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A veces, por raro que parezca decirlo, me paro a pensar y me doy cuenta de que no hay nada de lo que deba quejarme. El dolor no es una queja, es algo ya predestinado y necesario para avanzar, o quizás no lo sea. Tras tantos golpes solo pienso en observar mis dedos, aquello que dibujan, en las sábanas impregnadas de lágrimas, cosas inexistentes e inimaginables. Observo mis ojos y mis mejillas enrojecidas cubiertos del agua que brota como si del Niágara se tratase.

No me quejo, pero quiero hacerlo, me gustaría quejarme cada segundo de todo. Me gustaría quejarme de mi piel, de mi cuerpo, de mis sueños, de las personas que me rodean y las que ya no lo hacen. Me gustaría quejarme de mi vida, pero no trato de hacerlo, porque realmente no sé si es merecido.

Todos cometemos errores, usualmente muchos creemos que el error somos nosotros, quizás debamos pensar que el error es autojuzgarnos y quejarnos.

Dejemos las quejas y comencemos a admirar las buenas cosas, y afrontar las malas. Soy el espejismo de aquella niña de diez años que observaba tras la ventana, con pena, al resto de los niños jugar, pero no me quejaba, solo preferí decidir no salir y enfrentarme a ello.

Cada cosa que nos ocurre son decisiones que tomamos, buenas o malas, pero ninguna errónea. Las buenas nos complacen y las malas nos fortalecen, ambas nos hacen madurar, crecer y creer en nosotros mismos.

No es duro seguir adelante, es duro imaginar lo que habrá que afrontar para hacerlo.

Pero... Dejemos de quejarnos, tomemos nuestras manos, y sigamos adelante, este tren no va a llegar sólo a destino.

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⏰ Última actualización: May 15, 2020 ⏰

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