06 | Gastón Leroux

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«A ese fantasma no lo veía nadie en el palco, pero todo el mundo podía oírle».

GASTÓN LEROUX,
El fantasma de la ópera


La mañana siguiente no fue mejor que el día anterior, las bailarinas, encabezadas por La Sorelli, se encontraban demasiado nerviosas después del relato que Jean Papin, el teniente de bomberos había pronunciado con tanto temor. De acuerdo con las malas lenguas dentro del teatro, todos sabían que el Comisario Mifroid se encontraba ya en la oficina de los directores aclarando todo lo sucedido; incluso, se corría un rumor de que un afamado periodista publicaría el caso en el periódico Le Matin.

—¡Creo que estamos en un grave problema! —exclamó Saint-Jammes.

—No digas babosadas —dijo La Sorelli—. Antes que nada, debemos asegurarnos que es verdad lo del fantasma, dudo mucho que realmente sea un espectro... ¡quizás es algún degenerado que trata de asustarnos a todas!

Las ratas gritaron.

—¿Y si hablamos con Joseph Buquet nuevamente? —Ideó Meg Giry que de pura casualidad se encontraba siguiendo al resto del cuerpo de ballet.

La Sorelli asintió. Le resultaba una buena idea, por lo que juntas fueron hacia el escenario y gritaron el nombre del maquinista quien se encontraba anudando una soga en la tramoya.

—¡Buquet! —gritó Stéphanie Sorelli—. ¡Baja ahora mismo!

El jefe maquinista al oír su nombre provenir de los labios de tan hermosa dama, decidió acatar la orden y bajó hacia el escenario a encontrarse con todas aquellas lindas niñas que a sus ojos eran unas presas fáciles de alcanzar.

—Dígame, milady —habló el maquinista con notable coqueteo; la Prima Ballerina rodó los ojos—, ¿para que soy bueno?

—Además de meter su asquerosa mano bajo las faldas de las niñas y andar borracho todo el tiempo en lugar de trabajar... yo diría que para nada más —dijo ella cruzándose de brazos, un par de risillas se escucharon—. Sin embargo, necesitamos que nos des una breve y concisa explicación del fantasma que acecha la casa de ópera.

—¡Oh! Mi bella dama, pero si yo soy un pobre hombre que sólo pasa su tiempo libre admirando la belleza de las doncellas jóvenes, ¡no me falte el respeto! Además, usted no es nada para venirme a dar clases de "decencia" —enfatizó la última palabra—. Pero, hablemos de lo que en verdad les interesa, ¿qué desean saber exactamente de nuestro indeseable huésped?

Stéphanie puso los ojos en blanco, luego, se encogió de hombros y habló.

—¿Cómo luce?

Las demás niñas y jovencitas que los rodeaban se cruzaron de piernas en el suelo del escenario, atentas a lo que el jefe maquinista estaba a punto de decir.

—Escuchen con atención, ¡yo lo he visto en un par de ocasiones! ¿Cómo luce? Pues para nada a lo que ha descrito el cobarde Papin... ¡no! no es una dichosa cabeza de fuego. ¡Éste si que tiene cuerpo! Pero no el de un hombre normal, ¡para nada! Su frac negro parece flotar sobre un cuerpo completamente esquelético y sus ojos ¡agh! esos ojos que son tan profundos y sin pupilas están dentro de dos grandes agujeros en su cara, ¡cómo los cráneos! Y su piel... no es blanca, no, para nada, es de un color... —decía mientras se tocaba la barba descuidada y enmarañada— amarillento un muy feo amarillo; ¿nariz? esa cosa ni nariz tiene y cabello, sólo tres mechas le caen en la frente y detrás está calvo totalmente... Un monstruo en verdad.

El ángel de la óperaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora