01 | Inauguración

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«Es de una delgadez prodigiosa y su frac negro flota sobre una armadura esquelética. Sus ojos son tan profundos que no se distinguen bien las pupilas inmóviles.»

GASTÓN LEROUX,
El fantasma de la ópera

Dio un sorbo a su café antes de dar vuelta a la página de Le Figaro; se acomodó los lentes y continuó su lectura, la nota que abarcaba la mitad de la página hablaba sobre la inauguración de la Ópera de París de Charles Garnier. Después de casi quince años por fin se había declarado terminada.

El francés iba a dar otro sorbo a su bebida cuando un frío recorrió su espalda, bajó el periódico y miró hacia ambos lados de la calle tratando de encontrar la razón de su repentino cambio de actitud, pero no encontró nada. Suspiró. Estaba a punto de volver la vista hacia su periódico cuando decidió mirar hacia el otro lado de la calle, de todos los transeúntes que pasaban por ahí, uno en específico llamó su atención: un hombre alto y de aspecto fúnebre que vestía con elegancia un par de guantes y una máscara negra que combinaba con el traje que lucía orgulloso.

Todos evitaban mirarlo y los que pasaban junto a él se detenían a esperar que el enmascarado siguiera su rumbo, otros bajaban la mirada palideciendo en el acto y un par de mujeres había atravesado la calle con tal de no toparse con el extraño.

El hombre enmascarado entró al Cabaret de L'Enfer dirigiéndose hacia su mesa favorita ubicada en el fondo del salón que parecía una cueva en donde los demonios, bestias y enormes garras salían de las llamas que en algunas mesas se encontraban colocadas. La iluminación permitía que el ambiente simulara al infierno mismo.

El espectáculo no tardó en comenzar, un mago entró dramáticamente bajo una cortina de humo, comenzando a recitar el número que había practicado toda la tarde.

Un mesero había servido al enmascarado una copa del mejor vino mientras que éste daba un repaso de lo que sucedería en tan sólo un par de horas. Sí, su teatro oficialmente quedaría abierto al público parisino y con ello esperaba que las obras que ahí se presentaran fueran de excelente calidad, esa noche vería desde su palco el concierto y después entregaría unos documentos de importancia al director del teatro.

Todo se encontraba perfectamente planeado.

—¿Puedo sentarme? —habló un hombre de aspecto bonachón, cabello corto y relamido en la coronilla, de nariz aguileña y ojos saltones.

—Adelante, Fragonard —respondió el enmascarado—. ¡Cuánto tiempo!

—Dos semanas desde tu última visita en mi camerino, querido amigo.

Una media sonrisa se dibujó en el rostro del enmascarado.

—¿Te molesta si me la quito? —Fragonard negó. El enmascarado se llevó las manos a la nuca y se desató el cordel que sostenía el trozo de tela negro—. Esta cosa es incómoda, aunque no me lo creas. He buscado el material más apropiado, pero no encuentro nada que me satisfaga —dijo dando un sorbo a su copa—. ¿Gustas pedir algo Fragonard?

—Ya he ordenado, Erik —respondió mirando la deformidad de su colega—. Y sobre tu problema con la máscara, traigo tu solución definitiva.

Erik carraspeó.

—¿Me darás un rostro nuevo? —preguntó incrédulo.

—No exactamente, pero te interesa.

Erik alzó una ceja, frunció los labios y miró a Fragonard con los ojos entrecerrados.

—¿De qué se trata? —soltó al fin.

Milo Fragonard sacó del bolsillo de su frac una serpiente color piel y con una sonrisa en su rostro, la colocó sobre la mesa, justo enfrente de su amigo.

El ángel de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora