Tres

7 0 0
                                    

Alguna vez jugué a ser un vagabundo y aunque técnicamente no lo era, Dios, esto estaba increíblemente alejado de la idea de un vagabundo.

Acurrucándome, busqué el calor entre las tablas heladas de la banca del parque. Tuve que volver ahí porque después de todo, ¿a dónde más podía ir?

La melodía de las hojas secas de los árboles meciéndose al compás del viento me obsequiaba la relajación necesaria como para conciliar el sueño. Nombré aquella noche como la más fría de mi vida.

Aconteció que unos minutos después de haber estado caminando por la calle en la que la mujer de la pañoleta rosa supuestamente vivía, me dí cuenta de que no tenía suficiente plata como para pagar por una estadía. Entonces terminé durmiendo en la banca de un parque a las seis de la mañana, en pleno otoño.

Un ruido fuerte me despertó de un salto y con la vista borrosa logré ver a un hombre corriendo. Me aclaré los ojos con las palmas, bostecé mientras mi aliento tibio se evaporaba y con los dedos busqué mi maleta.

Y espera, no estaba.

Abrí los ojos como plato y me puse a buscarla por todos lados. Volví la vista al hombre y efectivamente ahí llevaba mis cosas, a toda velocidad.

No, no, no.

—¡Oye! —Grité, aleteando. — ¡Mi maleta!

Él giró su cabeza hacia mí burlándose sonoramente.

Dando todo mi esfuerzo, corrí detrás para atraparlo, pero él ya estaba muy lejos en lo que dobló por una esquina. Le seguí las pisadas y sin aviso, choqué con otra persona que venía en dirección contraria.

—¡Auch, ten más cuidado!

Le eché una rápida mirada a la chica, dándome cuenta de que era la misma de ayer por la tarde. Sacudí mi cabeza para poder continuar corriendo detrás del ladrón. Lo ví llegar al final de la calle y doblar en otra esquina, desapareciendo.

Resoplé en frustración. La única cosa que me quedaba la había perdido, pensaba, pasándome las manos por el cabello, sintiéndome impotente.

¿Habría en el mundo alguien más desafortunado que yo?

Me cubrí el rostro con las manos, me sentía enfurecido. Las arrastré por mi cara estirándome la piel.

—¡Mierda, mierda, mierda!

¿Que haría ahora? Sin casa, sin ropa, sin dinero, ni trabajo, familia o amigos. Reconocí la irritación subir hasta mi cabeza, provocando que no pudiera evitar tirarme el pelo. ¿Dónde dormiría, qué comería? Cristo, iba a morir de hambre, de frío.

Caminé de vuelta al parque mientras que en mi cabeza llevaba mis manos, aún sin poder asimilar correctamente lo que acababa de suceder. Con la vista perdida, no estaba prestando atención a lo que ocurría a mi alrededor en realidad. Sentí el tiempo más lento y recordé a María.

"Volverás cuando te des cuenta de que no tienes siquiera donde dormir, no te abriré la puerta sin embargo".

—Así que... te robaron la maleta.

Subí la vista hasta los ojos marrones, hoy no estaban delineados sino que una leve sombra color café los acompañaba. Inclinó su cabeza hacia un lado con ternura, ella se compadecía de mí.

—Adelante, búrlate.

—No tenía pensado hacerlo.

Frunció los labios, incómoda. Sacudí mi cabeza, sabiendo que sólo estaba perdiendo el tiempo. Comencé a caminar mientras pensaba en alguna opción que pudiera salvar mi vida.

No vueles bajoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora