Un futuro indeciso

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En las lejanas tierras del Este, donde el viento se volvía más inquieto y juguetón, se encontraban cuatro reinos. Compartían un mismo idioma y una misma tierra, pero lo que les diferenciaba entre sí eran sus gobernadores. Cada uno imponía sus propias reglas y leyes. Todos con personalidades distintas, uno más imponente que el otro.  Solo había una cosa que unía a los reinos, y era la sangre que corría por las venas de sus excelencias. Cada uno de ellos gobernaba sobre las tierras de Shenqia, divida en partes. 

La hermana más mayor era fría pero calmada, con una apariencia fina y delicada, engañando a cualquiera que la conociese. Su mirada era tan afilada como una helada proveniente del norte. Era una mujer de guerra, no había batalla que perdiese. La victoria y la suerte siempre estaban apoyadas en sus hombros, haciéndole compañía. Su reino era próspero y rico, también letal por las numerosas batallas que ganó. De ahí nacían los guerreros más fuertes y temibles; el segundo hermano se trataba de un engañoso hombre de atractiva apariencia. Tenía una actitud amable y demasiado encantadora, pero en el fondo escondía segundas intenciones o algún interés propio. Dominaba sobre un reino situado en el oeste. Era un lugar donde la estafa era uno de los medios de vida, pero en aquel reino era normal. Los ladrones y timadores eran los que más se enriquecían, mientras que los que trataban de vivir en paz acababan mayormente en las calles pidiendo comida,  hasta que luego ellos se volvían los ladrones también; después estaba la tercera hermana. Ella también era encantadora, pero de una manera más cálida, parecido al encanto y amor de una madre o una hermana. También era orgullosa, no dejaba siempre mostrar sus defectos y lado oscuro. Cuando se enfadaba, era como una tormenta de verano: devastadora y llena de furia, o a veces solo eran pequeñas rabietas, como las de un niño pequeño. En su reino era donde mejor tiempo hacía. Por un lado, estaba rodeado de playas y puertos, donde se encontraban pescadores o donde los niños iban a jugar con la arena, y por otro de verdes praderas, donde la brisa corría libremente y movía las flores, donde las jóvenes parejas corrían descalzos hasta la frontera, sintiéndose imparables. En este reino, sus habitantes eran risueños, de una personalidad cálida y  confiable, otros eran orgullosos y competitivos, seguros de sí mismos. En pocas palabras,  sus habitantes eran la viva imagen de su reina. De este reino salían grandes mercaderes  y estupendos pescadores. Como es normal, al tener numerosas playas,  el trabajo más favorable y con mayor éxito era el ser pescador antes que ser médico. Los mercaderes sabían convencer, sabían vender. Sus palabras te enganchaban y de alguna manera acababas comprándoles alguna baratija, por lo inútil que fuera.

Por último, estaba el cuarto hermano, el menor de todos.

Curiosamente, de él no se hablaba muy bien. Incluso el segundo hermano tenía mejor reputación y mayor fama que el cuarto hermano, a pesar de ser corrupto. De él se decía ser frío y tranquilo –como su primera hermana–, egoísta y ladrón –más que su segundo hermano–, arrogante e infantil –no de la manera encantadora como su tercera hermana–. A pesar de no haberlo conocido en persona por culpa de que no se mostraba tanto en público como sus hermanos, los habitantes de su reino se dejaban llevar por los rumores que circulaban en el viento, generando un desagrado repulsivo hacia él.

En un principio, él no debió de ser rey, aún no. Subió al trono cuando no tenía la edad necesaria por un pequeño percance imprevisto. El padre de los cuatro hermanos, al principio, gobernaba sobre toda Shenqia, hasta que decidió partir el imperio en cuatro partes. Se había vuelto demasiado grande para controlar, además que sus tres hijos mayores ya habían llegado a la edad para gobernar. Le dio a cada uno un trozo del imperio, excepto al último, que aún era menor. El emperador se quedó gobernando la cuarta parte,  mientras criaba a su hijo menor para ser el próximo monarca. Sin embargo, algo inesperado pasó. El emperador, que gozaba de una magnífica salud, cayó misteriosamente en una grave enfermedad que hasta le impedía moverse de la cama del dolor que sufría.  De tal manera, cuando el menor sólo tenía 9 años, el emperador dió su último respiro.

La Canción del EsteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora