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Harry se sentó ante la mesa de despacho de su abogado y escuchó atentamente a Lenny mientras le explicaba los requisitos legales de la petición que había hecho.

Cuando Lenny terminó, Harry repasó un instante la información.

—A ver si lo he entendido. Tú preparas un documento para que Ty renuncie a todos los derechos de paternidad y, cuando lo firme, Toni será legalmente hijo mío.

—Legalmente ya lo es. Los documentos de adopción que rellenamos lo certifican. Que ___ no pusiera el nombre del padre en el certificado de nacimiento lo simplificó todo. Sin embargo, los dos sabemos que Ty es el padre biológico del niño y que tiene tendencia a darte problemas. Por eso, su renuncia a los derechos de paternidad aumenta las garantías si algún día decide impugnar la adopción.

—Entonces, adelante. No quiero que Ty tenga ninguna posibilidad de reclamar a mi hijo.

—Muy bien, pero tengo que advertirte de que va a salirte caro, y no me refiero a mis honorarios. Ty aprovechará esta oportunidad para sacarte más dinero.

Harry se levantó y se puso el sombrero.

—Nos ocuparemos de eso cuando pase. Ahora tenemos que localizar a Ty. Contrata un detective privado. Ty suele dejar un rastro de desolación por donde pasa y no debería ser difícil localizarlo.

—No te preocupes —Lenny se levantó y lo siguió—. No has dicho nada de ___. ¿Qué tal os lleváis?

Harry agachó la cabeza para disimular una sonrisa.

—Bien, muy bien.

—Vaya, vaya —Lenny se rió y le dio una palmada en la espalda—. Quién iba a decir que un gallo viejo como tú iba a enamorarse otra vez.

Zadie se había ido hacía cuatro días, nueve horas y veintidós minutos. ___ lo sabía porque había disfrutado a conciencia cada segundo que había pasado en la cocina. Sin embargo, Zadie iba a volver esa tarde.

—Si sigue frotando el fregadero, le hará un agujero —bromeó Mary.

___ dejó el estropajo con un suspiro y miró alrededor para ver si había algo desordenado en la cocina.

—Está igual, ¿no? —preguntó con nerviosismo—. Lo he dejado todo donde lo pone ella.

—¿Por qué no deja de preocuparse? —preguntó Mary—. Es su cocina, no la de Zadie, puede pintarla de rojo como un coche de bomberos.

—Sí, claro —replicó ___ con ironía—. Zadie me colgaría de los pulgares si cambiara de sitio la bayeta sin pedirle permiso.

—No puedo entender que haya permitido que esa mujer se crea la jefa. Usted es la jefa; es la esposa del señor. Recuérdeselo, y estoy segura de se le bajarán los humos.

—¿De verdad? —preguntó ___ sin acabar de creérselo.

—No lo diría si no creyera que es una verdad como la copa de un pino.

—No quiero enfurecerla. La aprecio mucho, pero es demasiado posesiva con la cocina.

—Póngase firme —le aconsejó Mary—. Ya ha mandado en este sitio durante bastante tiempo.

—Muy bien, pero tienes que prometerme una cosa.

—¿Qué?

—Que pintarás la cocina de rojo, como un coche de bomberos, cuando me hayan enterrado.

Mary parpadeó y soltó una carcajada.

A pesar de esa charla, ___ repasó la cocina para estar segura de que todo estaba en su sitio. Estaba en la despensa colocando unas latas en su balda cuando oyó la puerta de la cocina que se abría. Convencida de que era Zadie, estuvo tentada de cerrar la puerta de la despensa para esconderse. Temblando de miedo, oyó que Zadie dejaba en el suelo la bolsa de viaje.

Matrimonio CiegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora