Sesión número 5

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—¿Desea algo más?

—No, muchas gracias —respondí al amable dependiente, fingiendo una sonrisa, porque él no tenía la culpa de que un dictador estuviera manejando mi vida a su jodido antojo.

Saqué mi móvil y refunfuñé al ver que aún me faltaba mucho de la lista por completar.

—Pechuga de pollo... listo.

Era el colmo. Victor no se había conformado con nombrarse amo y señor de mi tiempo, sino que ahora también debía hacer sus compras y no era justo.

Recordé mi interminable mañana llena de exámenes y estrés. Ingenuamente llegué a pensar que podría relajarme un poco durante la sesión, pero el idiota no dio señales de vida hasta casi las seis de la tarde.

Según él, estaba metido en una reunión de la cual no podía zafarse y quizás íbamos a tener que suspender la sesión del día, lo cual, por obvias razones, no era bueno para mí. Apenas llevábamos cuatro y tenía compañeros que ya iban por la séptima. Cuando se lo dije, el muy idiota accedió a encontrarse conmigo a las siete y media... ¡en el condenado supermercado! Y eso no había sido lo peor, no. El idiota sexy me pasó su lista de compras para que fuera adelantando por él.

¡Estaba aprovechándose de mi necesidad con descaro!

—Y yo pensando que nos estábamos llevando mejor...

Seguí empujando el carrito; me tocaba buscar los productos de aseo personal. Revisé la lista de nuevo: pasta de dientes, champú, gel de baño, espuma para afeitar, loción para después de afeitar... Qué raro, no había gel para moldear el cabello. ¿No lo usaba?

«Rayos, ahora tengo ganas de comprobarlo».

Sacudí mi cabeza y enfoqué mi atención en los productos que estaban en el anaquel. Ubiqué los que él había anotado en la lista y la mayoría tenían fragancia mentolada. Con razón siempre tenía un agradable aroma varonil y muy fresco.

Miré a los lados; nadie a mi alrededor parecía estar prestándome atención. Abrí el envase que contenía el champú y aspiré la suave y divina fragancia. ¿Olería así su cabello? Cerré la tapa y lo coloqué dentro del carrito. ¡Doble rayos! Ya no solo quería tocar su cabello, tenía ganas de olerlo también.

—Despeja tu mente, Issy. Esos pensamientos no te llevaran a nada —me dije—. Bien... ¿qué más tenemos por aquí? —Al revisar la lista, sonreí—. Bebida achocolatada. Por supuesto.

Empujé el carrito y me sumergí en los pasillos del supermercado. Mientras avanzaba, me preguntaba si Victor sería de esos que tomaban un chocolate calentito antes de irse a dormir... ¿Usaría pijama o quizás...? ¡Oh, Dios! ¿Qué estaba pensando? Victor podía dormir como le diera la gana, ¡eso no era problema mío!

Volví a concentrarme en los productos que iban pasando a medida que avanzaba, hasta llegar al pasillo que tenía las bebidas lácteas y achocolatadas. Busqué la marca comercial que él me había especificado y, por supuesto, la estúpida lata estaba hasta el tope del anaquel.

Soltando un suspiro, traté de alcanzarla levantándome de puntitas, pero ni dando saltos iba a poder tocarla. Miré a mí alrededor; todos estaban enfocados en sus propios asuntos o fingían muy bien para no prestarme su ayuda de forma voluntaria. Resoplé y volví a fijar mis ojos en la lata; el maldito conejo parecía estarse burlando de mí.

Cuando se tenía la estatura de un pitufo, no quedaba de otra más que pedir ayuda.

Al dar la vuelta dispuesta a llamar a alguien, choqué con el pecho duro de una persona. Me sobé la nariz y al levantar mi vista, hallé esa condenada sonrisa tan conocida y que me ponía de los nervios.

21 preguntas para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora