Epílogo

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Ocho meses después

Ya era hora que tomaran unas vacaciones. Ambos se lo merecen, hija.

—Sí, el lugar es precioso. Pero lo que me emociona más es que, en tres días, por fin podré ir a casa.

Yo me quedaría más días en la playa, si fuera tú.

Reí, mi papá era todo un caso.

—Puedo venir en otra ocasión, papá. Además, ya le hemos dado muchas largas a esto. De verdad, Victor quiere conocerte.

Bueno, yo también tengo curiosidad por ese novio tuyo, pero ambos merecen esas vacaciones.

—Te prometo que seremos unos vagos totales cuando lleguemos a casa.

Ambos nos echamos a reír; amaba conversar con mi papá, pero saber que en tres días podría verlo me llenaba el alma y el pecho de felicidad.

Mi papá apareció en Besana por sorpresa para poder visitarme tres meses atrás, aprovechando que tenía una conferencia a la cual asistir en la universidad donde yo estudiaba, pero, lamentablemente, Victor no había podido conocerlo porque estaba en un viaje de negocios en China.

Desde ese momento, había estado insistiendo en que debíamos ir a Valle Almenara para poder conocerlo en persona porque solo se habían hablado por teléfono. Y después de un mes de planeaciones, decidimos tomar unas buenas vacaciones para poder disfrutar de unos días en la playa, y viajar luego a mi pequeña ciudad para presentarle formalmente a mi papá a Victor.

¡Todavía no podía creer que ya tuviéramos ocho meses juntos!

Bien, los espero entonces. ¡Ah! Recuerda usar bloqueador, hija. Tu piel es muy sensible.

—Lo sé, papá. Ya no soy una niña.

Lo serás siempre para mí, mi Issy —dijo—. Y recuerda que estoy orgulloso de ti.

De verdad, ese tipo de conversaciones me hacían feliz y me impulsaban a seguir adelante.

Luego de colgar, me enfoqué en la vista que se extendía ante mis ojos. La playa brillaba con los rayos del sol y era perfecto.

—¿Te gusta? —escuché que me hablaban al oído.

Victor me abrazó desde la espalda y apoyó su cabeza en mi hombro derecho. Ahora, la vista era mucho mejor.

—Me encanta. La playa se ve hermosa y hasta dan ganas de bajar de una vez para aprovecharla al máximo.

—Si no hubiera tanta arena, sería perfecto.

—Debemos trabajar en tu aversión con la arena.

Sentí como sus manos me tomaban de los brazos y me giraba para tenerme de frente. Sus ojos se habían oscurecido y su cabello húmedo me incitaba a sumergir mis dedos en él para sacudirlo.

—Pues tengo una buena técnica que puede usar, señorita psicóloga.

—¿Ah, sí? Dígame cual es, señor Benoist.

—Pues... —Victor se inclinó para hablar justo sobre mis labios y apretó su agarré en mi cadera—. Tenerte a mi lado con el traje de baño rosa que te regalé, dejaría a la arena en un décimo plano. ¿Lo trajiste?

La pregunta ofendía. Ese traje de baño se había convertido en mi favorito porque me hacía lucir hermosa, sensual, y los ojos de Victor se encendían cuando me lo veía puesto. Así que asentí con lentitud y su sonrisa se amplió.

21 preguntas para enamorarseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora