?". En ese caso fue directo, dándole palmadas suaves en su hombro para hacerle saber que todos en la estación la veían llorar y que no se veía del todo bien, no porqué estuviera mal llorar en público sino porque él sabía que era demasiado hermosa como para hacer ver sus ojos irritados.

  Jamás olvidaría la manera en que su rostro se alzó lentamente para toparse con la mirada comprensiva de un hombre que parecía no tener nada que hacer, pues fueron por un café después de calmar su llanto un poco. ¿Y cómo? Ella sabía que era precipitado convivir con un extraño, pero esa ocasión lo único que quería era desahogarse por todo lo que le salía mal en su vida y Junmyeon no dudó en ser aquella persona que la escuchara sollozar.

  Ese día fue lo más especial para ambos y sin duda el inicio de lo que sería un romance secreto, uno que ambos sentían pero que no se atreverían a confesar inmediatamente.

  Los días solo pasaron tan rápido como un león rugiente corriendo para atrapar a su presa. Solo que aquí no se sabía quién era el león.

  Los sentimientos simplemente crecieron y crecieron hasta que admitir que había una chispa especial, una conexión que nunca antes habían sentido y que sin duda era algo diferente, algo auténtico.
Eso fue lo que impulsó a sus cuerpos en esa noche donde decidieron entregar su sangre, sudor y lágrimas, proclamando que se amaban y que se pertenecían.

  Sin embargo él supo que Kaori notó el deseo de poseerla por siempre y eso fue lo que hizo que huyera, pero no sabía que de Kim Junmyeon nadie escapa. Por esa razón se encontraba fuera de su casa, acechando y sembrando el miedo en su presa, riendo por la emoción de volver a observar el bello rostro que la chica poseía.
Pasó su diestra entre sus cabellos rojos, aumentando el volumen de su risa en medio del silencioso lugar donde se encontraba la gran casa de su amada ¿cuál era el siguiente paso? Analizó las opciones que había para entrar a su hogar y dedujo que la ventana era la mejor entrada.

  El césped crujiendo bajo sus zapatos y su cuerpo caminando bajo la brillante luz de la luna, apunto de recuperar lo más preciado para él…

  Su puño rompió el vidrio, quitando el seguro de la ventana y entrando luego de eso. “Fue sencillo”, eso le dijo su mente, convenciendolo de que podría infiltrarse como un fantasma y estaba seguro de que nadie le creería a la chica lo que dijera sobre él, porque entonces ella ya no tendría voz. Ese era un punto a su favor que debía usar de la manera más sabia posible. Junmyeon tenía todo calculado.

  Recorrió el lugar con su vista y aunque todo se encontraba bajo oscuridad, conocía el lugar muy bien, así como conocía a la perfección el bello cuerpo de esa mujer, como la palma de su propia mano. Sabía dónde se encontraban las escaleras y en cuál de las tres habitaciones dormía Kaori, así que caminó hasta el primer escalón, observando detenidamente cada una de las fotos colgadas en la pared; ella mostrando su deslumbrante sonrisa en cada retrato. Vaya que era hermosa.

  Uno, dos, tres escalones hasta llegar al último y subiendo al segundo piso. Se sentía ansioso por ver los ojos aterrorizados de la pelinegra y poder guardar ese recuerdo en su mente solo lo impulsaba a actuar más rápido, pero debía controlarse un poco.
Con sus dedos daba pequeños golpes en la pared, imaginándola temblorosa en su cama al oír los espeluznantes sonidos. Así que comenzó a reír, poco a poco subiendo la intensidad con la que liberaba su estruendosa risa sabiendo que ella la detestaba.

  Los pasos lentos, los arañazos en las paredes y las risas hacían del momento tortuoso, incluso cruel como una muerte lenta. Y a él le fascinaba eso.

  Y finalmente detuvo su andar frente a esa puerta. Echó su cabeza hacia atrás, sonriendo. No demoró más y la abrió de una patada, lanzando lejos (e incluso rompiendo) los muebles que ella había puesto para bloquear la entrada, encontrándose con un pequeño bulto cubierto con mantas sobre la cama; sin duda era ella. Tan pequeña, indefensa y asustada, como el antílope que morirá entre las garras de un león.

—Cariño –canturreó mientras se dirigía lentamente hasta la cama, escuchando los sollozos de miedo, lo cuál alimentó su sed. La deseaba, la amaba, la quería solo para él.

  Kaori no respondió y mucho menos se movió, lo cuál le preocupó a Junmyeon así que sus manos apresuraron los movimientos y retiró las mantas, viendo a una cohibida chica, aferrada a su almohada como si su vida dependiera de eso.
Era tan linda como la recordaba, con su rostro tan pálido y fino como la porcelana, sus labios de ensueño y ese cuello que le daban ganas de devorar a besos. Y suspiró, pensando que ahora no sería así.

  Lee Kaori era su tesoro, uno que quería enterrar muy en lo profundo. Era egoísta y no pensaba en compartir lo que era valioso para él.

¿Extraño? No.
¿Posesivo? No.
¿Loco? Tal vez.
¿Enamorado? Definitivamente sí.

  No borraría los momentos juntos sino que los guardaría en lo más profundo de su corazón, para siempre.

—Detén tu obsesión.

O4.O3.2O2O

Red  ↝k.junmyeon [editando]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora