•|EL DIA QUE TODO CAMBIO|•

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Abrir los ojos y ver que nada ha cambiado es una cruel tortura para la cabeza; despertar para vivir la misma infeliz rutina.

— ¡Min Nari! — gritaron mi nombre desde la lejanía.

Coloque el cubrebocas sobre mi rostro y salí corriendo de mi habitación; habían llegado nuevos refugiados al estadio y por ende tenían que haber más manos ayudando en los filtros para infectados.

— En el segundo cubículo — indicó el mismo hombre que me había llamado. — Todo lo que necesitas está allí.

Troté hasta el cubículo para vestirme con el traje de cirugía y enfundar mis manos en los característicos guantes de látex azules; mi trabajo consistía en rectificar que los sobrevivientes que ingresaban al estadio no tuvieran signos o síntomas de monstrualizacion, de lo contrario tendría que llamar a los soldados para forzar un aislamiento.

Tomé el bisturí que tenía en la mesa y comencé a sanitizar el utensilio antes de usar, pues no quería provocar infecciones o algo más en quienes en efecto eran humanos y eran cortados por la misma hoja.

— ¿A quien le importa si está limpio o no? — chilló con irritación la chica a mi costado. — Solo haz tu trabajo.

— Agradece que sanitizar los utensilios ayuda a no propagar más enfermedades e infecciones. — la chica dejó caer sus puños sobre la mesa y tomó con fuerza la mano de una mujer para después hacer un corte profundo sin cuidado alguno.

— En serio, me fastidias. Eres irritante.

La misma chica de todos los días reprochando cada cosa que hacía para desquitar su disgusto con los sobrevivientes, el mismo trato y la misma mierda día tras día.

— Por favor, extienda su brazo. — hablé a un hombre, temeroso siguió mis indicaciones y después de un suave corte le otorgue una pequeña venda para su brazo. — Siguiente.

Las mismas palabras, el mismo procedimiento; inicia, termina y hazlo de nuevo.

Para cuando la noche cayó, supe que era momento de mi relevo, así que con las pocas fuerzas que aún habían en mis piernas después de haber pasado hora tras hora de pie, salí de mi cubículo.

— ¡Hey! ¡Nari! — el encargado me interceptó en el camino. — ¿a dónde crees que vas? ¡Regresa ahora mismo! ¿Acaso no ves las enormes filas de sobrevivientes que hay?

— Mi turno ya terminó — mostré el gafete que colgaba de mi cuello. Estaba exhausta— le toca a alguien más.

— Tu relevo fue cancelado, ahora regresa a tu lugar. — el hombre, por pocos centímetros más alto que yo, aprovechó de eso y empujó mis hombros. — Los relevos fueron cancelados.

— Mi turno terminó — la chica que estaba un cubículo a mi costado lanzó su gafete al sujeto y se marchó con tranquilidad sin ningún reproche.

— ¿En dónde queda eso de que los relevos fueron cancelados? — reclame. — Me voy — intenté quitar el gafete de mi cuello, pero un golpe en seco en mi mejilla me derribó.

— ¡Te dije que regresaras a tu lugar! — estaba por incorporarme cuando el lugar entero se paralizó.

Una gran cantidad de helicópteros pasaron sobrevolando el estadio; algo en el ambiente se podía percibir como diferente aún cuando llevaba meses siendo rutinario.

Había rogado por un cambio, por algo diferente, y al perecer mis plegarias habían sido escuchadas únicamente para brindarme un castigo letal al no valorar lo que tenía.

Un destello dorado se abrió paso en el cielo, una bola de fuego enorme había roto las barreras del sonido e impactado con ferocidad en el estadio; centenares de carteles pertenecientes al equipo de beisbol coreano cayeron al suelo al mismo tiempo que miles de rocas impactaron todo a su alrededor.

¡Hey! Batter •| Chan Young |• Donde viven las historias. Descúbrelo ahora