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___ llevaba un mes en casa de Harry y había llegado al límite. La cocina era el terreno de Zadie y lo defendía con uñas y dientes y no dejaba que ella siquiera hirviera agua. Mary, aunque era más delicada al declinar la ayuda de ___, era igual de intolerante con las tareas del hogar. Ella, al principio, disfrutó con ese trato, lo consideró una cortesía, una delicadeza, por parte de las dos mujeres, pero ya no podía más y estaba dispuesta a terminar con eso antes de que se volviera loca.

Pensó que era preferible hablarlo antes con Harry y fue a buscarlo, pero al no encontrarlo ni en su dormitorio ni en el despacho, fue a la cocina, donde Zadie estaba haciendo una masa afanosamente. En el fuego había un puchero muy grande que desprendía un olor que la distrajo un instante de su misión.

—¿Qué cocinas? —preguntó ___ mientras se acercaba al puchero.

—Un estofado. El señor me lo pidió expresamente. Le encanta mi estofado.

—No me extraña. Huele muy bien —comentó ella mientras agarraba una cuchara de madera para probarlo.

Zadie, en un abrir y cerrar de ojos, le arrebató la cuchara.

—Yo me ocupo de la cocina; no usted —Zadie blandió la cuchara amenazadoramente.

___ se molestó y volvió a arrebatarle la cuchara.

—Soy la señora de esta casa y puedo revolver el estofado si quiero.

Zadie retrocedió un paso con los ojos como platos.

—Muy bien —replicó mientras volvía a trabajar la masa—. Revuélvalo, pero hágalo con cuidado. Al señor le gustan los trozos enteros, no desmenuzados.

___ resopló lentamente tan sorprendida por su arrebato de genio como, evidentemente, lo estaba Zadie, pero introdujo la cuchara en el puchero y revolvió con mucho cuidado.

—¿Dónde está Mack? —preguntó al acordarse del motivo de su visita a la cocina.

—No lo sé. Se marchó como hace una hora. Recibió una llamada y salió como alma que lleva el diablo.

—¿Ha pasado algo? —preguntó ___, asustada.

—No dijo nada —Zadie metió un puño en la masa—. Contestó el teléfono y salió corriendo.

—¿Sabes quién llamó? —insistió ___ aunque intentando disimular el miedo.

Zadie arrugó los labios y siguió amasando.

—Con quién hable el señor es asunto suyo, no mío.

___ dejó la cuchara, convencida de saber quién había llamado.

—Fue Ty, ¿verdad?

—¿Ty Bodean? —Zadie empujó el rodillo con todas sus ganas—. El señor no dedicaría un minuto de su tiempo a esa mala persona. Hace tiempo que no es bien recibido aquí. Siempre estaba pidiendo dinero. Como su padre. Pero el señor se lo había prometido a su madre y siguió dándole dinero aunque sabía que se lo gastaría de mala manera —Zadie sacudió la cabeza con tristeza—. El señor tardó años en hartarse de sus tonterías, y le dijo que no le daría más. Eso enfureció a Ty, que se fue de aquí entre gritos e insultos y diciéndole al señor que se las pagaría.

—¿Cuándo?

Zadie levantó la mirada con desconcierto.

—¿Quiere decir cuándo se fue Ty?

___ asintió con la cabeza porque temió que su voz la delatara. Zadie puso un gesto pensativo y siguió amasando.

—Hará unos dos años. No se oyó hablar mucho de él hasta que el cartero le dijo al señor lo de esas cartas que mandó usted. Durante unos días estuvo furioso, pero decidió hacer algo antes de que Ty se viera envuelto en otra demanda por paternidad —sus manos se quedaron petrificadas en el rodillo y puso gesto de espanto—. No quiero faltarle al respeto, señorita ___. A usted no le afecta que Ty no pueda tener la cremallera cerrada.

Matrimonio CiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora