Hoy, viernes 13 de marzo de 2020, debería haber sido un día especial, uno de esos tantos que me quedan por vivir y que hubiera recordado con una sonrisa en los labios cuando fuera vieja, o sea, cuando tuviera 40 años: había quedado por la tarde para ir al cine con Santi. Nuestra primera cita oficial. Seguramente dentro de la sala, mientras veíamos una peli mala que no interesaba a ninguno de los dos, me habría mirado de lado y, aprovechando la penumbra, me habría cogido la mano. Y eso, seguro, luego le hubiera animado a darme un beso. No se lo hubiera puesto difícil. Recordad que está en mi lista de cosas que no me gustaría dejar pendientes si me pasara alguna cosa.
Pero no ha podido ser. No por su timidez. No porque mi padre no me haya dejado ir. No porque me encontrara mal. Ha sido por ese famoso virus, el que también ha provocado un frenazo en vuestras vidas. En mi colegio se detectó un caso de Coronavirus (COVID-19) el martes por la mañana y nos mandaron para casa. Pocas horas después, el Gobierno de la Comunidad decretó la suspensión de las clases y aquí estoy, metida en mi casa por tercer día consecutivo.
Pero no os preocupéis, los pacientes VHL no necesitamos tomar especiales medidas de protección frente a este virus. Tener VHL no nos hace especialmente susceptibles a padecer la infección, ni a que en nuestro caso sea más grave que en personas que no tienen esta mutación, ni a una peor evolución. En nuestro caso se deben aplicar las mismas medidas que se aplican para la población general. Yo estoy tranquila pero noto que mucha gente está asustada y un poco histérica, preguntándose cómo es posible que un virus procedente de China haya podido llegar hasta nuestras ciudades tan rápido y haciendo tanto ruido. Pues bienvenidos al mundo globalizado. Oigo a gente que le echa la culpa a los chinos y otra, a los americanos. De hecho, ahora están diciendo que ese virus lo ha esparcido EEUU para joder la economía china y que Europa es el daño colateral. Por eso dice mi padre que no hay que ver tanto la tele. Pienso igual.Esos que salen gritando y peléandose en las tertulias políticas para ver quién la dice más gorda, nos dan pautas de lo que tenemos que hacer pero yo me pregunto si hace falta tanta gente en la tele malinformando o metiendo miedo. ¿Por qué no se van ellos a su casa y dejan de hacer ruido? Al final he optado por no ver la tele, así que me he venido a mi habitación. Mi hermana Viveca, con la que aún no me hablo, se ha quedado en el salón.
Me tumbo en la cama y miro al techo. No duro ni 10 minutos. Estoy nerviosa. Ni siquiera tengo el teléfono de Santi. De hecho, él, mi hermana y yo somos los únicos de mi clase que no tenemos teléfono móvil. Menudos pringados. No puede ser. Me gustaría hacerme una cuenta de Instagram y tener amigas falsas por todo el mundo. Pero no, solo tengo Facebook, una red social para viejos. Me conecto al portátil e intento buscar a Santi a través de mi cuenta de Facebook, a la que hacía meses que no entraba. Veo que tengo varias invitaciones de amistad de familiares por parte materna. No pienso agregar a nadie. No me caen bien. Las elimino todas. No tardo mucho en encontrar a Santi. Recuerdo que de apellido se llama Quispe. Le agrego y le mando un mensaje por privado ("hola, qué tal. ¡Te encontré!"). Espero que leído no suene muy psicópata, porque escrito me lo parece mucho. Como no sé lo que estará haciendo, decido ponerme a hacer otras cosas. Estar quieta es imposible y menos dentro de estas cuatro paredes. Tengo que hacer algo para distraerme. Ya me he leído un montón de libros y las series de Netflix me parecen una mierda.
Una de las ideas que he tenido en este encierro involuntario (pero muy necesario según todo el mundo, y así lo creo yo, aunque me quiera pegar ya un tiro) es hacer el logotipo de mi futura marca de parches. Cojo un trozo de papel y empiezo a hacer garabatos. Igual podría poner mis iniciales. Empiezo por la V. No sé si hacerla recta o con alguna sarifa encima. De pronto, dejo el rotulador de color lila y, con gran desespero, compruebo que mis iniciales son VHL, como las de la enfermedad que padezco, pues me llamo Valeria Hernández López. ¿En serio? ¿Hasta en mis iniciales está presente la enfermedad de von Hippel-Lindau?¿Y por qué no me he dado cuenta antes? Ahora, además de cambiarme el nombre, quiero cambiarme el orden de mis apellidos. A mi padre le va a dar un soponcio, pero me da igual.
Este virus me ha hecho olvidar por un momento mis tumores, sr. Voldemort y Vol junior. Y ahora los vuelvo a ver encima de mi papel, en forma de iniciales: VHL. Muy nerviosa, salgo de mi habitación al encuentro de mi padre, pero aún no ha vuelto del supermercado, según he podido entender de los cuatros monosílabos desganados que han salido de la boca de mi ex hermana. Dijo que iba a comprar 4 cosas pero seguro que vuelve con el carro a rebosar. O igual se ha entretenido separando a dos imbéciles que se pelean por el último paquete de papel higiénico. Le gustan las causas perdidas.
En efecto, llega con tanta comida que tardamos media hora en colocarlo todo en la nevera, el arcón frigorífico (que tenemos en el comedor porque el piso es pequeño) y en varios armarios de la cocina. Sí, y luego nos da la charla para que estemos tranquilas, que en principio van a ser 15 días de cuarentena y que todo esto pasará pronto. Mi padre es el típico padre que deja un margen de error de +/- 10000 entre lo que dice y lo que hace. Y luego quiere que nosotras estemos 'serenas'. Pues gastarte 400 euros en comida no ayuda. Aunque seas funcionario y te vayan a pagar lo mismo por estar en casa con nosotras. Bueno, de hecho es el conserje del colegio. Tampoco pinta nada allí ahora.
Cuando está todo colocado, decide ponerse a hacer la cena y nos echa a las dos de la cocina, por lo que no tengo la más mínima oportunidad de sacarle el tema. Dice que nos va a cocinar un plato especial. Ingredientes no le van a faltar. Mientras, Viveca y yo ponemos la mesa en silencio. No va a ser fácil hacer las paces.
Como estoy entre incómoda y enfadada y mi padre sigue liado con su sopresa culinaria, decido volver a mi habitación. Miro en Facebook, pero Santi no me ha contestado. Espero que él y su familia estén bien. Me quedo unos minutos mirando fíjamente la pantalla del ordenador, como si el mensaje fuera a llegar de un momento a otro. Pero no llega. Bueno, no creo que me esté esperando en la puerta del cine.
Apago el ordenador y vuelvo al comedor. Mi padre sale tan contento y satisfecho de la cocina, con las empanadillas de atún que nos solía hacer mi mami, que no puedo decirle nada. Hoy no. Por contra, prefiero preguntarle si puedo usar la máquina de coser Singer que era de ella para empezar a crear mi primera colección de parches. Me dice que sí, así que será mi actividad principal los días que estemos en casa.
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Valaree
Teen FictionLa historia de una adolescente que no quiere que la enfermedad que padece, von Hippel-Lindau, domine su vida.