visita número 23

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Me he dado por vencido, 

pero ahora todo es una pelea para poder respirar, 

lo di todo, sí, lo di todo.

Nunca voy a romper el silencio.

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Al abrir los ojos, todo lo que pudo apreciar fue el hermoso manto de la oscuridad cegando su campo de visión. Sentía sus muñecas atadas detrás de su espalda con algún tipo de metal extraño, impidiéndolo moverse con naturalidad. Quiso liberarse y averiguar quien fue el osado demonio que pretendió captura al poderoso Alastor en esa extraña celda, sin embargo, sus poderes no respondían a las órdenes de su cerebro. Lo intentó varias veces, y en cada fallo, su sonrisa se ensanchaba más y más. Estaba indefenso, como un pequeño y tembloroso cervatillo.

Lo único que se escuchaba era la errática respiración de Alastor y el tintineo del metal que ataba sus muñecas. No podía recordar nada, no reconocía ese tipo de ambiente. Todos sus recuerdos estaban igual de bloqueados que sus poderes. Podía sentir el frío de la oscura habitación, el palpitar de su muerto corazón, el dolor en sus muñecas y el abrazador miedo que le trepaba por la garganta...

Se sentía tan sensible...

—Oh, mi Lucifer...— moduló con la voz ronca, sonriendo con satisfacción.

El rey de los avernos estaba en la casa.

Automáticamente, unas pequeñas nacaradas flamas aparecieron de la nada. Frente a él, estaba Lucifer sentado elegantemente en un taburete tallado, tenía un porte firme, digno de la realeza, con una pierna encima de la otra y sus codos apoyados en ellas. Sus ojos clavados en la indefensa figura de Alastor. Mostraba sus puntiagudos dientes a través de una coqueta sonrisa, jugando con su bastón alternándolo de dedo a dedo. 

—Alastor, ¿estás cómodo, dulzura?—  su voz transmitía una dulce tranquilidad que surtía efecto inmediato en el cuerpo de un vil pecador como Alastor, típico rasgo de un querubín originario de las castas más finas del paraíso.

—Tus visitas suelen ser más... esperadas...—respondió Alastor, sin despegar su ojos rojizos de su superior. —Aunque, me origina curiosidad este nuevo escenario, ¿tu linda esposa ya sabe de nuestro pequeño affair, mi rey?

—Oh, bebé...— la expresión de Lucifer cambió drásticamente, su sonrisa desapareció, creando una línea curveada, una mueca. Levantó su bastón hasta que la punta de este elevara la cara de Alastor desde el mentón, haciendo que sólo lo mirara él y a nadie más. —Mis asuntos  no te conciernen en lo absoluto.

Alastor rió. —Percibo problemas en el paraíso.—provocó el demonio de la radio, sin dejar de sonreír.

—Mejor mantienes tu hermosa boca cerrada y vienes y me la chupas.— dijo el ángel caído totalmente impasible. Se levantó de su sitio y tiró el bastón hacia un lado. Se inclinó hacia él y con una mano, tomó de uno de los cuernos a Alastor y lo alzó hacia él, clamando su dominancia ante la situación. 

Las frías garras de Lucifer tomaron el rostro de Alastor, acariciando su piel con delicadeza. Sus ojos analizaban cada centímetro de las facciones del ciervo, cautivado por tal espécimen ante su merced.

Por otro lado, Alastor apartó la mirada al igual que las sensaciones humanas naciendo en su corazón a un lugar oscuro. No comprendía esa clase de sentimientos que aborchonaban su alma. Y sabía, oh, Alastor no era idiota, que el rey podría taladrar hasta lo más profundo de él hasta encontrar su frágil ser con tan solo una caricia, una mirada. Su sonrisa desapareció.

Con Lucifer todo es diferente. 

Sí, mi rey.

Ante esas palabras, una suave risa escapó de los labios de Lucifer. Se tenían tan cerca que Alastor pudo sentir los pequeños temblores de la boca del rubio contra los suyos. Mas se quedó inmóvil, esperando que el dominante decidiera qué hacer con su cuerpo.

—Muéstrame tu verdadera esencia, hijo de Adán.


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lo estaba editando, sorry. 


sinners ❁ appleradioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora