EPÍLOGO

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Najuk, 23:21 de la noche. Fin de año. 

Por más que lo hubiera intentado, hora tras hora, San no había logrado pegar ojo en toda la noche. 

A causa de ciertos y esenciales motivos que él conocía a la perfección, el número 31 no cesaba de aparecer en sus pensamientos cada vez que cerraba los ojos para tratar de dormirse. Los nervios y la tensión que llevaba semanas acumulando se habían terminado por depositar en sus hombros y en su espalda con una pesadez casi insoportable, y, por culpa de ello, se le había tornado absolutamente imposible el encontrar ni siquiera una sola posición en su cama en la que esa dolorosa incomodidad desapareciera. Había pasado tantas horas dando vueltas entre las sábanas, sumido en sus intrincadas preocupaciones, que Jongho, su compañero de habitación, había terminado por hartarse de ello y le había lanzado una almohada desde su cama con una asombrosa puntería, a la vez que gruñía un insulto adormilado claramente dirigido a San. 

Sin embargo, ni siquiera esa agresiva llamada de atención por parte de su amigo había surtido el efecto deseado. Sintiéndose totalmente incapaz de conciliar el sueño, se había quedado despierto toda la noche, prácticamente hasta que había amanecido en el pueblo, y los débiles rayos de sol invernales se habían comenzado a colar a través de las ranuras de la vieja persiana que cubría la ventana de su habitación. 

Como era evidente, los demás seguían profundamente dormidos cuando él se había levantado en silencio, agotado y aún más resignado, y había tomado la improvisada decisión de salir a dar un paseo a solas por el pueblo. Necesitaba urgentemente respirar una gran bocanada de aire fresco, despejar la mente de todas sus intranquilidades, calmar los rápidos latidos de su corazón, permanecer en completa soledad durante unos cuantos minutos. Necesitaba pensar, reflexionar y aclarar de una vez por todas sus ideas y sus sentimientos. Pero, sobre todo aquello, necesitaba prepararse para todo lo que ocurriría esa noche. 

O, al menos, lo que se suponía que iba a ocurrir.

Aquella silenciosa incertidumbre era mortal para él. Entraba en pánico simplemente al imaginarse la aterradora opción de que Wooyoung se hubiera olvidado de la promesa que ambos habían hecho hacía casi un mes. Quizás había terminado echándose atrás, sin decírselo a San, demasiado avergonzado como para siquiera encontrar las palabras correctas con las que confesárselo. Tal vez acabaría fingiendo que no tenía ni la menor idea de a lo que San se refería cuando éste le recordara, inocentemente esperanzado, lo que se suponía que debía pasar esa noche de fin de año. 

Dejando de lado sus comprensibles inquietudes, la mente de San estaba llena de preguntas de las que era imposible encontrar la respuesta. ¿Qué pasaría si Wooyoung no correspondía a sus sentimientos, aquellos que tanto tiempo le había costado admitir? ¿Qué pasaría si lo que el chico tenía planeado decirle aquella noche era algo completamente diferente a lo que llevaba semanas ocupando la mente de San? ¿Qué pasaría si la peligrosa cobardía terminaba por anteponerse a todo lo demás en contra de su voluntad, si se dejaban llevar por el miedo más que por sus propias emociones?

Fuera lo que fuese que acabara pasando aquella noche, San solo tenía una cosa definitivamente clara: no podría ingeniárselas para contener ni disimular sus sentimientos durante mucho más tiempo, no si Wooyoung seguía poniéndoselo tan complicado como lo había hecho durante esas últimas semanas. 

En ese sentido, había sido una Navidad dura e increíblemente difícil de sobrellevar. Habían pasado incontables momentos juntos, en numerosas ocasiones a solas, y San estaba completamente seguro de que aquel detalle no era algo que les hubiera pasado desapercibido a ninguno de los dos. Al igual que tampoco habían sido en lo más mínimo inadvertidas las veces en las que sus manos se habían rozado sin quererlo y sus mejillas se habían sonrojado violentamente, o aquellos repentinos abrazos que Wooyoung le daba sin ofrecerle explicaciones, ni siquiera esos instantes en los que sus miradas se encontraban, sin justificación posible, a través de una habitación repleta hasta arriba de gente.

PRECIOUS {Woosan}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora