10 | No intentan matarla, madame

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«No he protestado, ante todo porque soy enemigo del escándalo».

GASTÓN LEROUX,
El fantasma de la ópera


La gala fue el evento más esperado por más de uno tanto dentro como fuera del teatro de la ópera. El aforo se vendió en su totalidad y los directores se mostraban más ansiosos que sus próximos reemplazos, a quienes esperaban dentro del palco gerencial.

Monsieur Poligny se paseaba por el palco, casi se muerde las uñas ante la tortuosa espera; por su parte, Debienne mantenía fija su mirada en el palco 5, esperando a que su invitado apareciese en el palco opuesto al suyo; más no había señales de él.

Los minutos se hicieron eternos para ambos. No fue hasta pasados algunos instantes que llamaron a la puerta, los dos directores se sobresaltaron y, sudando frío tragaron saliva, Poligny fue el primero en recuperar la compostura y con toda la elegancia de la que era capaz, abrió la puerta, encontrándose así con Firmin Richard y Armand Moncharmin.

—¡Oh, sean bienvenidos, mes amis! —habló Poligny manteniendo un tono de voz firme y sereno, ocultando así cualquier rastro de nerviosismo en él.

Debienne se pasó las manos sudorosas por el pulcro pantalón negro y se puso de pie, dispuesto a recibir a los nuevos gerentes, o más bien dicho, al ingenuo dúo que, a la primera oportunidad, cerró el trato para hacerse con la dirección del majestuoso teatro.

—¡Pero creíamos que no llegarían! —añadió haciendo una breve reverencia.

Armand Moncharmin, un hombre bajito, de pelo canoso y piel bronceada, le sonrió. Por su parte, Firmin Richard, un hombre alto, de corto pelo azabache y bigote poblado, arqueó una ceja.

—Muchas gracias por su bienvenida, sin embargo, monsieurs, sigo pensando en que todo ha sido un tanto apresurado, pues las presentaciones...

—Las presentaciones, mi querido monsieur —interrumpió Poligny—, serán realizadas al finalizar la gala, durante la cena que se realizará en un par de horas.

—De acuerdo.

—¡Pasen, pasen! Tomen asiento, estos son los mejores lugares, sin duda, para disfrutar de las inigualables voces de Fauré, la Krauss, Carvalho y por supuesto, la mejor de todas, nuestra Prima Donna, La Carlotta —repuso Debienne indicándoles dos butacas vacías en la primera fila, cerca del balcón.

—Oh, pero también no hemos podido evitar notar, la adición de una desconocida en el programa de esta noche —señaló Moncharmin mirando el programa que descansaba justo en la pequeña mesa ubicada al lado izquierdo de las butacas.

—¡Ah, mademoiselle Daaé! Fue recomendada. Esperemos que esa jovencita sea de su agrado —dijo Poligny mirando a su compañero, pues dudaban de su potencial. Lo único que les aliviaba era que no sería la Margarita de Gounod, ella interpretaría a Pamina de Mozart, pero sólo eso era suficiente como para preocuparse del resultado final, pues les podría dejar buena o mala reputación, no solo a su carrera, sino al teatro entero.

Y, aunque Erik la había elegido personalmente, los nervios los sentían a flor de piel. Después de todo, solo era una joven sin experiencia alguna en el escenario.

El telón abrió y el barítono Jean-Baptiste Fauré hizo aparición en el escenario, deleitando al público con su interpretación de Donne mie, la fate a tanti. Al terminar, los aplausos no se hicieron esperar.

Sin embargo, para los dos directores no fue satisfactoria la actuación, sus propios pensamientos les impedían disfrutar de la gala. Porque, mientras más tiempo transcurría, menos veían a su curioso amigo.

El ángel de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora