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  Las luces se prenden desde las 6 aunque en mi mente, éstas se prenden cuando hay alegría y viveza. La gente camina desde siempre por la acera, repleta de ambulantes. Como es de costumbre, al mirar el piso veo chicles y manchas, ¡qué gracia!

Iba al supermercado, las bolsas en mano y la cara larga, las compras a esta hora son agobiantes.

Junto al ascensor, vi un niño con un papel en mano. Ésta era su lista para el colegio. Lo miré... pensé... volví a bajar.

Sinceramente no veo salida.

-Hola, ¿son estos los útiles que necesitas?
Me asintió con la mirada soñadora, tenía ropa sucia, seguro usó la misma por días y sus manos, negras carbón, ¿qué le han hecho?

-No te vayas, volveré pronto con algunas cosas.

Lo crean o no, ayudar a los demás abre el espíritu y nos hace sentir más blandos es un poder de la empatía.

Sonreí porque sabía que lo que estaba haciendo era algo bueno, pero era injusto, ¿por qué soy yo quién tiene que comprarle sus útiles? Es injusto que no tenga una madre que lo ame, porque está en la calle, es injusto que no pueda jugar con sus amigos por estar pidiendo dinero y es injusto que no sonría, porque no es su culpa.

Añadí al carrito todo tipo de útiles necesarios e incluso una bolsita con chocolates para que los disfrute de vuelta a casa, claro si es que tiene casa.

Cancelé todo, los metí en las bolsas y lo busqué.

-¡Hey!-Sonreí, era él.
No dije nada, solo agarró la bolsa dijo gracias y lo acompañé por el ascensor. Apreté el botón para ir al primer piso, cuando sus manos y las bolsa ya habían hecho contacto.

Sacó los chocolates, sonrío todavía más, como si fuese Navidad.
La puerta del ascensor se abrió, lo vi entonces corriendo, vagando por las calles polvorientas y pobremente iluminadas, seguro ya se iba a su casa, feliz, porque así es como tiene que sentirse un niño.

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⏰ Última actualización: Mar 02, 2020 ⏰

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