Uno

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Juana recuerda con claridad la primera vez que Simón y Villa se vieron;

Fue un Jueves 23 de Marzo, el pequeño Villamil no tenía clases, así que debía acompañar a su mamá al trabajo.

Clemencia había trabajado para la familia Vargas desde que Simón tenía dos años de edad, él pequeño de gafas y su hermano Martín eran considerados sus hijos adoptivos , ya que pasaban la mayoría del tiempo junto a ella. Simón era un niño algo callado, pero muy inteligente; siempre llevaba consigo una pequeña libreta donde se dedicaba a dibujar cada día. Había que admitir que a pesar de sus cortos años de edad, el pequeño era demasiado talentoso.

Por su parte, Villamil era mucho más extrovertido; amaba jugar al fútbol y andar corriendo de lado a lado, siempre andaba haciendo tonterías para hacer reír a los demás y adoraba abrazar a la gente.

Había que decir que los dos no se llevaron bien de inmediato, en tanto se conocieron, sus personalidades chocaron fuertemente.

~•~

Era la décima vez que el pequeño de ocho años le expresaba a su madre su estado de aburrimiento. Llevaban apenas veinte minutos en el lugar y Villamil se sentía ahogado, necesitaba moverse, correr, hacer algo más que simplemente ver a su mamá hacer el almuerzo.

Clemencia observó a su pequeño al borde del colapso. — Está bien Villa, puedes ir a conocer la casa, pero por el amor de Dios, no toques nada.

El pequeño dio un gran brinco para luego abrazar fuertemente a su amada progenitora y salir corriendo por los pasillos. La casa Vargas era enorme, tenía un sinfín de habitaciones y lugares que hacían la imaginación del pequeño de ojos verdes explotar.

— ¡Soy Sir Villamil y vengo a salvar a la princesa —, ignorando cada orden de su madre, el menor entonó una voz más grave mientras tomaba una de las cuantas espadas de madera que coleccionaba el señor Vargas.

Dio unos cuantos saltos por el blanco sofá y subió las escaleras corriendo a la mayor velocidad que le era posible. Jugueteó con la espada y a la vez emitía sonidos y "gritos de guerra". Fue tanta su emoción, que no se percató de que había entrado a una de las habitaciones, tropezando con la cama.

— Auch —, se acarició la cabeza entre tanto se reincorporaba en la cama. De inmediato sintió la presencia de alguien más, volteó su cabeza hacia un rincón de la habitación encontrándose con unos grandes y furiosos ojos marrones observándolo. Dio un brinco del susto.

— ¿Quien eres tú? —, preguntó el contrario cruzándose de brazos. Villamil sacudió la cabeza y con una de sus agradables sonrisas se acercó extendiéndole la mano, acción que fue totalmente rechazada por parte del pelinegro. — ¿Quien te dejó entrar a mi cuarto? Le dije a Clemencia que quería estar solo.

— Y-yo solo estaba jugando —, respondió Villamil con algo de susto. — ¡¿Quieres jugar conmigo a salvar a la princesa?!

— ¡No! Es un juego muy tonto y yo no soy tonto

— ¡Yo tampoco soy tonto! —, replicó el menor.

— ¡Sí lo eres! Eres un niño tonto y feo —, le sacó la lengua. Villamil presionó su puño con fuerza enojado.

— ¡Te dije que no lo soy!

— ¡Eres tonto y feo, eres tonto y feo! —, canturreó en tono burlesco, el canto duró poco, ya que en un par de segundos su cara se encontraba estampadas contra el puño de Villamil.

~•~

— ¿Van a decir algo?

Ambos chicos negaron totalmente enojados. El señor Vargas suspiró con frustración, llevaban más de quince minutos intentando que los niños se disculparan. Con total tranquilidad dejó su asiento para posicionarse en frente de su hijo.

— Simón... ¿No vas a decirle nada a Juan Pablo? —, el recién nombrado soltó un gruñido y volteó con brusquedad hacia su contrario.

— Yo te saqué más sangre —, soltó para luego sacarle la lengua. Villamil lo observó aún más enojado.

— Yo te golpeé primero.

— Golpeas como bebé.

— ¡Tú golpeas como bebé!

— ¡No tú!

— ¡Tú!

— ¡Ya basta! —, Clemencia dió uno de los gritos más fuertes que todos los presentes habían escuchado en su vida. Tiró de la oreja de ambos niños. — Ustedes dos van a disculparse y luego van a ir a jugar antes de que me enoje y les quite sus consolas.

— ¡No! —, gritaron ambos niños al mismo tiempo.

Juan Pablo soltó un bufido para luego ver a Simón, quien se acariciaba la oreja. — Lamento haber entrado a tu cuarto y también haberte golpeado.

Simón volteó su vista hacía él con algo de asombro. — Yo... lamentó haberte dicho tonto y feo —, ambos chicos se sonrieron. — Mi mamá me compró un nuevo videojuego... ¿Quieres jugarlo conmigo?

Rompecabezas ; VillargasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora