Las aves comenzaban a desaparecer una a una según el sol se escondía trás el horizonte. El frío me calaba los huesos, casi no soportaba el hecho de que mi naríz estuviera tan helada. Los músculos de mi espalda se contrajeron en un brusco escalofrío y mis manos se hundieron más en los bolsillos de mi abrigo en busca de alguna vaga evidencia de calor.
Yo era un ciego que acababa de percatarse de que estaba ciego.
Recordé a mi madre y sus sabias palabras: A la gente le pasan cosas malas por creer en personas malas.
Era consciente de que ella no fue la mejor madre del mundo, empero era una reina, histérica, meticulosa, extraña, inteligente, preparada y con hambre de sabiduría tanto de lo histórico como de lo secreto, lo escrito y lo por escribir.
Expuse entonces mi mano y tomé la maleta con algo de esperanza a encontrar un lugar donde pasar la noche.
Me levanté de la banca de madera barnizada, la cual era la preferida de María. Seguramente no debí confiarme en que su nombre fuese el mismo que de la madre de Jesús, que era buena y casta, exactamente lo contrario a la mujer que yo amaba, vaya.
Emprendí mi caminata a través del parque, perdiendo las razones para continuar respirando a cada paso que daba. Ya sólo quedaba yo por ahí.
Un pañuelo revoloteó por mi costado entre las olas de la gélida ventisca; una pañoleta rosa. Miré hacia todas direcciones en busca de una posible dueña, ¿de quién sería si nadie más estaba allí?
Arrastré la maleta unos metros para conseguir capturar aquella rosada prenda, escapándose de mis manos un par de veces logré hacerlo, entonces percibí lo suave que se sentía deslizándose entre mis dedos.
Gracias a mis reflejos levanté atención y me enfoqué en una figura que, según parecía ser, correspondía a fémina.
¿Cómo podría no haberla visto antes?
Iba de espaldas a mí, enfundada en un abrigo color burdeo junto a una caminata tranquila hacia las afueras del parque. Entonces me pregunté si la tela rosa sería pertenciente a su cuello. El impulso de hundir mi naríz entre los pliegues del pañuelo me fue inevitable y efectivamente, un exquisito pero sutil perfume femenino se coló en mis adentros.
No lo pensé dos veces y broté en un repentino choque de pensamiento y acción. Troté torpemente con la molesta y chirriante maleta chocando en mis talones, provocándome gruñidos de exasperación en lo que mis pies ardían de escozor. La temperatura era malditamente baja.
—¡Hey! — Exclamé.
Su cabello castaño y ondulado era cubierto por un gorro de lana blanco. Unos jeans ajustados le cubrían las piernas y por si fuese poco, llevaba consigo botas invernales.
—¡Hey, tú! — Repetí.
Entonces sus pasos serenos fueron frenados y me encontré con unas cejas alzadas en curiosidad. Habría visto alguien ojos más expresivos que esos.
Y me sonrió y fue imposible el impulso creciente de corresponderle.
En el mundo descubrirás mujeres bonitas, hermosas, sensuales, una variedad increíble, sin embargo jamás había visto a una mujer como la que tenía en frente, ella era una especie nueva para mí. Sentí conocerla de una película antigua, ojalá pudiera decir más sobre aquella primera impresión, pero es que simplemente me pareció que sin más merecía ser clasificada como una mujer maravillosa.
—Tu pañoleta, se te cayó. — Logré decir, inquieto en los abismos de mis locas ideas.
Sus ojos viajaron hasta mis manos y en ellas sostenía con nervios la cosa en cuestión. Fue entonces cuando su sonrisa llegó hasta sus ojos, achinándolos.
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No vueles bajo
ChickLitUna historia llena de sorpresas y subliminales hacia un mundo real.