CAPÍTULO 17- EL HOSPITAL

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Llevo ya aquí varias semanas, no me puedo mover, ni si quiera para ir al baño, estoy en coma, mi enfermedad ha aumentado demasiado, suelo tener bolsas de suero pinchándome la piel, tratando de alimentarme. Mis padres, esos humanos que siempre han estado a mi lado, apoyándome en todo, se han llevado todas estas semanas sentados en sillas súper incomodas, tratando de dormir como podían, pero han estado hay, permaneciendo a mi lado, suelo recibir normalmente la visita de todos mis amigos, ellos también me apoyan de la manera que pueden.

No entiendo un motivo pero siempre suelen darle una cantidad de dinero a mis padres todas las semas, quizás tendrán una cuenta pendiente.

Agradecido de todas las visitas y apoyo que recibía, aun así sentía un gran agujero en mi interior, esa sensación de vacío y dolor que se entremezclan entre si formándome una soledad tremenda, aunque, creo, que si siento todo esto, es por Elena, si, ¿os acordáis de ella?

Esa chica que en tan poco tiempo me ha hecho sentirme la persona más feliz del mundo, la que ha puesto mi vida patas arriba, la que me ha hecho sentir a su lado que todo es perfecto, la que me enamoró desde el primer mensaje que me mandó, la que hace que se pare el tiempo. Esa persona, con la cual cuando nuestras miradas se chocan el tiempo no sabe si seguir avanzando o colapsar.

Bien, veo que acordáis de ella, y aunque yo sigo en coma, mi corazón sigue latiendo por su amor, mi mente sigue pensando todos aquellos recuerdos que he pasado a su lado, pero sobre todo, mi dignidad sigue pensando que se ha apoderado de mí.

El tiempo que he  pasado en coma, he visto como ha pasado el tiempo, como mis padres cada día están más preocupados de que no despierte, viajar al pasado como en una especie de máquina del tiempo. . . Aunque parezca que me estoy volviendo loco, todo esto es por culpa de mi mente, ella es el problema de todo.

Estaba en esta cama, en un hospital cualquiera de un mundo cualquiera, pero no pensando en cualquier persona, me fijé, como alguien entraba en mi habitación, si, esta habitación, la cual llevo encerrado varios días, sin poderme mover, solo veo mi cuerpo, indefenso, quieto.

Estaba entrando Abraham, mi mejor amigo. Traía en las manos una estampita y un medallón, quizás era porque ya no sentían esperanzas en mí.

(Abraham): Pablo, sin aun estas hay, si aún  puedes oírme, por favor, hazlo, despierta, aun te queda una larga vida por vivir, miles de momentos que pasar más a tu lado

Noté como me agarraba suavemente de mi mano, mientras que una especie de gota de agua cayó sobre mí, probablemente fuese una lágrima.

(Abraham): ¿Te acuerdas de la noche en que fuimos a la fiesta? Allí bailaste con una chica, una que verdaderamente estaba loquita por ti (se rio un poco). Te he traído esta estampita, es de un cautivo, uno que puede hacer milagros, porque tú necesitas eso, también he traido este medallón de la virgen, era de mi abuelo, pero quiero que de momento te lo quedes tú, te lo mereces por cada rato que has pasado a mi lado, por cada sonrisa que me has dibujado en la cara, por cada enfado que me has hecho olvidar, por cada secreto, por todo. Te has convertido en un hermano para mí y no te puedo dejar ir, te tienes que quedar aquí conmigo, (se acercó a mi oído y me susurró) “y con Elena”

Después de esto, Abraham se levantó de la incómoda silla que había al lado de mi cama y se dirigió un rato afuera de mi habitación, contemplé un rato y pude ver como Abraham lloraba, mi alma quiso salir de mi habitación, y lo consiguió

(Yo): ¡Abraham no llores! ¡Me voy a recuperar tranquilo!

Aunque mis intentos no sirvieron para nada, no me podía escuchar, no podía escuchar como mi alma pedía a gritos que no llorara.

Amigos para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora