mil plumas

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"Cuenta la leyenda, 

que cuando Dios arrojó a Lucifer a los avernos,

regó mil plumas de sus alas por todo el infierno."


—¡Oh, sí, mátame! Me quiero morir, síii...— gritaba Husk a la vuelta del bar-casino donde estaba Alastor esperándolo. Hace unos segundos atrás, antes de que saliera a la intemperie, habían repasado el plan de manera atropellada. Algo para nada típico de Alastor. Husk estaba acostumbrado a verlo solemne, pensando todo con una aterradora calma y una actitud tan tranquila como la lluvia de primavera. 

Recordó cuando Alastor tan solo llevaba algunos días en el infierno. Sus ojos llenos de ansiedad buscaban cualquier índice de peligro, como si estuviera esperando a que un perro se le lanzara encima de un segundo para otro. Esa misma mirada desesperada le  había dedicado Alastor antes de salir. Tan pequeño, tan indefenso.

Un grito en la lejanía lo sacó de sus pensamientos. Las calles estaban desiertas y oscuras, con escombros y cadáveres tirados aquí y allá, fuego saliendo de las ventanas, vidrios rotos y el olor a  azufre más intenso de lo normal. Una exterminación normal, diría él, sin embargo, nunca había estado tan cerca del desastre. El demonio caminaba por el asfalto con todos sus sentidos activados y las alas bien recogidas en su espalda. 

¿Dónde estaban los putos ángeles?

Normalmente los ángeles entraban al infierno a través del Limbo, el lugar de las almas perdidas, más conocido como el  puente entre el mundo celestial y  el abismo, donde ambos hermanos, Lucifer y Jesús se reunían una vez al año. Luego, penetraban la entrada de Lujuria y surcaban los cielos  progresivamente hasta bajar a los círculos restantes. Los demonios  más osados y suicidas siempre trataban de defenderse de los ángeles. Sin  embargo, nadie salía victorioso en una  batalla contra uno de esos seres celestiales. Los rumores susurraban que el toque de uno de ellos podría arrastrarte a un abismo lleno de miedos y pesadillas.  

Un mal  presentimiento escaló su garganta al escuchar el inconfundible sonido de las alas batirse contra el aire. Se agazapó y miró a todas las direcciones mientras retrocedía lentamente, tropezando con uno de los cadáveres en el proceso.

—Mierda, me cago en...

Husk nunca había visto un ángel tan de cerca. Recordaba que cuando era un simple humano, pensaba que los ángeles eran bebés estúpidos con sus traseros rosados desnudos. Pero, lo que vio en ese momento, como un ser alto y delgado salía de una de las casas incendiadas con un demonio cabra degollado en sus manos, lo dejó totalmente embelesado.

Un aura negra cubría su cuerpo, sus hermosas alas se cernían en aire mientras su aureola blanca relucía sobre su cabeza. Tenía una armadura gris que se ajustaba a su cuerpo perfectamente y un casco que lo hacían lucir unos grandes cuernos negros.  Este, fijo su vista en Husk, y soltó el cadáver que sostenía en su mano como si fuera basura. Sus pasos eran lentos, pero largos, obviamente se dirigían  en su dirección.

No tenía otra opción que huir.

Se levantó trastabillando, casi tropezando en el proceso y por primera vez en muchos años, sintió la necesidad de usar sus alas para desplazarse más rápido. No quiso voltear,  podía sentir esa fría sensación en sus espaldas como si el exterminador se estuviera moviendo entre las sombras, listo para lanzarse contra él en cualquier momento.  

Ya se estaba acercando al bar, sólo faltaban unos metros para llegar. Sin embargo, el pánico lo invadió cuando sintió el ligero rumor de una risa detrás de él. Ya estaba cerca, muy jodidamente cerca, sólo debía aletear un poco más, pero, la repentina sensación de la duda empezó a carcomer su cerebro con preguntas que le perforaban el alma de incertidumbre y  sólo lo alejaban más de su meta.

sinners ❁ appleradioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora