Capítulo III: Mi hermana, mi sombra, mi losa

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Hoy me subo sola al autobús que me lleva al colegio. Suelo ir acompañada de mi hermana melliza, Viveca, pero hace un par de días que no nos hablamos. Anteayer discutimos.

Creo que es la primera vez que nos gritamos. De hecho, ninguna de las dos lo había hecho antes. En mi caso, fue como si un dragón saliera por la boca desde lo más profundo de mis entrañas. Ella ha acabado llorando y yo, agotada, porque le he dicho de todo... aunque luego le he pedido perdón.

Mi padre, que colabora con una asociación de enfermos de von Hippel-Lindau, había acudido a una reunión y no estaba en casa así que no ha sido testigo del momentazo. Menos mal, porque nos hubiera caído una buena bronca. En mi casa nunca se ha gritado. Mis padres se han hablado siempre con mucho respeto y eso nos han inculcado. En mi casa se ha podido discutir y expresar tu opinión contraria, pero sin gritar. Pero es que hoy ha sido la gota que ha colmado el vaso. Llega un momento en el que te tienes que imponer y decir: BASTA.

¿Que qué ha pasado? Bueno, pues que me apetecía ir a la biblioteca a buscar un libro y ha insistido en venir conmigo. No le he dicho que no. Luego, al volver, he querido ir a la panadería de abajo a comprarme una pasta y me ha dicho que ya iba ella. Como me quería duchar también, y se estaba poniendo muy pesada, le he dicho que vale. Cuando he querido ponerme en el ordenador (que es de las dos, en la habitación que también compartimos) para ver si puedo registrar un nombre para mi futura colección de parches, nombre que aún no tengo, y ella ha insistido en ayudarme, como si yo fuera gilipollas integral, tampoco me he negado pero cuando le he comentado que la caña de chocolate me había dado sed y que me iba a la cocina a por un vaso de agua, ella se ha levantado y se ha ofrecido a traérmelo. Rápidamente y sin pensarlo dos veces, la he agarrado del brazo y he tirado con fuerza para sentarla de nuevo en el taburete, mientras empezaba a gritarle de todo, con tan mala suerte que ha apoyado mal sobre el taburete, éste ha caído y ella, detrás. Pero ni me ha importado. Mientras ella lloriqueaba en el suelo, todo lo que tenía guardado, no solo de hoy, sino de por lo menos 10 años atrás, ha salido como la lava de un volcán. ¿Acaso soy una lisiada?

A veces no me queda otra que reírme con ella

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A veces no me queda otra que reírme con ella. Mientras sus palabras se ahogaban entre sus lágrimas e hipos va y me suelta que es la hermana mayor y que tengo que hacerle caso. ¿Mi hermana mayor de qué, si somos mellizas? Pues no, se ve que la que salió antes es la mayor. Y ella fue la primera. Debía ser que yo no tenía ni prisa ni ganas.

Mi hermana se parece a mi padre, tanto físicamente como en muchos de sus comportamientos. Mi padre también tiene un exceso de protección conmigo. Pero a él no le puedo gritar, aunque cuando tenga el coraje suficiente, le diré lo que pienso. Porque la que tendría que estar preocupada y vivir con el 'ay' en el cuerpo debería ser yo y no es así. Porque no me da la gana. En cambio, ellos viven en la preocupación perpetua y no entienden que su exceso de protección me está empezando a hacer mella.

 En cambio, ellos viven en la preocupación perpetua y no entienden que su exceso de protección me está empezando a hacer mella

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Viveca es mi hermana melliza pero a veces parece mi hermana siamesa. Está siempre encima de mí y me pregunta cada dos por tres si estoy bien o necesito algo. Claro que necesito algo. ¡Que respete mi espacio! Aunque poco ayuda que durmamos en el mismo cuarto. El piso nuevo, en el que hace dos meses que vivimos, es más pequeño que el anterior y solo tiene dos habitaciones, así que el mío y el de Viveca tiene media pared llena de sus pósters y media, de los míos. Y sí, con un rápido vistazo te das cuenta de que tenemos gustos musicales muy diferentes. Ella es más de Maluma. No voy a decir más.

Mientras voy sentada en el autobús (que por cierto también ha cogido mi hermana, aunque se ha sentado tres asientos más atrás, no sin lanzarme antes una mirada de profundo dolor y decepción. Bienvenida al club, maja, yo también estoy decepcionada contigo), le voy dando vueltas a la cabeza. Yo sé lo que le pasa a mi hermana. Pero no es mi culpa que ella tuviera un 50% de suerte que yo no tuve. Me refiero a la transmisión del gen defectuoso en el cromosoma 3 p26-p25 por parte materna, ése que provoca que en la actualidad tenga quistes en el páncreas, dos tumores en el cerebelo y otros que al operar por enésima vez me dejaron sin la visión del ojo derecho. Esa mierda de lotería la gané yo, pero lo que no voy a permitir es su extraño sentimiento de culpa la convierta en mi sombra y mi losa, una sombra que vigila mis movimientos y una losa que me impide ser yo al 100%.

No quiero depender ni de ella ni de nadie, ni lo quiero ni lo necesito, pero si un día lo preciso, por lo que sea, porque pierda la visión del otro ojo y me quede ciega del todo, si tengo que pedir ayuda, lo haré. Pero esta sobreprotección adelantada me pone de muy mala leche y me está hundiendo más de lo que lo podría hacer la propia enfermedad.

Al llegar al colegio siento un poco de vértigo. Siempre entro con Viveca y como nadie nos habla aún, lo hacemos entre nosotras mientras esperamos a la profesora. A veces ya ni tenemos tema de conversación pero llegamos hasta el punto de simular una risa para hacernos notar. Nadie se gira. Como si fuéramos invisibles. Igual me flipé un poco cuando dije que en poco tiempo se pelearían por ser mis amigos. Bueno, va a tener que empezar a darme igual, aunque a mi hermana sí que empieza a afectarle. Yo soy 'la de la enfermedad rara' y ella es 'la hermana de la que tiene la enfermedad rara'. Sí, no va a ser fácil quitarnos esa etiqueta.

Aunque lo que también empieza a molestarme un poco es que Santi, el admirador secreto de Viveca, se dirija a mí para acercarse a ella

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Aunque lo que también empieza a molestarme un poco es que Santi, el admirador secreto de Viveca, se dirija a mí para acercarse a ella. Estoy segura de que me está usando de tabla para llegar hasta ella. Que sea valiente y se lo diga a directamente. Santi es un chico de origen boliviano. Su familia lleva varios años en el país y la verdad es que parece simpático y agradable. Además, es el más listo de la clase, saca muy buenas notas, cosa que me repatea porque en mi anterior colegio yo era la primera de mi clase. Pero es que encima, también es buen deportista, así que nadie se mete con él. Y no parece que tenga 14 años, parece mayor. Sí, todo a la vez da un poquito de rabia. Yo, por contra, parezco que tengo una enfermedad contagiosa.

Ay, que me está mirando. Vaya, y viene hacia aquí. Bueno, como no tengo con quién hablar y parezco una loser, me vendrá bien que me dé conversación. Me sonríe y me dice hola. Qué dientes más blancos tiene. Igual ayuda que su piel es más oscura que la de la mayoría de la gente de aquí. Me gusta la diversidad. Porque yo también me siento así, muchas veces a mi pesar. Mi mal día hace que le devuelva una sonrisa con forma una mueca y una especie de gruñido que pretendía ser otro hola, pero es que me he puesto un poco nerviosa.

Curiosamente, hoy no me pregunta por mi hermana. Me pide hablar luego, a la hora del patio, no sin antes darme un trozo de papel. Me siento y lo desdoblo. 'Me gustas', he creído leer. En ese momento entra Viveca y se sienta a mi lado en el pupitre sin decirme nada. Creo que el papel ha acabado en mi boca simulando un chicle. En ese momento tengo la extraña sensación de que la puerta al mundo adulto que ansío vivir se acaba de abrir.

ValareeWhere stories live. Discover now