Sesión número 20

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Ya había perdido la cuenta de cuantos suspiros había dejado ir. Desde la noche pasada no dejaba de darle vueltas y vueltas al asunto y no podía llegar a una conclusión. Ya había iniciado con la redacción del informe, pero por más que quisiera no lograba satisfacerme del todo.

Sabía que un psicólogo debía ser imparcial, un mero espectador que daba su opinión desde afuera para poder guiar al paciente en su camino hacia su recuperación mental o crecimiento como persona, sin involucrarse con él.

Y ese era el problema que tenía.

La redacción era muy objetiva, eso era cierto, pero carecía de sentimientos y me parecía como si estuviera hablando de otra persona y no de Victor Benoist. En el resumen que había entregado no había tenido problemas, pero ahora estaba en una tremenda disyuntiva y no sabía qué hacer. ¿Ser profesional o dejar que mi corazón hablara?

—¿Estás bien, Issy?

Al escuchar la voz de Miranda, miré hacia el frente y me encontré con las miradas preocupadas de mis amigas. Volví a soltar otro suspiro.

—Has estado suspirando desde que llegaste —añadió.

—Y la única vez que te hemos visto así de desinflada, fue cuando Victor se fue de viaje —dijo Lucia—. ¿Acaso le salió otro?

Negué con mi cabeza... y allí iba otro suspiro.

—¿No puedes hablarlo con nosotras?

—No es eso, Miranda... Es que siento que me estoy ahogando en un vaso con agua, pero igual no logro ver la salida.

—Pues una opinión externa es lo que necesitas —dijo mi morena amiga—. A ver, nena, cuéntanos todos tus problemas. Vamos a aprovechar que no hay tantos clientes.

Quizás ellas tenían razón, una visión externa podía ver una salida que yo no estaba considerando. Así que les conté todo: lo impersonal y frío que veía mi informe y que no estaba conforme con él. Yo quería hacerle ver al mundo lo maravilloso que era Victor, lo que yo había visto en él y lo mucho que había cambiado yo misma gracias a mi compañero... a mi amigo... al hombre que me gustaba.

Ayer había revisado las notas y las grabaciones con minucioso cuidado. Incluso había anotado nuevas cosas que en aquellos momentos habían pasado desapercibidas, y debía resaltar, con todas sus letras, cuan orgullosa estaba de él. En menos de un mes, Victor Benoist había logrado descubrirse, abrirse y progresar muchísimo. Esa clase de cosas eran las que quería reflejar en el informe y mi propio cambio personal.

Seguía siendo una mujer insegura, pero ahora tenía la disposición clara de cambiarlo. En cada una de nuestras sesiones, incluidas las del inicio, Victor se había esmerado en hacerme ver que yo era maravillosa, que era hermosa aun con el maquillaje corrido, con el cabello hecho un desastre, o cuan interesantes le resultaban mis ideas y mis reacciones, especialmente los sonrojos. El veía en mí una mujer que yo jamás había visto, me lo había demostrado con el dibujo que me había dado la noche pasada y lo demostraba con cada una de sus acciones, atenciones y mensajes... Y yo quería ver a esa mujer por mí misma.

Todos esos descubrimientos, todas esas sensaciones y, sobre todo, todas las emociones que él causaba en mí, incluida la excitación y el deseo deseaba reflejarlos en el informe. Dejar que mis sentimientos se volcaran sobre el teclado y expresaran lo importante y valioso que era Victor para mí, porque debía aceptar que ya no quería seguir siendo solo amigos.

—Vaya —dijeron ambas.

—Sí... vaya.

No les dije todo tal cual lo pensaba, no me pareció necesario porque ellas eran mis amigas y sabía que ellas lograrían entenderme a pesar de no admitir en voz alta que Victor significaba mucho más para mí de lo que yo creía.

21 preguntas para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora