Sesión número 16

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Victor Benoist

Entonces... estarás muy ocupado hoy.

— Sí... tengo varias reuniones y debo afinar algunos detalles de la fiesta —dije, soltando un suspiro—. Pero, si ya te sientes mejor, podríamos vernos a las once y almorzar juntos.

Gracias a tus cuidados y a los antigripales, estoy al cien. —Mierda, otra vez me estaba sonrojando—. Y con respecto al almuerzo... tengo una clase magistral de diez a doce.

—Ya...

Sí...

Resoplé. Sabía lo importante que era el proyecto para Issy y me sentía frustrado por no lograr encontrar un jodido espacio en mi agenda.

La reunión con los inversionistas era en media hora, tendría una hora justa para comer, toda la tarde estaría corriendo contra reloj para que la fiesta fuera perfecta, y tenía que estar en el hotel a las seis para prepararme y estar listo para dar mi discurso de bienvenida a las siete, dándole apertura al evento. Sí, bastante complicado el día y luego después del discurso... Un segundo...

—¿Qué te parece a las nueve?

Pero... estarás en plena fiesta.

—A esa hora puedo escaparme un rato sin que se vea mal —dije—. Podría enviar un chófer para que te recoja y me comprometo a llevarte yo mismo de regreso cuando terminemos.

No sé... ¿No te estás forzando demasiado?

—El esfuerzo vale la pena, cariño. Tú lo vales.

El proyecto.

Sonreí, mi gatita tenía una gran habilidad para escuchar solo lo que ella quería.

—Lo que digas, gatita —dije, riendo—. Entonces... ¿qué dices? ¿Te animas?

Issy se quedó en silencio por varios segundos, por lo menos lo estaba considerando. Varios segundos después, escuché el suspiro que salió de su boca; ya había tomado una decisión.

Vas a tener que traficar dulces y bocadillos para mí.

—Dalo por hecho.

Después de colgar esa llamada y contrario a lo que esperaba, el día pasó rápido, por increíble que fuera, haciéndose mucho más llevadero. Era más que obvio que estaba relacionado con mis ansias de ver a mi gatita en la noche.

Ya en la habitación que había reservado para alistarme, me dejé caer en la cama y me permití cerrar mis ojos por algunos minutos. Había sido un día ajetreado, muy productivo... y todavía no había terminado.

Solté un suspiro cansado: ya era hora de alistarme.

Mientras iba caminando al baño, fui abriendo los botones de la camisa azul que llevaba, uno a uno, sin premura. La deslicé por mis brazos y la dejé caer al piso, hice lo mismo con el pantalón y entre a la ducha cuando la temperatura del agua estuvo adecuada para mí. Las gotas resbalaban por mi cuerpo y dejé que se llevarán toda la tensión acumulada en mis músculos. Relajante.

Cuando me sentí libre del estrés, cerré las llaves del agua y cubrí mi cuerpo con un paño. Al volver a la habitación, busque en el clóset el traje que usaría, de color gris metalizado junto a una camisa azul marina y... la jodida corbata negra. Odiaba tener amarrado ese trapo en el cuello, pero no quedaba de otra.

Intenté peinar mi cabello y en eso quedó, un intento, porque el maldito tenía vida propia y terminaba adoptando su propio estilo.

Una última mirada en el espejo; estaba listo.

21 preguntas para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora