Hoy me despierto de mal humor. Diez días encerrada están empezando a afectarme. La energía inicial y las ganas de hacer mil cosas pendientes han desaparecido por completo. Ya no leo, ya no veo series en Netflix, ya no coso con la máquina Singer de mi madre, ya ni pienso. Solo quiero dormir y que los días pasen, uno tras otro, hasta llegar al último y despertar de verdad de esta pesadilla. Pero no lo hago. Hago un esfuerzo por mantenerme activa, por mínimo que sea... pero a los 5 minutos ya estoy tumbada en mi cama mirando hacia la pared. Ahora pienso que quizá debí dosificar las fuerzas... y el optimismo. Para más inri, sigo sin hablarme con Viveca y dormir con ella en la misma habitación... y compartir el baño, tampoco ayuda. Nos seguimos ignorando completamente. A mí me duele, a ella le duele, pero ninguna hace nada por solucionarlo. Mi padre no se ha dado cuenta. Lo achaca a la realidad que estamos viviendo.
Voy al lavabo a ducharme pero mi hermana se ha adelantado, así que me dispongo a prepararme el desayuno, pero también se me ha avanzado mi padre. Hoy no me apetece estar cerca de nadie, así que me doy la vuelta sigilosamente, o eso creo yo, porque ya se ha dado cuenta de mi presencia. No me da los buenos días sino que me sonríe, me da un abrazo fuerte y un beso y me invita-obliga a sentarme, que él se encargará de todo, por décimo día consecutivo.
Mientras me sirve una taza de leche con Cola-Cao y unas galletas, me pregunta que por qué no me he puesto la pulsera, como han hecho él y mi hermana. ¿En serio?¿No voy a poder desayunar tranquila? Igual si le contesto 'porque no me ha dado la gana', las galletas salgan volando. Así que me muerdo el labio y no le contesto. Entra mi hermana, con el pelo mojado, se sienta enfrente de mí y mi padre le sirve el desayuno a ella. Entonces es cuando me doy cuenta de que ella también lleva la pulsera puesta. Los mataría a los dos.Una de las últimas cosas que hizo mi padre antes del Estado de Alarma fue acudir a la asociación de afectados por la enfermedad de von Hippel-Lindau, donde colabora desde que murió mi madre, y hacerse acopio de un puñado de pulseras solidarias (otros lo hicieron del papel higiénico) que a estas horas nadie sabe cuándo ni a quién podrá vender. Después de esta crisis estará la gente para pulseritas, claro.
De pronto, me suelta que yo debería ser imagen de la enfermedad, por mi energía, por lo bien que lo llevo. Que me pase algún día por la asociación, que ayudaría a mucha gente. Los 'ques' se multiplican exponencialmente pero ya no escucho nada. Dejo caer la galleta que tengo entre los dedos y ésta hunde en la leche, como lo hace mi ánimo. No me voy a reunir con gente con la que, seguramente, lo único que tenga en común sean los tumores que nos salen en diferentes partes del cuerpo. Me levanto de la mesa y me voy a mi habitación. Como al entrar, no he cerrado la puerta con fuerza, vuelvo a salir para dar un portazo de enfado de verdad.
No sé por qué, pero tumbada en mi cama, empiezo a notar que las lágrimas resbalan por mis mejillas hasta llegar a la boca. Es una sensación desagradable por el sabor a sal y también un momento melodramático que no va conmigo. No me gusta llorar, no me gusta sentirme vulnerable. Por cierto, lloro por los dos ojos. También del derecho, del cual tengo afectada la retina no las glándulas lagrimales. Además, tampoco soy un robot.Creo que ya lo he contado. Perdí la vista del ojo derecho hace casi un año, después de la tercera intervención que me hicieron a causa de un tumor. Fue una 'a la tercera va la vencida' pero en chungo. Encima me operaron el mismo día que se cumplía también un año del fallecimiento de mi madre. Sí, todo muy dramático. Igual también podría ser actriz. Porque, ahora que lo pienso, la visión monocular no me va a permitir ser camionera, ni tornera, ni albañil ni podré conducir un tractor. Necesitaré dos segundos para superarlo [...] Ya.
Me queda el izquierdo y a eso me agarro. No quiero pensar en que un día me quede a oscuras. No hoy. Quiero ver la cara de Santi muchas veces más, aunque de momento sea a través de la cam del PC. Eso me recuerda que había quedado en conectarme con él a las 10:00h. Miro mi reloj. Las 10:05h. Mierda. Me seco las lágrimas de un manotazo y me incorporo de la cama como lanzada de una catapulta... hasta el taburete. Entro en mi Facebook y veo que Santi está conectado por el punto verde, así que le envío un mensaje y espero a que me conteste. Me coloco bien el parche por si me pide poner la Cam. Miro hacia abajo. Igual debería vestirme. Llevo el puto pijama de Frozen. Me toco también la cabeza. ¡Y peinarme!¿En qué estaba pensando?¿Acaso el confinamiento me ha convertido ya en una cerda? ¡Voy a ducharme!
Me dispongo a salir cuando se abre la puerta. Entra mi padre, con el semblante serio. Me pregunta que qué me pasa. Que llevo unos días muy raros. Sin venir a cuento, le suelto que quiero cambiarme el nombre y el orden de los apellidos porque si no, mis iniciales serán las mismas que las de la enfermedad que padezco. ¡Y no quiero! Y me pongo a llorar, yo que nunca lloro. Bueno, hoy ya es la segunda vez. Mi padre no dice nada. Solo me abraza y me reconforta, que eso lo sabe hacer muy bien. "Si quieres hablar, aquí estoy", me dice y se va. No sin antes dejar una pulserita solidaria encima de la mesa del ordenador y sale. Es oficial, estoy en una secta y no puedo escapar.
Cuando vuelvo de ducharme, oigo el sonido de la Cam. Santi pide conectarse. Me seco el pelo rápido con la toalla y la tiro al suelo. Casi me lanzo en plancha sobre el teclado y... ¡cancelo la conexión! ¡Joder, no tengo dedos, tengo muñones! Rápidamente, le invito yo a conectar y, como estoy nerviosa, cojo la pulsera para jugar con ella. Sus blancos dientes y su sonrisa de oreja a oreja me saludan antes de que salga un 'hola' por su boca. Me pregunta qué tengo entre manos. Me ruborizo. Ah, vale, la pulsera. Se la enseño. Me dice que es bonita. Me la quedo mirando ¿en serio?Sí, igual sí que lo es. Pero de momento se va a quedar en el bolsillo pequeño de mi mochila. Ahí la meto, junto a mis lágrimas. Ya he llorado por un tiempo. A Santi le dedico la mejor de mis sonrisas.
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Valaree
Teen FictionLa historia de una adolescente que no quiere que la enfermedad que padece, von Hippel-Lindau, domine su vida.